Descarga aplicaciones y contenidos en línea; juega FIFA y Atari, baila con Just dance ; toma bebidas energéticas; se alimenta de atún y galletas; conversa, crea conexiones y... no para ni para dormir.
Todavía así, una de las 500 tiendas de campaña lo esperan en el área de camping , en caso de que el cansancio llegue a vencer al entusiasmo.
Así es casi cualquiera de los curiosos, quienes, seducidos por la tecnología y sus invenciones, asistieron al llamado Campus Party, realizado durante los últimos cuatro días, en el centro de eventos Pedregal, en San Antonio de Belén.
El lugar parece un colegio en eterno recreo: los jóvenes caminan de un lado para otro, en busca de experiencias sorprendentes.
A la medianoche, son pocos los soñolientos y muchos los curiosos ojos, que siguen de cerca partidas de videojuegos o demostraciones de las gafas de realidad virtual Occulus.
El sitio se convierte en hogar, según Kevin Cruz, un salvadoreño de 21 años, quien quiso repetir la experiencia del Campus Party, que vivió en su país, en el 2014.
“En el Campus uno aprende, conoce, interactúa. Es como la Internet, solo que entre personas”, reflexionó Cruz.
Tienda adentro. Para él, acampar durante el evento es parte del disfrute. Su tienda es su habitación y aunque en el campus no hay mucho espacio para aburrirse, en ella tiene su cubo Rubik, su celular, una linterna y, por supuesto: su computadora.
Tampoco faltan la ropa, la sábana para poner en el piso –que conforme avanza la madrugada se pone más y más frío– y el paño, que se seca encima de la tienda de campaña.
Kevin vino solo, desde su país, pero en Pedregal se enteró de que no era el único salvadoreño. Otros jóvenes como Jessie Hernández, de 28 años, se acercaron también al evento.
“Aquí te encontrás con gente que tiene intereses parecidos a los tuyos y otros que solo vienen a jugar, a programar, a escuchar charlas. Te identificás y te denominás campusero”, contó la joven, quien es gerenta de experiencia de usuario en su país.
“Dormir acá es cansado, pero la gente lo hace porque así puede estar más cerca de todo. Una vez que has vivido eso, querés repetirlo”, aseguró.
En el campamento se crea una comunidad, en la que se reproduce a escala, lo que pasa en un barrio, en el mundo real.
“El camping es como tu casa. Tenés que aguantar a tus vecinos, desde el que ronca hasta el que mueve la tienda. Los que comen, los que están hablando y no se callan. Siempre hay alguien que duerme como piedra y uno no se explica cómo”, afirmó Hernández, entre risas.
Cerca de la una de la madrugada, el área de campamento apaga sus luces, pero la mayoría de tiendas están solas, vacías.
En cambio, el rincón de los gamers , como también se le conoce a los fanáticos de los videojuegos, está más activo que nunca.
Ahí igual conviven sofisticadas máquinas y viejas consolas.
Para algunos podría tratarse de cualquier evento, para la sancarleña Evelyn Morales, no. “Me gané una entrada, hice todo lo posible por venir. Viendo videos de otros países, pensé: ‘Yo tengo que estar presente ahí porque se va a hacer historia’”, dijo.
A esta diseñadora gráfica de 27 años le emociona conocer a gente de otros latitudes, oír las conferencias para obtener nuevo conocimiento y “estar en línea con todo lo nuevo”.
Depresión poscampus. En el Campus, la noche y madrugada también se aprovechan descargando contenido, pues si hay algo que caracteriza a este evento, es la velocidad de conexión a Internet que pueden experimentar sus participantes.
En la edición costarricense, los llamados campuseros tuvieron 6 GB, una velocidad que permite descargar una película de 1 GB, en un segundo. Tarea que tomaría 18 minutos, con una conexión residencial ADSL de 8 Mbps.
Por eso, una vez que se termina el Campus, no es raro que los asistentes padezcan “de depresión poscampus”, bromearon algunos de ellos. ¿En qué consiste ese mal? “A la gente que le gusta bajar muchas cosas, pasar tiempo conectado en su computadora. Acá tienes acceso a velocidades que no vas a tener luego”, afirmó Hernández.
“Usualmente, hay bromas de que cuando llegás a tu casa del Campus y te conectás, es como regresar a la realidad... esperar que carguen las páginas otra vez”, bromeó .
Larga jornada. Un día en el Campus Party finaliza cerca de las tres de la madrugada, cuando el ruido, las sombras y las improvisadas linternas del celular se multiplican, entre los pequeños pasillos que dividen las tiendas de acampar. Y empieza tres horas más tarde, cuando un concierto de alarmas le notifica a los campuseros la llegada de nuevo día de conocimientos.