BARCELONA. ¿Qué tienen en común un japonés, un kuwaití y un mexicano? No es un chiste. Parados en una acera del barrio Les Corts, al oeste del centro de Barcelona, los tres tienen demasiado en común. Llevan gorro nuevo, camiseta y bufanda. Todo azul y rojo. En la mano, una bolsa que dice “Barcelona Futbol Club, Botiga (tienda)”. Vinieron dos días solo para ver jugar al Barcelona.
Los tres llegaron a este barrio de clase media alta en busca de la casa del mejor equipo del mundo en el deporte más popular del mundo. Se paran frente a la mole de cemento, ven hacia arriba y abren la boca por reflejo. Están frente al Camp Nou, ese que tantas veces han visto por dentro desde el televisor en sus países, con Messi cruzando la pantalla a todo tren.
El oriental Satoshi, el árabe Haitham y y el latino Daniel desconocen quizá que están en Les Corts, un barrio que antes fue municipio y que mucho antes fue pueblo. Están en uno de los barrios más orgullosos de su catalanidad.
Sería un barrio tranquilo, de poca faena, si no fuera por la llegada de casi 100.000 visitantes en los días de más furor futbolístico por el Barcelona. Esa es la capacidad de acogida del estadio construido en 1957, cuando la palabra “culé” ya servía para identificar a los aficionados del club a blaugrana. Se originó en el campo de juego anterior, en el mismo barrio, cuando los fanáticos veían los partidos sentados en la cresta de un muro y dejaban su trasero a vista de quienes caminaban por la acera exterior.
Este es entonces el barrio “culé”. Tiene sus plazas históricas y su iglesia, pero el Camp Nou (campo nuevo) es su referencia. En su costado principal, sobre la avenida Les Corts, bares y hoteles se ofrecen a los aficionados. Hay negocios normales de barrio y otros que emulan la mole de cemento de enfrente. “ Com nou ” (como nuevo) es el nombre de una tienda de decoración de interiores.
En otro costado está un cementerio lleno de nombres muy catalanes. Junto a él, como una especie de chiste blanco, está un hospital especializado en nacimientos. Cuando cortan las carreteras por algún partido importante en el Camp Nou, las embarazadas deben llegar superando retén tras retén.
También hay un centro oftalmológico, más hoteles, un banco y un parquecito pequeño en frente. Se llama “jardín Bacardí” (apellido catalán) y tras los partidos suele quedar sucio como el suelo en el campo ferial de Palmares, pero con latas rojas que dicen Estrella Damm, la cerveza local.
El mapa lo completan La Masía (antigua residencia para ligas menores) y el “mini estadi” que utilizan para los juegos de estas promesas, con una capacidad para 20.000 aficionados (más que el Alejandro Morera).
Además, está el Palau Blaugrana, un recinto para deportes bajo techo. Se suma la tienda oficial y el museo del FCB, que todos los años compite en visitas con Miró, Gaudí y Picasso.
El japonés, el kuwaití y el mexicano recorrieron todo esto. Ellos y miles de turistas.
El equipo blaugrana es uno de los puntales de la industria turística catalana, que creció un 5% en el 2011, un año en el que España solo vio crecer el déficit y los desempleados. En Les Corts tienen una mina de oro que atrae a miles.