Pocas elecciones en la historia reciente de Colombia han atraído tanto interés como las que culminaron el pasado 20 de junio, con el triunfo presidencial de Juan Manuel Santos. En parte, ello se debió a la reanimación de los tiempos democráticos, tras la decisión de la Corte Constitucional contra el proyecto de referendo que buscaba otra reelección de Álvaro Uribe.
Fue también motivado por grandes incertidumbres, en medio de la expectativa generada por la sucesión del presidente que más años ha estado en el poder desde inicios de la república. Tan extraordinario interés se mantuvo además gracias a los debates protagonizados por un rico menú de candidatos, amplio y plural.
Santos logró contundentes victorias en las dos vueltas contempladas por el sistema electoral. Con nueve millones de votos en la ronda final (69 %), el nuevo presidente recibió así un mandato claro para gobernar.
Su victoria nunca estuvo garantizada de antemano. Aunque en ausencia de la candidatura de Uribe las encuestas daban ventaja a Santos, su favorabilidad inicial estaba distante de las mayorías requeridas para el triunfo. Tuvo que desplazar a rivales dentro del uribismo, en particular a la conservadora Noemí Sanín. Y se vio enfrentado a Antanas Mockus, el ex alcalde de Bogotá que sorprendió por su emergencia como fuerte aspirante.
Exministro de Defensa de Uribe, Santos proyectó y defendió un explícito programa de continuidad que contribuyó sin dudas a su triunfo. Prometió consolidar la “seguridad democrática”, la política bandera de Uribe que, por sus éxitos, le permitió sostener altísimos grados de popularidad durante sus ocho años de gobierno.
Su identificación con la administración anterior provoca de inmediato interrogantes sobre la naturaleza y el rumbo de la sucesión: ¿será Santos mera continuidad de Uribe? ¿Logrará solucionar el conflicto armado que ha minado tanto la historia contemporánea del país?
Santos no era el candidato favorito de Uribe. En Colombia nunca ha existido tradición del “dedazo”, pero si Uribe hubiese podido escoger sucesor, este hubiera sido su exministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, derrotado en las primarias conservadoras.
Por supuesto que entre ambos hay coincidencias fundamentales alrededor de temas centrales como la seguridad y la economía de mercado. No obstante, solo quienes estén buscando contrapuestos extremos –cual contrincantes de la Guerra Fría-- ignorarían las importantes diferencias entre Santos y Uribe, en sus orígenes, personalidades, estilo, y políticas.
El que uno sea de la ciudad capital y el otro de provincia quizá no sirva mucho para identificar desemejanzas. Ellas se observan mejor en sus acciones. Y desde su elección, Santos ha marcado distancias. Nombró en su gabinete a algunos críticos y desafectos de la administración Uribe, como al ministro de agricultura Juan Camilo Restrepo.
Integró en su coalición gubernamental al partido liberal, en la oposición durante los años en que Uribe estuvo en el poder. El Polo Democrático se mantiene en la oposición, pero Santos se reunió con su ex candidato presidencial, Gustavo Petro, para dialogar sobre preocupaciones comunes.
Estas y otras acciones de Santos indican algo más que simples cambios en el estilo de gobernar, aunque no hay que desestimar el significado de tales cambios. Algunas iniciativas gubernamentales –como las leyes de restitución de tierras y de víctimas del conflicto-- han señalado además abiertas diferencias con el uribismo. Se ha inaugurado la nueva era del santismo.
El gran reto de todo gobernante colombiano sigue siendo el aparentemente eterno conflicto armado. Uribe obtuvo grandes éxitos en seguridad, reconocidos por amigos y opositores.
Ya bajo la presidencia Santos, la operación de septiembre pasado que dio de baja al líder militar de las FARC Jorge Briceño, “Mono Jojoy”, sirvió para reconfirmar la capacidad institucional del Estado, y el liderazgo del nuevo presidente en materia de seguridad.
Sin embargo, de allí a la paz negociada o a la derrota final de la guerrilla hay un largo camino. Santos no ha cerrado la posibilidad del diálogo con los grupos armados, bajo la condición de que abandonen la violencia.
La democracia colombiana salió fortalecida del proceso electoral de 2010. Alternación y continuidad no son aquí excluyentes: su combinación ha reafirmado confianza en los logros anteriores, al tiempo que ha abierto espacios para nuevos rumbos refrescantes.
* Eduardo Posada Carbó, Profesor en el Centro de Estudios Latinoamericanos del St Antony's College de la Universidad de Oxford; autor de