Lo mejor del Alajuelense - Saprissa fueron las alineaciones. Muy a pesar de dos equipos aplicados, tácticamente ordenados, sin concesiones defensivas, todos nos sentamos a la espera de emociones, remates, paradas espectaculares y goles. Si no, buscaríamos en televisión una buena partida de ajedrez.
No se malentienda: nadie dice que el ajedrez es soso. Mis respetos para un deporte que nunca aprendí a jugar más allá del movimiento básico de piezas y la famosa e infantil apertura del Pastorcito. Los verdaderos conocedores del deporte ciencia sin duda descubren batallas campales, vertiginosos contraataques y sorpresivas emboscadas donde los demás vemos poco.
Quienes nos sentamos frente a un Alajuelense - Saprissa decisivo, en cambio, esperamos las emociones en juagadas frente al marco más que en piezas bien posicionadas producto del mérito táctico, un poco, pero no menos de la cautela, el escaso riesgo, el compromiso con el “cero errores atrás” a costa del poco atrevimiento adelante.
Si las alineaciones sorprendían un poco, con Bryan Ruiz, Celso Borges y Marcell Hernández en banca, a cambio de los punzantes Barlon Sequeira, Aarón Suárez y Gabriel Torres, aún más sorpresivas resultaron las incipidas acciones de juego.
¿Por culpa y mérito de un Saprissa paciente y bien plantado atrás, a la espera de un error? Sí. Pero también por una Liga que, pelota en pie, en busca de una grieta, aún carece de muchas alternativas cuando se le encierran. Le pasó también ante Herediano, incluso con un hombre más en casi todo el partido.
Lo que no logra la propuesta colectiva manuda, tampoco lo ofrece la individualidad. Sus jugadores, algunos muy desequilibrantes pero apegados al juego de conjunto, la asociación, el pase de distracción, no tienen el riesgo individual entre las primeras opciones, quizás muy comprometidos en cumplir el libreto del nuevo técnico.
“Yo tengo que darles más recursos al equipo”, admite el español Albert Rudé, sin mucho drama ni excusa.
Comercial: me gustan las conferencias del nuevo timonel manudo, sin enfados, sin rodeos, con argumentos, lejanas -y con todo respeto para Andrés Carevic- al “vamos a paso a paso” y “todo lo hacemos por el bien del equipo” con que el argentino respondía cualquier pregunta, así fuera sobre un cambio, sobre las carencias del equipo, sobre la alineación, sobre la actuación de un jugador.
Mauricio Wright, como Rudé, también suele argumentar aunque el “sometimos al rival” de esta vez no corresponde al clásico que vimos. Cuestión de criterios. Quizás habría sido más acertado un “controlamos”, “neutralizamos” o “contuvimos”. Y se vale, por qué no, regalar terreno y esperar, como reconoció Mariano Torres, para un planteamientos con muchas virtudes excepto el sometimiento del rival.
Bien, por el orden defensivo; bien, por la sigilosa paciencia, más aún con hombres como el mismo Torres o Christian Bolaños, acostumbrados a tener la pelota; bien, por su disciplina táctica. No debe resultarles fácil vivir sin el balón. Bien, por la dosificación, con los cuartos de final de la Liga Concacaf a la vuelta de la esquina. Mal, por el espectáculo.
¿Y quién dice que estaban obligados a darnos espectáculo?
La culpa no es solo de Wright o de Rudé, sino también de nosotros. Esperamos demasiado. Miramos demasiado las estadísticas, con Alajuelense y Saprissa como los equipos que más rematan (28 remates por partido, si juntamos el promedio de ambos). Confiamos demasiado en los antecendentes, con al menos cuatro goles en los últimos ocho clásicos. Creemos que los números juegan. Imaginamos demasiado. Somos culpables de exceso de expectativa.