Triste, sí. En Re menor, como el Réquiem de Mozart. Sombrío, opresivo, cargado de esas nubes sucias y grumosas que derrotan al sol durante largos tramos, y nos sumen en indefinible angustia. El desplome de Eduardo Li, nuestra figura de autoridad, ahora sometido a dieta de barrotes y grilletes.
El 6-0 de Heredia contra el América, el 6-1 de Saprissa contra Santos Laguna: dos mementos mediocritas: recordatorios de mediocridad. México resucitando de sus cenizas —lo propio de los grandes equipos— para recordarnos que su liga está a eones luz de la nuestra.
Los peores arbitrajes locales de que tengo memoria. Corruptos no por cuanto aceptasen sobornos o se prestasen a siniestros manipuleos. Nada de eso. Corruptos de manera pasiva: ejercer una función para la cual uno se sabe no calificado y derivar de ello un emolumento fijo es, también, una forma de deshonestidad. El rufián que le roba el monedero a una viejita es un “corrupto activo”. El funcionario que ejerce una labor para la que se sabe subcalificado y por la cual acepta un honorario, ejerce la “corrupción pasiva”. Libro de este juicio al siempre sólido Randall Poveda. El resto de nuestros silbateros nos regaló el año más lamentable en la historia del arbitraje nacional.
La fricción entre barras bravas recrudece, y vuelve a coquetear con la muerte, a guiñarle el ojo, a hacerle monerías. Cuando esta comparezca a la cita, el país llorará, y la prohibición del ingreso a los estadios de estas bandas de psicópatas será por fin hecha valer… pero ese “por fin” presupone el advenimiento inevitable de alguna histórica catástrofe.
Van ustedes a perdonar, amigos, pero no aplaudo el desempeño la Sub-17: un pinche triunfo (¡contra Sudáfrica!), dos empates y dos derrotas… nada que me mueva al arrobamiento.
Un campeonato en el que todo fue concertado para que Saprissa y la Liga escenifiquen un acto más de la saga “Historia de dos ciudades: Alajuela y San José”, paráfrasis cómica de Dickens.
Fracaso en la Copa Oro y posterior despliegue de barbarie, racismo y odio contra Chope. En la Copa de la Decencia y el Respeto, caímos al lugar 250. Año triste, sí. Incuantificable dolor individual y colectivo. Y eso no lo paliará la euforia de un campeonato morado o rojinegro. Nuestro fútbol está enfermo.