Transcripción del texto e introducción: DIEGO ARGUEDAS O.
En una casa en el centro de Cartago, decorada con flores, fotografías y un piano, una magistrada y una educadora hablaron de su relación como madre e hija.
Cuando terminó esta entrevista, Zarela Villanueva Monge, presidenta de la Corte Suprema de Justicia, se levantó del sillón que ocupaba al lado de su madre, se acercó al piano donde reposaban unos retratos y tomó una foto decolorada por el tiempo, de una mujer ceñuda. “Es mi abuela materna, no le gustaban las fotos”.
La rigidez de la abuela Arias parece haberse ido diluyendo: en poco más de una hora de conversación, la magistrada Villanueva y su madre, Teresita Monge Arias, charlaron joviales, a veces llegando a las carcajadas. Hija mayor de una hija mayor, ambas dicen compartir la energía que las caracteriza, la pasión por la cocina y las flores, y “el querer cumplir con todo”.
La magistrada dice haber aceptado “entrevistar” a su mamá para rendirle homenaje, pues en una familia de seis hijas y un hijo, con políticos, juristas, comunicadores y educadoras, la madre es a veces la menos visible.
–Mami, quería que me contaras de tu niñez y juventud en Cartago, vos que sos hija de un agricultor y de una mujer que tenía una lechería.
–Vengo de una familia humilde, trabajadora, de mucho arraigo y trabajo. Ellos, de acuerdo con sus medios, así nos criaron. Por ejemplo, yo les digo a mis hijas que ahí no había giro del Gobierno; el giro del Gobierno era la cosecha de frijoles, papa o maíz que sembraba mi papá. Cuando yo llegaba del colegio y decía: “Ay, mami, vieras qué zapatos más lindos vi”, ella contestaba: “Ah, sí; apenas tu papá coja el maíz o la papa, te los compramos”. Ahí no había giro el 1.° ó el 15.
–Entonces, antes no estrenabas siempre, ¿verdad?
–No, no…
–Y nos acostumbraste también a que nos vestíamos bien para los domingos.
–Ajá, estrenábamos en Nochebuena, Semana Santa, La Pasada. Eran como tres o cuatro estrenos al año.
– Mami, y así comenzamos nosotros también. Estrenábamos en esas mismas épocas.
–Sí, es cierto.
–Bueno, y vos eras la única mujer, con dos hermanos, y también eras la mayor. Te he oído decir que tenías que hacer trabajo en la casa o cuidar a tus hermanos.
–Éramos tres, y un poquito distanciados en edad, y mamá quería darme a mí la responsabilidad de cuidar a mis hermanos, por ser mujer y ser la mayor. Como única mujer, me controlaban desde la mañana hasta la noche; a mis amistades, a los muchachos. Venían los bailes del colegio y me decían: ‘No podés ir mucho a bailes’. Mi educación fue así.
– Algo que vos nos transmitías, que hay que ser deseado y no sobrado. A vos te decía eso tu mamá y luego vos nos lo decías a nosotros.
–Iban saliendo ellas para una fiesta y yo les decía: ‘Acuérdese que uno tiene que ser deseado y no sobrado’. En todo, verdad, para que no sea mal visto. Yo creo que no solo en esos tiempos, sino también ahora, aunque quede uno como chapado a la antigua. Mi mamá decía que una mujer es como una flor, y yo se lo decía a ustedes. Eso de estar bailando y todo, se ajan, las flores se ajan.
–Me acuerdo también de otra cosa que me contás, que vos tenías que lavar los platos con ceniza.
–Sí, y mi mamá tenía cocina de leña. Vea usted. Cuando yo tenía novio, mamá –que era tan celosa y cuidadosa– puso la cocina de leña a la orilla de la ventana para estar ella tostando el café y controlándome. Y Dios guarde me pasara yo de las 9 de la noche, porque salía ella a meterme.
–Sí, tu mamá, la ‘Macha Arias’, era conocida por su carácter muy fuerte, porque imponía disciplina. Vos has contado que el suave era tu papá. Y, ¿cómo te hiciste maestra en esa época en que te limitaban tanto?
–Yo salí bachiller y desorientada, porque siempre me han gustado mucho las artes y quería orientarme hacia las Bellas Artes, pero no estaba muy segura. Tenía un primo cuyo papá era el director regional y él estaba trabajando como bachiller-maestro. Me dijo que, como no me había decidido, que pensara si me gustaría probar como maestra. Le dije que me encantaban los niños y él me dijo que ahí aprendía. Apenas hubo un permiso, me fui a la Escuela de El Carmen, en la zona rural, donde estuve 12 años.
– Me acuerdo que te íbamos a dejar a la escuela y recuerdo a tus otras amigas maestras. Todavía ves a los alumnos en el mercado y te conocen y hasta te visitan.
–Anoche, que fuimos a comer, llegó un muchacho y me dijo: ‘¿Usted se acuerda de mí?’ Yo le dije que sí, pero qué me voy a estar acordando. Un abogado era.
