Yo lloro, él llora, ella llora, usted llora, nosotros lloramos, vosotros lloráis, todos lloran, Carlos Watson llora y, sobre todo, Hernán Medford llora. Con esta conjugación, en todas las personas posibles, espero y deseo no gastar más tinta y papel después de hoy en tanta lloradera.
Es llorar sobre llorado.
A Medford le reconozco un sinnúmero de virtudes, pero pedirle a la prensa arremeter contra la llorada de Carlos Watson cae lo necio. Medford tiene mucho más que ofrecer: sabe manejar un camerino repleto de jugadores que en cualquier otro equipo serían titulares. Necesitaría que el fútbol se jugara 20 contra 20 y aún así aquello no se le sale de control. Pregona un estilo ofensivo y cumple su promesa en la cancha. Hace rotaciones y no se le viene abajo el funcionamiento. En fin: sus conferencias a veces no están al nivel de su calidad como técnico.
No menos virtudes podrían enumerarse de don Carlos Watson. Incluso me cuesta escribir su nombre sin el “don” por delante, ante un señor educado, ajeno a las ofensas e insultos. Formador de jugadores, estudioso, especialista en aprovechar al máximo sus fichas, líder en el torneo anterior pese a mil bajas, no necesita caer en el discurso de persecución.
Algo, no sé qué, lo está llevando a mostrar frustración, caer en el reclamo, creer víctima a Saprissa, con un papel que le queda mejor a otros que a él.
Resulta fácil encontrar fallos arbitrales en su contra -empezando por un clásico ante la Liga de gruesos errores-, tan fácil como hallar yerros que le han dado triunfos y hasta títulos al cuadro morado. La razón: el arbitaje ha fallado y sigue fallando. Hoy perjudica a uno, maña na a otro.
Simplemente le tocó a Bengtson estrenar un castigo (sobre las faltas fingidas que provocan penales o expulsiones) casi imposible de aplicar por parejo.
También veo con desconfianza la nueva regla, como expuse en su momento, pero eso de alegar persecución va contra la salud. Urgen mejores arbitrajes, sí, y menos víctimas.
Se graduó en la UCR, debutó en la revista Triunfo, hizo carrera en Al Día y hoy, con 30 años de periodismo, vive el partido de pie, al lado de la línea, como estratega de la sección deportiva de La Nación. A veces desearía entrar al campo como en los tiempos del Mundial Corea-Japón 2002 o los Olímpicos Londres 2012, pero lo suyo es hoy el banquillo
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