22 de noviembre del 2028. Sara, una joven madre, deja a sus dos hijos en el coche sin conductor que los llevará a la escuela. Este robot-taxi eléctrico le facilita la vida, pero altera la de los fabricantes de automóviles.
Sara no tiene coche y no tiene previsto comprarse uno. Vive en las afueras de París y ha llegado a la conclusión de que le resulta más práctico y más barato reservar un taxi sin conductor con su teléfono móvil cuando lo necesita.
Esta historia no es ciencia ficción. Todos los fabricantes de coches vaticinan la llegada del coche autónomo, eléctrico y conectado. Una revolución que los lleva a transformarse en proveedores de servicios de movilidad y que amenaza la supervivencia de quienes no se adapten a ese cambio, en un momento en el que nuevos actores tecnológicos como Google, Apple o Tesla entran en la industria automotora.
A principios de año, la compañía alemana Daimler, fabricante de los Mercedes, anunció que iba a colaborar con la empresa tecnológica Bosch para poner en circulación autos autónomos al inicio de la próxima década.
Ante la contaminación del aire, los atascos y la presión de China, que reclama vehículos más limpios, todas las empresas del sector tienen proyectos similares.
La alemana Volkswagen presentó a finales del 2016 Moia, su marca de servicios de movilidad.
"Aunque no todo el mundo sea propietario de un carro en el futuro, queremos que, con Moia, todos puedan ser clientes de nuestra empresa de una forma u otra", explicó el director ejecutivo de la compañía, Matthias Müller.
Su rival francés PSA, heredero de los talleres Peugeot, fundados a principios del siglo XIX, también insiste en el desarrollo de servicios de movilidad como los vehículos compartidos. Con su marca Free2Move, la empresa se instaló en Estados Unidos a principios de octubre.
Los robot-taxis podrían representar en el 2030 el 40% de los beneficios del sector automovilístico, según un estudio de la empresa de consultoría Roland Berger, que anticipa que la demanda de vehículos particulares caerá en cerca del 30% en el mismo periodo.
Sus expertos avisan que los constructores incapaces de adaptarse corren el riesgo de "extinguirse".
Mientras se preparan para la llegada del vehículo autónomo, los gigantes del sector gastan también miles de millones de dólares en vehículos eléctricos, sin garantías de rentabilizar rápidamente su inversión con una demanda que no termina de despegar.
Volkswagen anunció el viernes que invertirá más de 34.000 millones de euros —unos $40.090 millones— de aquí al 2022 para diseñar el coche del futuro.
Los autos eléctricos aún no compiten con los vehículos térmicos en cuanto a facilidad de uso, con su autonomía limitada y su largo tiempo de recarga.
El Bank of America Merrill Lynch afirmó; sin embargo, a finales de octubre, que los vehículos 100% eléctricos, cada vez más competitivos, representarán el 12% del mercado automovilístico mundial en el 2025, el 34% en el 2030 y el 90% en el 2050.
Un objetivo que parece muy lejano para Renault, pionero del coche eléctrico con su pequeño modelo Zoe, estrenado en el 2012, cuyos vehículos limpios representaron menos del 1% de sus ventas mundiales el año pasado y que prevé aumentar esa cifra hasta el 5% en el 2022, según su director ejecutivo Carlos Ghosn.
Esta es una apuesta por una próxima oferta "low cost" en China, donde el mercado de los autos eléctricos aumentó en un 50% entre enero y setiembre del 2017 hasta alcanzar los 325.000 vehículos vendidos, el 1,6% del mercado total.
Esa carrera tecnológica "aumenta la dificultad y el coste de fabricar coches", avisó PwC en su último informe sobre las tendencias del sector. "Para los fabricantes, el precio es alto, hasta un 20% más elevado que el coste de ensamblar la anterior generación de automóviles", señaló la empresa de consultoría, que teme "graves problemas" de retorno de la inversión.
En los últimos años, las compañías europeas habían privilegiado el diésel para alcanzar sus objetivos de reducción del CO2 emitido, pero el escándalo provocado por los motores trucados de Volkswagen en el 2015 cambió sus planes.
Y la ventaja de los asiáticos, especialmente de los chinos, en las baterías y los motores eléctricos, preocupa a las mayores autoridades políticas de Europa, entre ellas la Comisión Europea, que llamó a crear un "Airbus de las baterías".