Señor Presidente, señoras y señores jefes de Estado y Gobierno, Delegados e invitados: Reciban un cordial saludo, que extiendo desde esta tribuna universal al conjunto de la humanidad. Tomo la palabra con renovado apoyo a las Naciones Unidas; a sus aportes a los derechos humanos, la paz, la seguridad, el desarrollo integral y sostenible, la tolerancia, la solidaridad, el respeto a la diversidad y al derecho internacional.
Es esta, sin duda, una organización de Estados, pero, más aún, lo es de pueblos, que desde sus particularidades abrazan y se cobijan en los valores humanistas y universales que la sustentan. En este momento, alrededor del mundo, esos valores y los compromisos que implican florecen, pero también sufren.
Podemos felicitarnos por los niños que reciben una buena educación y por los padres y madres que los ven crecer sin temor a que se hundan en la guerra. Nos inspiran los jóvenes, trabajadores y campesinos con oportunidades de vida digna; las mujeres que disfrutamos el pleno ejercicio de la igualdad. En este sentido, nos felicitamos por el nombramiento de la señora Michelle Bachelet como directora de la ONU Mujer.
Pero nos angustian las madres jefas de hogar que apenas pueden alimentar a sus hijos. Nos inquietan los adultos mayores que envejecen con privaciones y en soledad; los niños que viven en un vacío de afectos y estímulos; los agricultores que pierden sus cosechas por falta de mercados, crédito o buenas leyes. Nos llaman a la acción inmediata y concertada los efectos devastadores del cambio climático.
Y nos indigna que, aún hoy, haya mujeres a la espera de ser lapidadas, pueblos ahogados por la barbarie del genocidio, y armas nucleares que se acumulan mientras los graneros se vacían.
Al referirnos a las Naciones Unidas y la gobernanza global, debemos recordar que tal gobernanza comienza por el buen gobierno nacional. Pero, a la vez, el éxito de nuestra gestión local depende de un sistema internacional justo, eficaz, abierto y responsable.
Impulsamos el crecimiento económico, la apertura comercial, la responsabilidad ambiental y la transparencia política en un marco de libertades públicas.
Es este un curso de acción que se hunde en nuestra historia y que nos llevó a introducir la educación primaria gratuita y obligatoria en 1870, desterrar la pena de muerte en 1877, abolir el ejército en 1949, preservar el 25% de nuestro territorio en los años 60 y universalizar el acceso a la salud a mediados de los años 70.
Con frecuencia la historia, la geografía y las circunstancias nos determinan. Pero solo hasta cierto punto. El punto de partida debe ser el respeto al derecho internacional y los organismos multilaterales. Para un país desarmado y pacífico como Costa Rica, son ellos los principales instrumentos de su seguridad; el requisito indispensable para vivir en paz y potenciar el desarrollo.
Costa Rica, además de anfitriona de la conferencia que aprobó la Convención Americana de Derechos Humanos, en 1969, fue el primer país en ratificarla y el que alberga hoy la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Estoy convencida de que el impulso a los derechos humanos depende, en gran medida, de la justicia internacional.
En materia de paz y seguridad, nos adherimos a los cinco puntos sobre el control de armamentos que impulsa el Secretario General. En particular, Costa Rica insiste en la necesidad de comenzar las negociaciones para un Tratado sobre la Transferencia de Armas, mientras se avanza hacia la Convención Modelo para la Prohibición de Armas Nucleares y hacia la vigencia del Tratado para la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares.
La acumulación y el trasiego de armas, en especial las nucleares, químicas y bacteriológicas, no solo constituye una amenaza para la paz y la supervivencia de la humanidad. También es una agresión al desarrollo. Cada soldado que se enlista, cada misil que se activa y cada isótopo que se enriquece con fines bélicos, implican menos escuelas y hospitales, menos programas de alimentos, menos carreteras, redes inalámbricas, semillas para los agricultores o buenos jueces para administrar justicia.
Pero la paz, además de construirla en los hechos, debe alojarse en la mente e imaginación de los seres humanos.
Educar para la paz es vacunar contra la guerra. Resulta paradójico que, mientras tantos países dilapidan recursos en armas, la comunidad internacional haya sido incapaz de enfrentar de forma eficaz los flagelos del narcotráfico, el crimen organizado, el terrorismo, el tráfico de armas y la aberrante explotación y tráfico de seres humanos.