–Primero fue en la Escuela del Carmen, que parecía muy lejos de Cartago. Luego te casaste y te hiciste maestra.
–Como yo era bachiller, tenía derecho a trabajar dos años con el Gobierno, pero ya después tenía que ver. Después, vino el Gobierno en que Estela Quesada fue ministra de Educación, y ella se preocupó porque los maestros bachilleres no eran suficientes y debíamos tener el título de normalista. Por eso implementó un plan piloto en Cartago y todos los profesores fuimos trasladados al San Luis Gonzaga. Fueron cuatro años, de lunes a viernes, de 8 a 3 de la tarde, y cursos intensivos en vacaciones. Y así nos graduamos de normalistas. En ese tiempo, tuve como tres hijos.
–Hablemos de nosotros, de nuestra familia. Éramos ocho, somos seis mujeres y un hombre. Y tuviste otro varón, Jorge Luis, que fue un niño especial. Cómo hacías con esa familia tan grande y un niño especial.
–Fue una lucha muy grande, pero todos los frutos que he recogido... Yo les he dicho a ustedes que hay que trabajar; pero también hubo personas muy colaboradoras, que nos ayudaron.
”Después, pasé corriendo y corriendo todo el tiempo: horarios opuestos; cuando yo iba por la mañana, ustedes por la tarde. Pero ya estaban como disciplinados: había que trabajar, había que estudiar, había que correr. Yo fui una aventajada de que me dejaran trabajar, porque antes la mujer se preparaba para atender a su esposo y a los hijos. Pero el trabajo en el magisterio viene siendo como un complemento de la familia porque uno sigue con los hijos.
–Eso nos sirvió para verlo como normal, porque vos estabas fuera, pero yo nunca sentí que no estabas. Siempre me encantó tu cocina, tu pan, tus galletas. Cuando aquí no se conocían muchos platos, vos ibas a clases y los hacías. Claro, había gente que te ayudaba.
–En esa época, tenía personas que me ayudaban, de muy buenos sentimientos. Había cariño...
–Hablemos de nosotros. Seis hijas, un hijo y otro hijo que murió a los ocho años. Era un niño especial y nuestra familia vivió siempre unida.
–Esa es una especialidad que Dios me dio; él fue el tercero y tuve cinco hijos más. Fue raro, fui criando a todos los hijos alrededor de un chiquito, hasta que Dios quiso.
–Mami, ¿y el estudio de nosotras y de Luis (Gerardo)? Nunca nos dijiste que teníamos que estudiar. Pero algo nos transmitieron porque tenés dos periodistas, tres abogados, un especialista en turismo, una trabajadora social. Y vos no te sentaste a hacer tareas con nosotros.
–Nunca. Ahora oigo a los nietos que le dicen a la mamá: ‘Me das tres mil pesos porque tengo que ir a la clase de inglés o de matemática’. ¿Qué hubiéramos hecho económicamente? No hubiéramos podido.
–¿Alguna vez pensaste que tus hijos iban a estudiar como lo han hecho?
–Ay no, no lo pensé, pero sí tenía mucha esperanza de que este grupito iba a salir bien, que Dios me iba a ayudar. Porque eso siempre he sido yo: muy piadosa, muy rezona y siempre le pido a Dios. Cuando yo me iba a casar, una señora me dijo: ‘¡qué sorpresa, yo pensé que usted se iba a hacer monja!’
–Te pusieron el hábito. Vos siempre me decís que tenga presente eso.
–Sí, mamá me lo puso tres meses y te pido que lo tengás presente para la muerte.
–Esa es una cosa importante mamá: la fe que nos tenés y nos has transmitido. Mi hijo te llama para que recés por él.
–Todos mis nietos me llaman porque van para un examen. Abuelita, te acordás de ponerme la velita’.
–Y como todavía te acompaño cuando rezás, veo que ha habido cambios en los rezos. Antes era para que Dios nos librara de los peligros de alma y de cuerpo. Ahora es ‘líbranos de los asaltos’...
–De los accidentes, de los secuestros, de las violaciones y de los ladrones. He cambiado mis rezos de acuerdo con las necesidades de la época. Y yo quiero que a todos los proteja Dios. Esa es la fe mía, tengo una gran fe.
–En Navidad, hacemos la Corona (de Adviento) y rezamos los domingos.
– Sí, todos leen. Les gusta participar, todos lo hacen con fe, les gusta.
–Mamá, y ¿vos te sentís contenta con tu familia?
–Ay, ni me preguntés eso. Yo le digo a todo mundo que es una bendición de Dios; los hijos son una bendición de Dios y mi familia también. Cosas hay, porque no hay nada perfecto, pero mis hijos son un premio de Dios. Eso de que vengan los domingos los mantiene unidos.
