De El Coloso sale música estruendosa de reggaeton. Un grupo de adolescentes, probablemente del liceo Antonio Obando Chan, hace fila para entrar a ese gimnasio, ubicado en Los Almendros de Barranca, en Puntarenas. Están disfrazados de conejitos y ataviados con pelucas de colores.
Esperamos a la viceministra de Vivienda y nos topamos con el estupor de lo que pareciera ser su extraño recibimiento. Una de las periodistas de Ministerio de Vivienda y Asentamientos Humanos (MIVAH) se asoma por la puerta y nos conduce hasta una salita contigua donde un grupo de señores, todos de la Asociación Tierra Prometida de Barranca, llevan puesta esa cara dura y tensa de cuando se discurren temas serios.
Los señores discuten sobre la plausibilidad de un proyecto de vivienda y allí, ni tan joven como los adolescentes que se visten de conejitos, ni tan adulta como los señores a su lado, está Ana Cristina Trejos, la viceministra. Ella concluye ese encuentro con una hoja que todos ven detenidamente y firman con solemnidad. Ahora, les corresponde visitar los terrenos donde la asociación planea construir las viviendas.
La temperatura llega a los 30 grados y dicen los lugareños que es un día fresco en Barranca. Eso hace más llevadero el subir y bajar en carros para conocer cada uno de los lotes. Enfundada en un pantalón de flores y unas tenis "todoterreno", Trejos camina por los zacatales y examina, con ayuda de un ingeniero, la factibilidad de cada lote.
Las intervenciones de Ana Cristina están cargadas más de preguntas que de promesas. Que si las tierras son del INVU, que si la escuela queda cerca, que si la zona está próxima a un manto acuífero, que cuál es la extensión total, que quién cercó el último terreno.
Luis Álvarez, un miembro de la Asociación va a la delantera en esa brigada de revisión y explica los detalles de cada terreno. Cuenta que llevan ya cinco años de trámites. Con este, serán tres gobiernos de gestionar un proyecto de vivienda en el tercer cantón con mayor cantidad de precarios del país, según estimaciones de la fundación Techo. Esperan que esta vez sí pueda concretarse.
Fuera del laboratorio
A los 26 años muchas cosas son posibles: casarse, viajar por el mundo, trabajar con pasión o quemarse las pestañas ante un tesis interminable. Para Ana Cristina Trejos –quien cumplió los 27 en julio– fue más que eso. A ella le ofrecieron un viceministerio y no pudo rechazar la propuesta.
Poco antes, estaba por terminar la carrera de Microbiología, de la que le restan todavía unos tres cursos, y cruzaba dedos para obtener un trabajo en el área de salud con una multinacional. Era algo "tranquilo y relax", relata, donde trabajaría desde la casa y viajaría unos cuantos días al mes. Si bien sus cercanos se sorprendieron con la noticia de que asumiría un puesto en la actual administración, ese parecía ser el cauce natural de un río que nació en San José pero que surcó Ciudad Neilly y San Pedro de Poás durante su primer año de vida.
Hija de agrónomos, Ana Cristina siempre fue curiosa y traviesa. "Desde pequeña ha sido muy decidida. Siempre había problemas, yo le decía que 'no' y ella decía que 'sí, y así'", cuenta su madre, María Murillo, quien asegura que su hija tiene, ante todo, un empuje admirable. Tanto es así que la pequeña Ana Cristina se prometió enseñarle a las maestras que podría portarse bien, a un nivel tal que llegaría a ser la presidenta de la escuela. Y lo fue.
Ese temperamento la siguió durante la escuela del barrio, en Vargas Araya, en San Pedro –ahora vive en Tres Ríos–, y el colegio Calasanz. Al llegar a la Universidad de Costa Rica se inclinó por una carrera entre la ciencia y la salud, donde tuviese poco contacto con los otros: la microbiología. Según recuerda ella misma, en ese tiempo era una persona muy diferente.
"Siempre quise algo de salud, pero medicina e ingeniería las descarté porque yo no quería trabajar con gente. Me decía que seguramente me deprimiría de estar viendo los problemas de todo el mundo. Estudié microbiología pensando alejarme de la gente y todo me salió al revés", recuerda Cristina.
¿Qué motivó el cambio? La conciencia de la anchura del mundo: el momento en que Ana Cristina cayó en cuenta que las cosas que muchos dan por hecho, como la educación superior, son un lujo que los 781 millones de adultos analfabetos en el mundo siquiera logran imaginar.
