Marisa no se enamoraría de un gringo, pero definitivamente lo haría de un europeo. Mientras le da besitos a un ron con soda en la barra del bar Blue Marlin del hotel Del Rey, ella cuenta que los norteamericanos solo saben dar plata como si el mundo se acabara mañana, “dicen que solo se vive una vez, y después de dos meses ya no se acuerdan de una”.
Ahora mismo, en el bar solo hay unos pocos ciudadanos de oro de la
A principios de los 90, Costa Rica abrió un portal de lujo para el turismo ecológico; pero también entreabrió una puerta trasera, sin rótulo oficial, que le da la bienvenida a los viajeros que gustan de sexo por cien dólares. Esa es una entrada vieja como la otra, que le debe muchos clientes a la Viagra y que recibe tanto al maratonista sexual como al abuelo que quiere jugar a tener una novia latinoamericana.
Claro que todos vienen a Costa Rica buscando sexo, pero encuentran más que eso: una fraternidad alrededor del sexo barato y a las mujeres del trópico.
Un estadounidense muy parecido a Woody Allen vino a Costa Rica con su esposa en plan vacacional de playa. Se hospedaron en Jacó y, una noche que su esposa se durmió temprano, él salió al pueblo. Dos chicas le cerraron un ojo y poco después recibía sexo oral. En la siguiente visita al país, “Woody” tuvo la previsión de venir sin su esposa y, en la subsiguiente, ya no tenía esposa.
Este testimonio abre el libro
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Uno de los hallazgos del libro es que en muchas ocasiones –como en el caso de “Woody”– el llamado turista de naturaleza puede migrar al turismo sexual.
Esto también sucede con “turistas laborales”. Así lo confirma Bob, un estadounidense originario de Illinois que vive en el país desde hace dos años. Mientras empina una Imperial en un bar cercano al parque Morazán, Bob cuenta que hace siete años visitó Costa Rica por primera vez “sin saber nada del país”. Él vino a San José para una reunión de negocios. En su tercer día, ya estaba contratando servicios sexuales en el hotel Del Rey.
“Una gran mayoría de los turistas viene por lo que Costa Rica es, por las playas y las montañas, todo lo que hay de bello fuera de San José; pero un turista no tiene ninguna razón para quedarse en San José más que por las prostitutas”, dice Bob, quien dejó de pagar por sexo desde hace dos años, cuando se estableció con su pareja actual.
No existen cifras oficiales sobre la cantidad de turistas que llegan al país a contratar servicios sexuales.
No obstante, en un estudio terminado en el 2012 sobre el impacto del turismo en San José, el sociólogo ambiental de la Universidad Nacional, Eduardo Mora Castellanos, calculó que alrededor de 3.400 turistas pernoctan en una noche promedio en la ciudad, y que aproximadamente 400 son turistas sexuales.
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La prostitución es ilegal en Estados Unidos, con excepción del estado de Nevada. Según Bob, mientras que en Costa Rica se puede contratar una trabajadora del sexo por $100, la tarifa no baja de $500 en Las Vegas.
“La prostitución es legal aquí, ¿cierto?”, pregunta Matt mientras deja congelado el movimiento de una Imperial hacia su boca. Cuando se le ratifica que no es ilegal, se relaja y sigue bebiendo. Es un obrero de construcción neoyorquino de 30 años, y admite que es más joven que la mayoría de sus paisanos que vienen al país en busca de sexo. Matt cuenta que escogió Costa Rica –y no otro destino de la región– porque siente que es un país amistoso con los “americanos”. Los estadounidenses no pueden viajar a Cuba, y él no se sentiría tan seguro en Colombia o México. “En México está la guerra contra el narco..., uno sabe que seguramente no le pasará nada, pero tampoco quiere ser el uno de mil a quien sí le pasa”.
El hecho de que Costa Rica esté a solo cuatro horas desde Atlanta también lo hace un destino más apetecible que otros sitios populares para este tipo de turismo, como el noreste de Europa, Camboya y Tailandia.
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Jacobo Schifter afirma que, además del dinero y el tiempo de viaje, hay patrones racistas en los gustos de los norteamericanos y los europeos que vienen al país. Matt revela que, para él, todas las mujeres de Costa Rica “son un diez”. “Bueno, casi todas, pero también tengo que reconocer que estoy sesgado hacia las latinas”.
