¿Vieron a Luis Suárez en el partido de Uruguay contra Venezuela? Se quería comer al maestro Tabarez, que seguro ha de haberse asustado, dados los antecedentes con mordidas del delantero celeste. Pero el Profe no aflojó y lo mantuvo en la banca, pese a los reclamos y a los manotazos que dio.
Pero a mí esa imagen me encantó. El tipo quería jugar pese a que, médicamente, el desgarro no había sanado. Deseaba ir a la cancha por su Selección, arriesgando el contrato millonario que tiene con el Barcelona, a costa de que la lesión fuese al día siguiente más grande y la sanación más lejana.
Quería jugar. Se puso a calentar sin que nadie lo mandara, pues el técnico lo reportó en la lista de lesionados. Antes del tercer cambio, se despojó del chaleco y empezó a trotar, pero cuando Tabarez hizo ingresar a un compañero, asumió pose de león enjaulado. Iba y venía a lo largo de la banca, vociferaba y golpeaba con el puño la lámina que separa a jugadores del cuerpo técnico.
¿Quién no querría tener a un loco de estos en su Selección? Lo recuerdo en el último minuto del alargue frente a Ghana, en el Mundial de Sudáfrica: se fue expulsado porque salvó con la mano el gol que eliminaba a la Celeste en cuartos de final. Antes de perderse en el túnel, lo vi celebrando como loco el fallo de Asamoah en el cobro del penal. Una especie de antihéroe para el mundo, un tipo que ensució el juego limpio, pero que en su país era el dios de la mano divina.
Después de eso, vino la mordida a Chiellini, un defensor italiano vestido de santo, durante el Mundial del 2014. Volvió a llorar por el castigo de nueve partidos con la selección. Entonces lo acribillé y dije que un tipo así encarnaba el antifútbol, el bajo mundo de un deporte que necesitaba gente decente.
Pero la imagen del viernes me hizo pensar. El amor de Luis Suárez por su selección, aun y con todos sus pecados, es un himno al patriotismo, un ejemplo de comunión con su pueblo, un derroche de pasión por esa camiseta que no le da de comer, pero que lo viste de orgullo.
Ya quisiera 11 ticos vestidos a lo Suárez. Y no jugadores que esperan la convocatoria a la Selección para arreglarse la nariz, hacerse “el pedicure ”, negociar el contratito nuevo allá en el otro mundo, o simplemente, descansar de esa vida tan difícil que el fútbol les depara.