"Entonces llevaba un curso en la U, en generales, y una profe nos hablaba de la situación de Costa Rica y de otros países. A pesar de que los papás le dicen a uno que tiene oportunidades y que no las desperdicie, uno vive en un ambiente en que todo el mundo las posee y no se siente como el gran dichoso", manifiesta Trejos. Entonces, entró en un "rollo existencial" que la hizo notar, en las puertas rayadas de un baño de la Universidad de Costa Rica, un sencillo papel bond.
"Tenía escrito 'En Costa Rica no existe la pobreza extrema' con el 'no' tachado y la casita de tres líneas (el antiguo logo de Un Techo para mi País). Fue lo primero que me encontré, pero siento que se me puso en frente del camino", dice. Era el 2006 y, de ese papel, se originarían las primeras construcciones de la fundación en Costa Rica. La microbióloga salió de los laboratorios para internarse en las aulas de la Escuela de Trabajo Social y entender todo lo que estaba presenciando.
La comunidad por oficina
Para Ana Cristina Trejos no es extraño visitar terrenos abandonados o lotes apropiados. Lo que sí resulta raro para ella es cumplir ese papel en posición de viceministra de Vivienda, así “tan joven”, tan “usted podría ser mi hija”, como muchos le dicen. Sin embargo, esas reacciones hacia su edad no han sido tan marcadas en los barrios como en espacios más formales.
“Usted puede ser joven y muy capaz, pero debe tener carácter para posicionarse en un medio como este. Si usted es una persona que va a agachar cabeza siempre, simplemente usted va a entrar a un puesto político a sentarse a hacer bodoquitos los cuatros años. La gente no se va a fiar porque lo que muchos quieren es que usted no estorbe. Si se tienen ideas y planteamientos que se quieren lograr y ejecutar, es necesario empujarlos y argumentarlos”, señala.
Allí ha debido sacar a relucir nuevamente un carácter fuerte, que aprendió a moderar durante los años en que trabajó con voluntarios en Un Techo para mi País, donde, desde el 2011, asumió la Dirección Social.
“En el comienzo, Ana Cristina era una persona más visceral, se dejaba guiar muchísimo más por la entraña y era menos racional en lo que hacía. Ella fue madurando y logró equilibrar su carácter para encontrar cosas como las que hace ahora, donde parte de un marco en el cual puede moverse con lo que ella más siente: en el trabajo en comunidad y escuchar a la gente”, indica Bernal Bolaños, actual gerente de Techo, como se ha renombrado la fundación.
La edad de la viceministra deja de ser un tema apremiante cuando demuestra que, de su trabajo en la fundación, aprendió al dedillo los procedimientos de acceso a vivienda digna y pudo hacerse una idea de las innumerables aristas del tema de la pobreza.
En los últimos meses de su gestión en Techo, trabajó en la formulación de un catastro de asentamientos que determinara el verdadero número de precarios en el país. Los resultados, presentados a finales de septiembre de este año, anunciaron que la pobreza en Costa Rica se disemina en 394 asentamientos.
Cada uno de ellos es una urgente necesidad de construir una comunidad que pueda hacerle frente, ella misma, a sus propias necesidades: desde construir un jardín en las áreas verdes comunes de un proyecto de vivienda hasta atender una situación crónica de pobreza. “El trabajo hombro a hombro une a la gente”, considera Ana Cristina. Ella cree en darle protagonismo a las comunidades, informarlas, hacerlas partícipes de los procesos que los sacarán de la pobreza. Un principio que intenta llevar al Ministerio.
Al Ministerio, cree Trejos, le corresponde mediar para que el Banco Hipotecario de la Vivienda (Banhvi) y el Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo (Invu) allanen los procesos y se evite el papeleo innecesario o la burocracia interminable. Para eso realiza giras, como la de Barranca: allí asesora a las comunidades sobre los terrenos más factibles para que sus planes de vivienda vean la luz y lo hagan bien. Tal vez construir menos, pero mejor.
“Es una visión progresista de hacer política de participación ciudadana. ¿Para qué sirve la participación ciudadana? Para que la gente se sienta incluida, para que se sienta más familiarizada con la solución que les vas a dar”, explica Trejos.