En su estudio, Schifter dice que la mayoría de turistas sexuales que vienen al país tienen entre 40 y 60 años, y son del medio oeste o el sur de los Estados Unidos. Principalmente son hombres blancos de clase media o media alta. El investigador se basó en los foros que existen en Internet sobre turistas sexuales en Costa Rica, los cuales realizan sondeos entre sus participantes.
Hay una percepción generalizada de que las drogas como Viagra y Cialis, que combaten la disfunción eréctil, apuntalaron el turismo sexual desde finales de los 90. En un reportaje sobre el turismo sexual en Costa Rica, publicado en marzo del 2007 por la revista estadounidense
Una muchacha colombiana, dominicana o tica, tomada de la cintura por un estadounidense de más de 50 años, es una escena común en las aceras cercanas al parque Morazán, en San José. El cuadro podría sugerir que hay una apertura total hacia el turismo sexual, pero el secretismo persiste. El uso de seudónimos en esta nota es prueba de ello.
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Matt, por ejemplo, dijo a sus amistades que vendría a Costa Rica por la “vida nocturna”, pero no entró en detalles. Bob afirma que para la mayoría de sus paisanos, en el país se aplica una máxima usada para la ciudad de Las Vegas: “Lo que pasa en Costa Rica, se queda en Costa Rica”. De la misma forma, un testimonio recogido por Schifter dice: “Nosotros no consideraríamos personalmente que lo que hacemos es algo indeseable o deshonroso. Sin embargo, apuesto a que la mayoría de nosotros no anunciaríamos nuestra afición al público”.
En
“Los turistas sexuales practican una especie de homosexualismo encubierto: son hombres que por primera vez buscan un apoyo de otros hombres, no para tener sexo entre ellos, sino para tener una solidaridad masculina compartida”, opina.
El investigador Eduardo Mora también señala otro indicio de la formación de una identidad propia. Él llama la atención sobre el hecho de que los turistas han llamado “Quebrada del Gringo” (Gringo Gulch) a la zona circundante al hotel Del Rey que incluye bares, casinos y
“La Quebrada del Gringo a veces parece ser, más que un fenómeno geográfico o sociológico, un mito cultivado por los turistas sexuales para sentirse conquistadores del sexo en tierras extrañas”, afirma Mora.
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Schifter dice que existe una diferencia clara entre dos tipos de turistas sexuales. Están quienes vienen a tener todos los encuentros posibles –como el turista que en un foro alardeaba con que supuestamente tuvo sexo con 37 mujeres en diez días–, y están los que se autodefinen como
“En estos casos, el comercio sexual involucra sexo y dinero, pero ambas partes buscan más que eso”, dice Schifter. Asimismo, afirma que este tipo de vinculos diluye la relación entre el cliente y la trabajadora del sexo, y ella empieza a realizar funciones de guía turística, le ayuda con trámites bancarios, lo acompaña a citas médicas... “Algo que tortura a los turistas en los foros es saber si las lágrimas de estas mujeres son verdaderas, porque lloran como magdalenas cuando los van a dejar al aeropuerto”.
Marisa, la chica que sigue besando su ron en el Blue Marlin, termina confesando que sí se ha enamorado de varios clientes, pero todos ellos eran europeos. Son más inteligentes, dice, son menos ansiosos para tener sexo, y también pagan por la charla y la compañía.
Las divisas por turismo para Costa Rica sobrepasaron el año pasado las cifras anteriores a la crisis mundial del 2008. No obstante, en el hotel Del Rey no se nota el repunte económico.
Marisa explica que las cosas se han puesto más difíciles en San José desde que el aeropuerto de Liberia ha tomado más importancia. Tampoco ha ayudado el que Jacó haya ganado relevancia para aliviar la excitación del estadounidense.
Es una velada lenta en el bar: el número de chicas dobla fácilmente al de potenciales clientes. Lamentablemente para Marisa, no hay un solo europeo a la vista esta noche. Ella se conformaría con un gringo o incluso con un tico; pero hoy no parece ser su noche.
“No sé cuántos de ustedes, caballeros, han visto de verdad cómo vive la mayoría de estas mujeres, pero es muy triste y deprimente”.
Este testimonio de un turista sexual fue recogido por Jacobo Schifter en su libro Viejos verdes en el paraíso. Rodeados por un ambiente que promueve la fantasía, esta cita rompe el encanto.
