“¿Voy a ir al cielo?”, preguntó Bao Ronting a su entrevistadora en uno de los tres programas sobre su caso que se emitieron antes de que fuera ejecutado. Impactada, la periodista comprendió que había presenciado en primera fila la transición entre la vida y la muerte y sintió pena por el condenado, pero, al mismo tiempo estaba convencida de que se merecía ese final.
Bao Ronting era abiertamente homosexual, algo inusual en la conservadora cultura de China, aunque la razón por la que fue sentenciado a la inyección letal fue que asesinó a su madre.
La suya fue una de las historias que se desarrollaron en el
El
En un reportaje publicado por el periódico
Traición, contrabando, asesinatos y rebeliones armadas son cuatro de los 55 delitos que se castigan con la pena de muerte en China. Sin embargo, el programa solo elegía entrevistar a los autores de homicidios violentos.
Nunca se entrevistó a un prisionero político y, en todos los casos, se contó siempre con la aprobación del alto tribunal de la provincia de Henan, donde está la prisión.
El
Los críticos de
De hecho, subrayan, el eslogan del
En la entrevista concedida a la BBC, Ding Yu explicaba que los condenados solían mostrarse agradecidos por la oportunidad que se les daba de ser escuchados. “Algunos criminales que he entrevistado me han dicho: ‘Gracias por permitirme decir muchas cosas que tengo en el corazón; en la cárcel no había nadie dispuesto a hablar del pasado’”, manifestó la reportera a la BBC.
No obstante, organizaciones como Amnistía Internacional llevan años de denunciar el espacio, acusándolo de que “naturaliza” la pena de muerte. De paso, han reiterado las críticas contra China por violar los derechos humanos.
“La aplicación de la pena capital en un sistema reservado, al que le falta independencia judicial y defensa de derechos humanos, es altamente problemática. Además, cualquier programa público sobre la pena de muerte debería incluir datos fundamentales como, por ejemplo, la negativa del gobierno a dar estadísticas del número de personas ejecutadas cada año”, manifestó a la agencia de noticias DPA Nicholas Bequelin, un investigador de Human Rights Watch residente en Hong Kong.
Aunque el Estado chino no brinda datos sobre la cifra de personas que son condenadas a la pena capital, todo sugiere que, en esta materia, China está a la cabeza en el mundo.
“Lo siento y lo lamento por los condenados, pero no simpatizo con ellos. Les toca pagar el precio por su maldad”, sentenció la entrevistadora Ding Yu .