Al inicio de 1964, el gobierno costarricense recibió una invitación de su contraparte alemana con sede en Berlín Occidental para enviar dos delegados al Seminario sobre Asistencia de la Juventud y Acción Social para América Latina, que se efectuaría durante un mes en Villa Borsig.
Como en ese año la que escribe desempeñaba el cargo de jueza tutelar de menores, el ministro de Relaciones Exteriores consideró que yo y el periodista Carlos Darío Angulo Zeledón, presidente de la Juventud Democratacristiana, fuéramos los delegados al seminario.
Berlín, en esa época, estaba dividida en dos secciones por la muralla de cemento y las alambradas que construyó Stalin, en el límite de ambas, incluyendo debajo de la Puerta de Brandeburgo.
La sección del este permanecía bajo la bota de Stalin. La sección del oeste se desarrollaba apoyada por gobiernos demócratas de Europa y América, en una gran zona verde donde estuvo un zoológico.
La anterior circunstancia le permitió al gobierno de Berlín Occidental invitar a arquitectos de reconocido prestigio, tanto de Europa como de América, para que presentaran propuestas de diseño, dirección y construcción de edificaciones gubernamentales así como para el comercio, las artes y la industria de alta tecnología, entre otras actividades.
De lo anterior, surgió un Berlín Oeste moderno, emprendedor, con muchas oportunidades de trabajo, glamoroso, abierto a relaciones internacionales diversas, que invitaba a caminar por sus alamedas para inyectar la vista de arte y creatividad.
Con la muralla y las alambradas, gran número de familias quedaron divididas, se deshicieron o se perdieron.
De sus integrantes, los más afectados fueron los jóvenes, quienes, deseosos de libertad, de trabajo y de algún tipo de acogida, se atrevían a brincar la muralla, o arrastrarse debajo de las alambradas para llegar a Berlín Occidental.
A gran número de ellos, en un principio, Berlín Occidental no les ofreció el sueño que esperaban: sin familia, sin capacitación laboral adecuada, sin trabajo, muchos de ellos, mujeres y hombres, para poder subsistir se dedicaron a la prostitución.
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Preocupación. La situación arriba mencionada fue tan notoria que preocupó al gobierno de Berlín Occidental, a las Iglesias, a industriales, a tecnólogos y a berlineses adultos, que empezaron a reunirse para idear, ofrecer e interesar a los jóvenes en otras oportunidades de vida mediante el estudio de técnicas industriales, científicas y tecnológicas en las escuelas estatales y su observación y práctica en empresas que utilizaban y desarrollaban alta tecnología, siempre en su condición de estudiantes, por lo que no devengaban salario, sino un estipendio para pases y comida.
Lo anterior, es lo que se llama “educación dual”, que Alemania sigue utilizando y promoviendo. Para atraer a los jóvenes meta al proyecto, el gobierno de Berlín Occidental construyó un centro de baile, que llamó Big Apple, donde los jóvenes bailarines eran estudiantes que manejaban adecuadamente sus estudios, su autoestima, su libertad, sus relaciones intercolegiales y estaban dispuestos a comentar con su pareja de baile, que llegaba interesada en un inicio en prostitución, para motivarla y hasta ofrecerle compañía en una primera vinculación con la educación dual.
La mayoría de los jóvenes en el sistema de educación dual llegaron a ser exitosos profesionales, cuidadosos de su trabajo, de su salario, de su capacidad de ahorro y del alto nivel de vida personal y para su familia alcanzado, con lo cual contribuían también con el desarrollo social y solidario de Alemania.
Otro mundo. Como la que escribe tenía pasaporte oficial de Costa Rica, logré obtener permiso para pasar por la Puerta de Brandeburgo, controlada por militares de Stalin muy armados, a Berlín Oriental a través de una pequeña puerta construida en la muralla.
Para lo anterior, tuve que sacar todo lo que llevaba en la cartera y dejar el pasaporte en la oficina de control. Ya en Berlín Oriental no pude observar la arquitectura neoclásica y barroca de sus históricas construcciones. Lo primero que me llamó la atención fueron las cuadras, o parte de ellas enzacatadas, que habían soportado históricos y valiosos edificios destruidos por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
El interés primordial de pasar a Berlín Oriental era visitar el Museo de Pérgamo, donde pude observar y apreciar la cabeza de Nefertiti, así como paredes enteras con sus jeroglíficos y su arte, traídas de Egipto.
De regreso a Berlín Occidental, en la puerta de control, tuve que sacar todo lo de mi cartera para demostrar que nada había comprado y retirar mi pasaporte.
Al finalizar el mes de mi estadía en Berlín, acabangada, le dije adiós con un volveré, lo cual pude cumplir como turista en el otoño de 1996, y encontré a una Puerta de Brandeburgo espléndida sin muralla, ni alambradas y al Berlín histórico y al Berlín moderno integrados, borradas las heridas después de tanto dolor, como un ejemplo al mundo de que sí se puede reparar por parte de unos y perdonar por parte de otros.
La autora es abogada.