En la pesada bruma de mis lecturas juveniles de Cuba flota un cuento sobre Etelberto, rey medieval de Jutlandia, a quien un noble vasallo, partido hacía mucho tiempo en busca de aventuras, le envió desde tierras africanas la cabeza momificada de una jirafa. Acompañaba al obsequio un mensaje en el que, para darle al monarca una idea de la altura que pueden alcanzar las jirafas adultas, el viajero le recomendaba que ensartara el singular despojo en la punta de una lanza plantada en el suelo. El súbdito no regresó nunca a su nórdica comarca y, como las lanzas que los jutos de aquel tiempo usaban en el combate consistían en larguísimas varas de enebro, Etelberto moriría convencido de que en las tierras tropicales todos los animales eran tan altos como las toscas fortalezas de su reino. Peo antes ocurrió que, habiéndose consumido la exótica cabeza en un incendio, cada vez que Etelberto recibía a un visitante de fuste trataba de impresionarlo disertándole sobre la naturaleza de las jirafas y, para mostrarle cuán altas eran, le cortaba la cabeza a uno de sus palaciegos y la ensartaba en una varilla.
Podría pensarse que la moraleja de aquel cuento advertía sobre el riesgo de convivir bajo el mismo techo con un loco o un fantasioso, pero el final lleva mucho más lejos, ya que los atemorizados cortesanos jutos, después de fallidos intentos por convencer al rey de que no volviera a disertar sobre jirafas, optaron por la medida “menos mala” posible: pese al temor que les infundía, apresaron al rey y –no por malo sino por peligroso– le cercenaron la testa, la salaron como si fuera un pescado y la montaron sobre un poste.
Escoger lo menos malo, como se nos propone ahora, ha sido una práctica popular a lo largo de la historia y así se lo explicamos a quien nos llamó para expresar su molestia porque el cómico eslogan de Fishman es una retorcida versión del clásico proverbio alajuelense “no hay nada peor que lo más malo”, y para pedirnos que le propongamos al TSE la publicación de una tabla con los IQ (coeficientes de inteligencia) de los candidatos y las candidatas a puestos electivos, con el fin, dijo él, de que se pueda escoger en cada caso “la menos maje o el menos maje”. Pasó luego a comentar que en su familia nadie se casa con “la menos fea o el menos borracho”, para terminar preguntando si ya sabemos cuál es la lista de candidatos al parlamento que adoptó el eslogan de “vote por los menos carebarros”. Nos limitamos a suplicarle que ni siquiera nos hablara del tema, pues sospechamos que en la política nuestra tal invitación no conduciría a nada nuevo ni a nada bueno.
En la pesada bruma de mis lecturas juveniles de Cuba flota un cuento sobre Etelberto, rey medieval de Jutlandia, a quien un noble vasallo, partido hacía mucho tiempo en busca de aventuras, le envió desde tierras africanas la cabeza momificada de una jirafa.