Mi país y Centroamérica sufrimos con creciente rigor los embates de los carteles de las drogas. Estamos en riesgo de ser virtualmente tomados por sus bandas, con consecuencias que trascienden el ámbito local y se convierten en claros desafíos a la seguridad internacional.
Mi Gobierno ha hecho de la seguridad ciudadana uno de sus grandes objetivos; nuestro pueblo lo exige y no vamos jamás a fallarle. La lucha la estamos dando con energía y decisión; también, con pleno respeto a los derechos humanos, las políticas inteligentes y la supremacía de las leyes. Pero la gran batalla contra el crimen transnacional nos exige mucho más.
Hoy la narcoactividad pone en riesgo los avances en desarrrollo de los países centroamericanos. De ser una zona de tránsito, dada nuestra ubicación entre los grandes productores de drogas en el sur y los grandes consumidores en el norte, nos hemos ido convirtiendo, con grados distintos, en países que cultivan, trafican y consumen la droga. No nos libramos hoy de ninguna de las manifestaciones del narcotráfico, que ha extendido sus téntaculos a muchas áreas de nuestra vida social.
Los jóvenes, en sus colegios y barrios, ven su futuro amenazado ante la oferta fácil de drogas; nuestros sistemas de salud están casi desbordados por el problema de las adiciones; la integridad de nuestras instituciones se ve amenzada por la corrupción y la coacción; y la violencia alcanza niveles nunca antes vistos.
Desde esta tribuna, hago un llamado a los países que más contribuyen al consumo de drogas para que emprendan acciones más eficaces y para que colaboren con quienes padecemos un problema que no ha sido creado por nosotros. Hago, también, un llamado urgente a la solidaridad mundial en esta tarea y a que los organismos multilaterales aumenten su actividad a favor de una agenda más integral en estrategias, más balanceada en cuanto a recursos y responsabilidades, y mejor focalizada en sus objetivos. Si no germinan nuevos y buenos esfuerzos de manera vigorosa, muy pronto nos arrepentiremos de la inacción.
Si Costa Rica, país de ingreso medio, ha logrado índices de desarrollo humano equiparables a los países con ingresos altos, es porque, entre otras cosas, nuestra inversión social ha sustituido al gasto militar. Por esto insistimos en que la ayuda internacional no debe desconocer la dimensión ética del desarrollo. Apoyamos que esa ayuda se destine con preferencia a los pueblos en situaciones más precarias. Pero los países que, gracias a buenas inversiones y acertadas decisiones políticas, hemos mejorado nuestras condiciones de vida, debemos beneficiarnos de esquemas innovadores de cooperación técnica, financiamiento productivo y alianzas público-privadas. Sobre todo, estamos urgidos de completar con éxito la ronda de Doha sobre comercio internacional, motor indispensable para el crecimiento económico.
La paz debemos establecerla, también, con el ambiente y el desarrollo. Organizar la economía de una manera sostenible, para producir bienestar material y social, es una tarea ineludible. El calentamiento global no espera. La contaminación de cuencas hidrográficas avanza. Los residuos tóxicos y desechos del consumismo ahogan, incluso, a países y regiones que ni siquiera los generaron.
Hoy estamos expectantes ante la próxima cumbre de Cancún sobre cambio climático. Esperamos que todos, pero en especial los grandes países contaminantes y emisores de carbono, asuman allí sus responsabilidades hacia la humanidad. En Costa Rica hemos asumido las nuestras, al imponernos como meta ser uno de los primeros países del mundo carbono neutral. También avanzamos en la aplicación y desarrollo de energías limpias, y la protección de nuestras cuencas hidrográficas y biodiversidad.
No olvidemos, sin embargo, que la sostenibilidad, sobre todo, debe ser humana. De aquí la importancia de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Su cumplimiento, en cinco años, es una meta insoslayable para esta organización.
Los retos de la gobernanza global son muchos; también, agobiantes. Su abordaje requiere, además, que las Naciones Unidas mejore su propia gobernanza. Si no responde a las nuevas realidades, y si los Estados que la integramos no ayudamos en esta tarea, la Organización corre el riesgo de sumirse en la irrelevancia. Costa Rica se ha esforzado en colaborar de forma activa y constructiva en su proceso de reforma.
Así como muchos países necesitamos la ayuda del mundo, el mundo necesita la ayuda de todos los países. Es el único modo de avanzar a favor de nuestros pueblos. Costa Rica ofrece, con modestia, su aporte, su esfuerzo y su voz.