–Y aunque cocinás muy bien, en esas reuniones de los domingos por la noche, la comida no es lo más importante. A veces discutimos y parece que peleamos, porque hay diferentes pensamientos y posiciones.
–Uf, hay que oír. A veces me asusto y digo: ‘Ay no; bajen, bajen”, porque se alteran los ánimos.
– ¿Cuál es tu secreto,cómo te mantenés bien?
– Mi papá murió a los 51 años y mi mamá, a un poquito más, pero muy jóvenes los dos. No supe qué enfermedades iba a sufrir, pero sí sé que ya lo he dado todo y los espacios que Dios me ha dejado son para mí. Nunca he tenido carro y no dependo de nadie para mi traslado. Voy al mercado de Cartago y al súper varias veces a la semana. Hago yoga, camino y nado como ejercicio.
–Otra cosa que nos has transmitido es que te gusta pasear. Tenés una hija en Guanacaste y te vas para allá. Una hija en Colombia y te vas para allá. Tuviste una hija en México y te ibas para sus embarazos.
–A todos mis nietos los bañé a los 40 días. Hasta a México fui; a todos a los 40 días. Y a todos ustedes les enseñé.
–A todo lado paseás y nunca decís que no…
–Quién sabe, si fuera lo contrario, qué estarían diciendo. Pero me siento muy contenta de ser así. Sí; me da miedo, y a Dios le digo: ‘Diosito, no sé cómo me voy a enfermar o cómo me voy a ir’. Me tengo que ir, pero no sé cómo.
–De tus hijas y tus hijos, ¿estás contenta?
–Muy contenta. A todo mundo se lo digo, no me puedo quejar de ellos.
– ¿Qué creés que pensaría tu mamá de tu vida ahora?
–Yo creo que estaría muy contenta.
– Mami, pienso que has vivido en congruencia con lo que tu mamá te enseñó y con lo que vos creés.
–Ella me dijo cuando me casé: ‘Acordate que es para toda la vida. Bonito, feo, bueno o malo”. Pero yo, a ustedes, nunca en la vida les he dicho eso, jamás. Yo jamás le voy a decir a una hija: ‘Bonito, feo, bueno o malo, te lo aguantás’. Nunca, nunca.
–A pesar de tus creencias o de tus valores, nunca te has asustado de la vida que hemos tenido, de lo que hemos hecho o nos ha tocado, que no siempre es lo que vos querés o te gustaría.
–Yo digo que deben tener el valor para aceptar las cosas que Dios nos manda, buenas o malas, pero hay que seguir por el camino recto.
–Otra cosa: vos sos una mujer alegre. La única que se toma un whisky en las fiestas sos vos.
–Pero, ¿sabés por qué? El doctor me dice que, como soy hipertensa, solo puedo tomar whisky. Entonces me pido un whisky.
–Porque en nuestras fiestas, la comida es toda una ceremonia. Lo fundamental es la comida, no el licor. Solo a vos te gusta el whisky, al menos, más que a mí.
– Eso es porque ustedes toman mucho vino; a mí no me gusta el vino.
–En otro tema, ¿cuál es tu sensación por la visibilidad que tu hijo y algunas de tus hijas han tenido. ‘Nani’ en el periodismo, ‘Circe’ en lo diplomático, Luis en política, ‘Tere’ y ‘Lucy’ en la educación, y yo que he sido jueza? ¿Cómo asumís eso?
–Yo lo que siempre digo es: ‘¡Qué Dios más grande! ¡Qué hijos me ha dado! ¿Cuál ha sido mi aporte para que ellos puedan llegar donde están?’ Y la de su papá. Creo que ustedes son muy responsables, siempre estudiosos, disciplinados, sometidos a las reglas de la casa.
–¿Cómo me ves a mí en mi rol de mamá? ¿Qué he aprendido de vos?
–¡Qué mamá más dedicada a sus hijos, más cariñosa, qué abnegada! Y así has servido de ejemplo para tus hermanas. Y eso que a veces es difícil cuando se trabaja fuera del hogar.
–¿Qué creés que heredé de tu personalidad?
–Primero que todo, la fe; sos una mujer de mucha fe, Dios te ha probado de muchas formas y vos siempre has estado con Dios. Él no te abandona.
– Es cierto. ¿Y alguna otra cosa que heredé de vos?
–Que te gusta cocinar, que te gusta andar en esto y en lo otro; arreglarte, siempre llena de ilusión, de fuerza.
–¿Qué consejo das ahora a las madres?
–Que no se initimiden, que no se pongan tristes, porque esa es la vida: una lucha. Que no todo es malo ni todo es bueno, porque siempre hay un balance. Pero con los hijos, hay que saber siempre adónde están, con quién están y qué están haciendo.
–Y vos, ¿esperás que haga algo por vos?
–A mí todo me lo han dado en vida. Yo no espero más que verlos siempre unidos, por los buenos caminos.
Vos también tenés que estar muy contenta, porque siento que he tenido una mamá como ninguna otra.