Que un sindicalista cabeza caliente amenace a la prensa e insulte la inteligencia de los costarricenses al sugerir que nos dejamos manipular cuando los medios de comunicación exponen los abusos cometidos en nombre de las conquistas sociales de los trabajadores, es inaceptable y es despreciable, pero no sorprende. Pero que el mismo presidente de la República desprecie nuestra inteligencia, es muestra inequívoca de que las cosas le van muy mal.
Eso, justamente, es lo que ha intentado hacer don Luis Guillermo Solís desde unos días antes de presentar el presupuesto para el 2016, al asegurar que sería el más austero en diez años y que representaría un recorte del gasto en términos reales.
Afirmaciones, ambas, que no resisten el mínimo escrutinio. La realidad es que el Ministerio de Hacienda presentó el presupuesto de gastos más grande de la historia patria, y esto apenas un año después de haber aprobado por medios inconstitucionales un presupuesto con un descomunal incremento del 19%.
El Ministerio de Hacienda ha recurrido a un viejo truco contable –que, al igual que la más vieja de las profesiones, es de muy mala reputación– para presentar un crecimiento de los egresos relativamente moderado (2,82% de incremento con respecto al 2015). El panorama cambia radicalmente cuando se entra a analizar el detalle.
Brasa caliente. El gobierno ha tomado la decisión de posponer para el 2018 y después la amortización de deudas que vencen en el 2016, lo cual es un acto de suprema irresponsabilidad política con sus sucesores.
Le hereda desde ya una brasa caliente al próximo gobierno, con la que tendrá que lidiar no más arrancando su mandato.
Esto hace que el crecimiento planeado de los egresos de efectivo –que no es lo mismo que el gasto – parezca moderado cuando se le compara con el año en curso. Sin embargo, en lo que es el gasto público en sí, el presupuesto del 2016 presenta un crecimiento cercano al 5%, superando la inflación proyectada del 4%. Así de fácil se cae la afirmación presidencial de que el presupuesto de gastos no crecería en términos reales.
Para dar un poco de contexto, vale la pena aclarar que también para el 2015 la inflación fue proyectada en 4% (±1%), y que el Banco Central aún se aferra a dicha estimación, a pesar de que, transcurridos los primeros ocho meses, la inflación acumulada durante el presente año es más bien negativa (-0,44% a agosto). Es más que probable que cerremos el año con una inflación inferior al 2%.
Más grave aún es el hecho de que para conseguir la supuesta moderación presupuestaria, la inversión, que podría traducirse en mejoras en la eficiencia y la competitividad de la economía nacional, está siendo recortada en un 11%.
Mientras tanto, los disparadores del gasto –aquellos rubros que son responsables del crecimiento desbocado del déficit fiscal– más bien crecen significativamente por encima de la inflación proyectada.
Así es como encontramos que el rubro de salarios crece en un 6,9%, mientras que los llamados pluses salariales (incentivos) crecen en un 9,2%.
Queda claro que no se ha hecho ningún esfuerzo serio por controlar el gasto. Un deleznable truco contable, sumado a una fuerte contracción de la inversión, jamás serán sustitutos de la responsabilidad fiscal que el hoy presidente prometió siendo candidato.
Cobija mágica. Lo anterior pone en evidencia que el gobierno tiene una visión del Estado como una agencia de empleo que no tiene que producir nada. Lo que busca es únicamente mantener a la gente en sus puestos de trabajo, pagarles cada año mejores salarios y, al reducir el presupuesto de inversión, quitarles la posibilidad de hacer algo que mejore los prospectos para la economía del país.
Nótese entonces que lo que el gobierno ha querido describir eufemísticamente como la misma cobija del año pasado, no lo es. La cobija que el gobierno quiere para el 2016 arropa de mejor manera al funcionariado público, con salarios mejores y privilegios aún más altos, pero deja descubiertos al resto de los costarricenses, aquellos que pagamos impuestos, para poder costear la piñata salarial del sector público. Es un poco como desvestir a un santo para vestir a otro.
Resulta insólito, además de incomprensible, que un proyecto de presupuesto que lleva implícito un déficit fiscal del 6,9% sea llamado austero por quien lo propone. No importa cuánta plata se gaste el gobierno en publicidad, este presupuesto es una tremenda irresponsabilidad. Ya nos lo advertía Agustín de Hipona hace 16 siglos: una virtud simulada es una impiedad duplicada; a la malicia une la falsedad.
Eli Feinzaig es economista.