La imagen de mujeres que preferirían no prostituirse no es parte de un edén de placer. Tampoco lo es la idea de un negocio que podría servir de marco para delitos, como la prostitución forzada o la explotación sexual infantil.
En un sondeo entre 840 trabajadoras sexuales de nueve países (sin incluir Costa Rica) realizado en el 2003, la psicóloga clínica estadounidense Melissa Farley reveló que una mayoría de mujeres quería dejar su oficio (por ejemplo, 68% en México y 97% en Colombia).
Revista Dominical no halló datos oficiales que muestren la magnitud del comercio sexual en el país. De hecho, el Instituto Costarricense de Turismo ni siquiera acepta el término “turismo sexual”, y por tanto, no lo ha contabilizado.
“Tenemos turistas que dentro de sus actividades incluyen servicios sexuales. Mientras sea algo consensuado entre mayores de edad, eso no es delito”, declaró el jefe de Gestión Turística, Hermes Navarro.
El jerarca subrayó que Costa Rica posee controles estrictos para combatir al extranjero que viene a tener sexo con menores de edad.
La directora de Alianza por tus Derechos, Rocío Rodríguez, afirma que ahora hay mejores herramientas contra explotadores sexuales infantiles, pero sigue siendo difícil condenar a los extranjeros que pagan por estos delitos.
Schifter no niega que haya pedófilos que participen del turismo sexual, pero dice que los turistas estudiados por él los rechazan, porque generan una atención negativa hacia todo el grupo.
La Coalición Nacional contra el Tráfico Ilícito de Migrantes y la Trata de Personas identificó 36 casos de prostitución forzada y explotación sexual infantil entre el 2010 y el 2013.
Ana Hidalgo Solís, de la Organización Internacional para las Migraciones, opina que aún faltan mayores controles para restringir el ingreso de personas que tengan el perfil de explotadores sexuales. Agregó que hace falta una mayor vigilancia en redes sociales y en empresas de modelaje que suelen reclutar víctimas.
“No sé cuántos de ustedes, caballeros, han visto de verdad cómo vive la mayoría de estas mujeres, pero es muy triste y deprimente”.
Este testimonio de un turista sexual fue recogido por Jacobo Schifter en su libro Viejos verdes en el paraíso. Rodeados por un ambiente que promueve la fantasía, esta cita rompe el encanto.
La imagen de mujeres que preferirían no prostituirse no es parte de un edén de placer. Tampoco lo es la idea de un negocio que podría servir de marco para delitos, como la prostitución forzada o la explotación sexual infantil.
En un sondeo entre 840 trabajadoras sexuales de nueve países (sin incluir Costa Rica) realizado en el 2003, la psicóloga clínica estadounidense Melissa Farley reveló que una mayoría de mujeres quería dejar su oficio (por ejemplo, 68% en México y 97% en Colombia).
Revista Dominical no halló datos oficiales que muestren la magnitud del comercio sexual en el país. De hecho, el Instituto Costarricense de Turismo ni siquiera acepta el término “turismo sexual”, y por tanto, no lo ha contabilizado.
“Tenemos turistas que dentro de sus actividades incluyen servicios sexuales. Mientras sea algo consensuado entre mayores de edad, eso no es delito”, declaró el jefe de Gestión Turística, Hermes Navarro.
El jerarca subrayó que Costa Rica posee controles estrictos para combatir al extranjero que viene a tener sexo con menores de edad.
La directora de Alianza por tus Derechos, Rocío Rodríguez, afirma que ahora hay mejores herramientas contra explotadores sexuales infantiles, pero sigue siendo difícil condenar a los extranjeros que pagan por estos delitos.
Schifter no niega que haya pedófilos que participen del turismo sexual, pero dice que los turistas estudiados por él los rechazan, porque generan una atención negativa hacia todo el grupo.
La Coalición Nacional contra el Tráfico Ilícito de Migrantes y la Trata de Personas identificó 36 casos de prostitución forzada y explotación sexual infantil entre el 2010 y el 2013.
Ana Hidalgo Solís, de la Organización Internacional para las Migraciones, opina que aún faltan mayores controles para restringir el ingreso de personas que tengan el perfil de explotadores sexuales. Agregó que hace falta una mayor vigilancia en redes sociales y en empresas de modelaje que suelen reclutar víctimas.