Fue el desenlace lógico de un equipo que nunca hizo méritos para reclamar un boleto a la siguiente fase. Termina como penúltimo del Invierno, y si no tiene cerca la fosa del descenso es solo porque la UCR está peor.
Cartago salió sobrerrevolucionado, como esos toros que pegan cuatro carreras apenas los dejan libres en el redondel. Los brumosos tenían un cuchillo entre los dientes, dispuestos a hacer daño, aunque sin orden en media cancha para traducir ese ímpetu en un futbol coherente.
Saprissa fue otra vez un rejuntado de voluntades, con una alineación diferente, la número 16 que usa en 16 partidos. Un equipo que llega al examen final sin esquema definido no podía aspirar a alcanzar una tabla de salvación.
Pese a sus tremendas carencias, los morados se las agenciaron para sostener su marco en cero ante un Cartago que deseaba arreglar el asunto cuanto antes.
A los brumosos se les acabó la gasolina muy pronto. Los tibaseños nivelaron las acciones y empezaron a controlar las acciones con su futbolito humilde. Con la pelota en los pies no fue mucho lo que pudieron hacer, salvo identificar grietas en la zaga rival.
El espejismo no tardó mucho en diluirse. Los morados no habían ganado de visitantes en todo el torneo y pronto vieron cómo se les evaporaba el modesto capital que habían construido en la fría noche de la Vieja Metrópoli.
Como al inicio, los cartagineses fueron más agallas que ideas , aunque lucraron de una eficiente jugada de bola muerta para emparejar los cartones y avivar la desesperación del cuadro visitante.
Saprissa empezó a meter delanteros, pero sobrepoblar la línea de metralla no era la solución. Chocó ante el muro del Cartaginés, que se dio por pagado con terminar de sellar la eliminación de su rival.
El 1-1, mediocre en cualquier caso, pone una lápida en un partido que será recordado durante muchos años: los aficionados pudieron presenciar al peor equipo saprissista de todos los tiempos.