A Bolaños, que conoció a Trejos en una construcción de Techo en la zona sur, le motiva la labor que cree que podrá implementar la ahora viceministra. “Ella aporta mucho en lo que es el trabajo en comunidad. La juventud cuenta con varias cosas que pueden aliarse con la experiencia: la innovación, la fuerza y la entrega”, indica.
La danza del equilibrio
Era un domingo de abril. Ana Cristina y su esposo se alistaban para ver un espectáculo de danza aérea en el Festival Internacional de la Artes cuando recibió una llamada de un número privado. Llamaban de parte de Luis Guillermo Solís, quien la citaba para el día siguiente a las ocho de la mañana. De la impresión, Ana Cristina dijo que debía revisar su agenda y colgó. No tenía agenda alguna. “Ni siquiera tenía trabajo, estaba solamente terminando la U”, relata Trejos.
Su esposo, Mario Moreno, fue quien la motivó a ir y escuchar la propuesta. “Fue una combinación de sentimientos: mucho orgullo ante esa gran oportunidad y bastante susto. En su momento sentí miedo porque ya ella pasa a una lupa mucho más grande, a nivel país”, dice.
Recién había iniciado la reunión, cuando el presidente de la República y el ministro de la Presidencia, Melvin Jiménez, le propusieron el viceministerio de Vivienda. Ana Cristina, después de quedarse fría, de varios segundos de silencio, de tomarse el vaso de agua posterior a la sorpresa, se convirtió en la segunda ministra más joven de la actual administración (Ana Gabriel Zúñiga, viceministra de la presidencia, es un poco menor que ella). Su misión era impulsar cambios en el área social del sistema.
Debió, otra vez, aplazar la universidad. Ya lo había hecho cuando fue directora social de Techo, aunque había salido de la institución en el 2013 para retomar los estudios. Cuenta su madre que no le pareció nada raro, ya que ella misma aplazó sus estudios, en su caso para tener a sus hijos.
Cuando los retomó, Ana Cristina era la niña de tres años y medio que iba a clases de agronomía con su mamá y aprovechaba la clase para contarles chistes a los otros alumnos. Alguna vez, incluso, causó la interrupción de la clase de fertilizantes y enmiendas debido a la conmoción que causaron sus travesuras. “Siempre puede haber tiempo. Si en este momento ella lo que quiere es hacer eso, y eso la llena, pues que lo haga”, manifiesta Murillo.
El vertiginoso ritmo de los primeros meses de mandato se empieza a apaciguar. Mario dice que nunca ha sido un problema, ya que, desde el paso de su esposa en la Dirección Social de Techo ha aprendido a convivir con las giras y tiempos ocupados. “Como directora social ella trabajaba cinco días de oficina y fin de semana en las comunidades. La exigencia era de veinticuatro horas, los siete días a la semana”, relata.
“(El viceministerio) Ella no lo toma como un trabajo sino como un deber de poner a caminar muchas cosas que a través de la organización (Techo) no era tan fácil y ahora tiene más exposición para hacerlo”, añade Moreno.
Hay otra cosa que Ana Cristina debió dejar de lado: la danza aérea. No solo era un pasatiempo: daba clases y le generaba algo de ingresos. Ahora, espera volver por el simple hecho de distraerse y hallar, mientras se balancea en el aire, algo de equilibrio en una vida tan apresurada. Su labor en el Ministerio tiene un plazo y ese es parte del encanto: “Es lo rico de este trabajo. Uno sabe que es intenso, tenés un tiempo limitado, tenés que ponerte objetivos muy concretos y eso puede ser más bien muy energizante”.
La otra cosa que tiene plazo es el proyecto de vivienda que la Asociación Tierra Prometida quiere hacer en Barranca. La viceministra cuenta que deberán esperar hasta el segundo semestre del 2015 para que el proyecto llegue a la junta directiva. Ante la desilusión de los miembros de la asociación, la viceministra les dijo que queda mucho por hacer: revisar los expedientes de las familias que serán beneficiadas, capacitarse en educación financiera y, sobretodo, hacer comunidad.
Referencias: DKASA (Tel.: 2236–2600) Mango (Tel.: 2201–8248) United Colors of Benetton (Tel.: 2201–6204) Zara (Tel.: 2201–5060). Producción: Jairo Barrantes. Maquillaje: Velvet Salas y Yeimi Murrillo.