Heredia y Saprissa fumigados de la Concachampions. Con marcadores de 3-0 y 4-0, infligidos por nuestra “bête noire”: México. La liga mexicana es primer mundo. La nuestra es “Perro mundo” (película italiana de 1963). La Selección de Costa Rica en el 2014 sobre-representó el ínfimo nivel de nuestra liga, así como la Selección de México sub-representó la excelencia de sus cuadros ligueros.
Sin convicción, sin entusiasmo, como chiquitos arrastrados por la oreja para ir a la ópera, la Sele se faltó a sí misma el respeto e insultó a su afición empatando a cero contra Nicaragua y El Salvador, y cayendo contra Panamá 1-0 (en la Uncaf). ¿Para qué participar en un torneo sin fe, sin garra, sin voluntad? La anemia espiritual de Óscar Ramírez y sus once fantasmas nos despeñó varios puestos abajo en el escalafón de la FIFA.
Luego, la Sub-20, enfrentándose a rivales rústicos, primitivos, remanentes de la era paleolítica, logró clasificarse sobre su lecho de muerte, conectada a un sistema de respiración asistida, y debidamente confortada por los santos óleos.
Lo único presentable y competitivo en Costa Rica es la Sele cuando juega con sus titulares, que la banca propuesta por Ramírez este año fue un enjambre de ectoplasmas, once platos de babas, criaturas sin columna vertebral: fláccidos, blanduzcos.
Suprimir la vergüenza es cosa fácil. Basta con desprogramar las secreciones de adrenalina que generan dilatación capilar sobre las mejillas, y provocan el “sonrojo”. Así las cosas, olvidémonos de estos bochornosos baños de cuero, y concentrémonos en el problema capital: creamos una generación de vacío, un hiato histórico, una páramo yermo de talento. Fallamos en el relevo tras-generacional de la excelencia. Salvo Campbell, todos los paladines de Brasil 2014 serán treintones en Rusia 2018. La antorcha no pasó de mano en mano: el fuego sacro se extinguió, y no tuvimos corredores de relevos que lo custodiaran y transmitieran a las siguientes generaciones. Carecimos de continuidad, de sentido de linaje y perpetuación histórica. Borrachos de goles, no supimos cimentar una tradición, un proceso, una construcción tras-generacional. Nos embobamos con el fuego de artificio, no lo perpetuamos, no lo convertimos en luz de nuestras ahora tristes noches de fútbol.