Aprenda su nombre, amigo, porque es un espécimen en vías de extinción. Uno de esos guerreros de viejo cuño, animados por la ética de la lealtad a su equipo, esa noción que hoy hace reír a la gente, y que se llama “amor a la camiseta”.
Marco Reus juega con el Borussia. Uno de los grandes mediapuntas de la actualidad. Incisivo, raudo, punzocortante como un bisturí. Una filosa centella que saja las defensas rivales cual si de mantequilla se tratase.
Su equipo está en la fase de “cuidados intensivos” del descenso. No tiene ninguna posibilidad de disputar la Champions 2015. Cuando el barco su hunde, las ratas son las primeras en huir. Y el futbol está lleno de estos escurridizos roedores. El Real Madrid, el Barcelona, el Chelsea, el Arsenal, cortejaron a Reus con mega-contratos. El Bayern -monstruo tentacular- le hizo la “propuesta indecente”, esa a la que nadie dice “no”: 30 millones de euros. Es un viejo vicio del Bayern: compra a las estrellas de los cuadros rivales (para diezmarlos, porque después no los alinea). Como los virus, devasta un paraje, y cuando lo ha esterilizado, pasa a colonizar otro organismo. Así despojaron al Borussia de Götze y Lewandowsky.
Pero Reus respondió: “Dortmund es mi ciudad amada, y el Borussia el equipo que me formó. Le debo lealtad a esta maravillosa afición, y todavía puedo darle mucho a mi cuadro. Sigo con ustedes, compañeros”. Firmó la renovación de su contrato hasta 2019, ¡sin cláusula de rescisión!
Pelé-Santos, Beckenbauer-Bayern, Garrincha-Botafogo, Puyol-Barcelona: ¿qué pasó con las grandes lealtades, los jugadores “bandera”? Ahora tenemos chiquitas de pasarela que se venden al mejor postor. ¡Y todavía tienen el tupé de salir besando el escudito de sus equipos! ¡Amor de potrero! ¡Salud, Marco! ¡Cómo necesitamos esos músicos que persisten en tocar sobre el puente, aún cuando el navío se hunde! Pero no naufragará. Vos lo evitarás. Y cuando la FIFA asigne un balón de oro al más bello gesto de compañerismo del año -no sucederá antes de un siglo-, ¡ya sabemos quién lo ganará!