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Nuestra sociedad tiene un sesgo importante con el tema del fracaso, al que visualiza de manera negativa y condenatoria. No importa si es un fracaso empresarial, laboral, afectivo o deportivo: el fallo se concibe como algo peyorativo. Esto afecta terriblemente la competitividad de los emprendedores y empresarios, porque se impone como una limitante para ver nuevas oportunidades y lecciones aprendidas.
¿Nos les parece que fracasamos como sociedad si a nuestros jóvenes les negamos la oportunidad de generar empleo en lugar de ser empleados? ¿No creen ustedes que sería un craso error negarnos la oportunidad de fomentar una democracia económica? ¿No estaríamos fracasando al fomentar el miedo a las mentes creadoras e innovadoras?
Arriesgarnos. Curiosamente, la palabra “fracaso” viene de los primeros usos italianos de algunos vocablos latinos que rudimentariamente se vinculan con el rompimiento o con estrellarse, siendo más entendible el fracaso como estar en medio de una sacudida. Esto nos llama poderosamente la atención, ya que hay sacudidas buenas, purificadoras y sobre todo emocionantes. Siendo así, ¿por qué no aventurarnos a estrellarnos ante una realidad nueva, transformadora y edificante, donde nos atrevamos a dar más y quejarnos menos?
Así, en momentos como el que atraviesa nuestro país y nuestra economía, consideramos necesario plantear un cambio hacia el concepto social del fracaso, darle un giro hacia lo positivo y particularmente hacia lo que podría representar ese cambio para las nuevas generaciones: el manejo de las frustraciones sociales y el desarrollo de una identidad nacional basada en la construcción, contra la serruchada de piso y el “pobrecitico”.
No podemos seguir permitiendo que las entidades bancarias cataloguen como fracaso una idea empresarial que no contaba con el apoyo suficiente para prosperar; no debemos seguir fomentando el “pobrecito”, que tanto daño nos ha hecho. Tenemos que ver el “fracaso” como una sacudida para ver cómo retomamos de mejor forma ese negocio, creer que si es posible que nuestro talento sea nuestra carta de presentación, tenemos que hacer viable que las grandes empresas se fijen en las pequeñas por la calidad de sus productos, tenemos que visualizar la Costa Rica del bicentenario como una sociedad inclusiva y de oportunidades para todos.
La única apuesta segura que hoy podemos tener en materia económica es creer en nuestro talento, embarcarnos en un viaje de más gente produciendo con menos trabas para llevar a puerto seguro las empresas. Tenemos que dejar a los innovadores producir y a los hacedores concretar. Necesitamos respuestas creativas, que permitan creer, crear y crecer. Solo así tendremos menos gente quejándose o frustrada para tener ciudadanos más activos y comprometidos.