Fortaleza, Brasil. Llegó el día cero. Ese que todos los costarricenses esperábamos desde hace ocho años, cuando la Selección perdió ante Polonia en la fase de grupos de Alemania 2006.
Aquella vez, hubo mucha amargura y desazón. Fue la tercera derrota en tres partidos. Volvíamos a casa en sombras.
Después sucedió lo mismo de siempre: unos meses después todo mundo volvió a creer. Seguramente será igual, pase lo que pase en esta Copa. El tiempo lo cura todo y así debería ser.
Pero qué ganas de sentir otra cosa. Ojalá todo lo opuesto.
En cuánto a fútbol se refiere, supongo que no existe un momento de más ansiedad que el de antes de debutar en un torneo tan importante como este.
Hoy, dentro de la incertidumbre, hay esperanza. Hoy, hasta el sueño de ser campeones del mundo está vivo. Hoy, todos estamos felices y motivados de tener a Uruguay, Italia e Inglaterra en nuestro grupo.
Todos metidos de lleno. Si no que se lo expliquen a todos los seguidores ticos que caminaron ayer por las calles y playas de la ciudad de Fortaleza con su camisa de la Tricolor. Ninguno dijo que perderemos.
También a todos los periodistas que nos volvimos a ver con la piel completamente erizada apenas entramos a la impresionante Arena Castelão de Fortaleza y vimos que ya de arriba colgaba nuestra bandera. Ninguno dijo que perderemos.
Y mucho más a los jugadores que irradian un aire de confianza y optimismo demasiado alentador en sus caras, en sus gestos y en sus declaraciones. Ninguno dijo que perderemos.
Ahí es donde el partido de hoy contra los charrúas se vuelve “trascendental”, tal y como dijo el técnico colombiano de la Tricolor, Jorge Luis Pinto.
Si se saca algo positivo, lo que sentimos hoy se llevará en las maletas hasta Recife para el partido del viernes ante la Azurra . Y luego a Belo Horizonte para el del 24, ante los británicos.