Óscar Pistorius es considerado un héroe en Sudáfrica. Desde su niñez, cuando los médicos debieron amputarle ambas piernas debajo de las rodillas, fue por motivo de una dolencia que se extendía. Más adelante, gracias a novedosas piernas artificiales, la vida de Óscar se orientó a los deportes. Sus esfuerzos fructificaron en las competencias olímpicas que le depararon oro y celebridad a él y a su país.
Irascible y violento. Sin embargo, conforme los círculos sociales le abrían sus puertas y las jovencitas, sus corazones, una hilera de chismes conformaron una figura violenta, fácilmente irascible, que ensombrecía sus relaciones amorosas. Además, las discordias con novias se traducían con frecuencia en altercados públicos.
Llegamos así al noviazgo de Óscar con la rutilante modelo y, además, abogada Reeva Steenkamp. Los celos del novio pronto afloraron generando pleitos en la pareja, cuyos gritos eran audibles para los vecinos de la lujosa morada del héroe olímpico.
Es significativo que este trasfondo de violencia no trascendiera al gran público que seguía adorando al deportista y su campeón olímpico.
Un incidente de este tipo, el peor de la serie, ocurrido el 14 de febrero del 2013, escaló hasta los disparos de una potente y moderna arma que causó la muerte de Reeva. Una tragedia de novela pasional que incendió las páginas de la prensa y la televisión.
En la etapa final del proceso, a partir de marzo pasado, obtener boletos para las sesiones públicas demandaba nombre e influencias, en sí un deporte de los ricos y famosos.
Al término del juicio, la semana pasada, la magistrada a cargo del proceso encontró a Óscar responsable de homicidio, pero no premeditado ni tampoco doloso, sino culposo. Esto significa que, en vez de ir a la cárcel por 30 años o hasta de por vida, podría quedar libre o, a lo sumo, hacer labor comunitaria por algún tiempo. Tales definiciones serán detalladas en la audiencia final en octubre próximo.
La sentencia de la magistrada evadió la comprensión del público. El sigiloso camino entre el dolo y la culpa en este caso no quedó claro para muchos. Parecía que la magistrada, en vez de un vals, había optado por una pieza modernista, apta solo para malabaristas de circo. ¿Sería quizás un artilugio para favorecer al héroe de las pistas olímpicas?
Espectáculo mediático. El factor de la inmensa popularidad del imputado evoca el juzgamiento en un caso de homicidio calificado, ocurrido hace 20 años en California. El reo era OJ Simpson, en el pináculo de su fama en el fútbol americano, cine y televisión, a quien la Policía atribuyó el asesinato de su exesposa, Nicole Brown, y un amigo. El imponente y numeroso equipo de abogados defensores, lujosas luminarias del foro, opacó al anémico conjunto de dos fiscales.
El ambiente de gran espectáculo fue realzado por la transmisión en vivo del juicio por la televisión. Visto en todo el planeta, tornó populares los debates y enfrentamientos entre la fiscalía y la defensa. El jurado, con una mayoría de ciudadanos negros, seguía cuidadosamente las incidencias del juicio. El acusado era también negro, mas no así las víctimas del homicidio
OJ, una estrella del deporte, había atravesado un proceso de separación complejo y doloroso. Su esposa era una atractiva rubia y su amigo, un apuesto joven judío de Los Ángeles. Una conversación entre ellos a la puerta de la residencia fue el marco escénico del horrible estrangulamiento de ambos, presuntamente a manos de OJ.
Como era previsible, el jurado absolvió a Simpson. A este desenlace siguieron otras incidencias legales por diversos motivos. Eventualmente, las ínfulas de OJ lo impulsaron a perpetrar el robo de unas piezas de recuerdo deportivo, entre las cuales había algunas que le pertenecían, y, esta vez, sí lo enviaron a la cárcel.
Algunos aspectos de ambos juicios, el de OJ y el de Óscar, eran similares. Además de la celebridad deportiva, ambos compartieron limitaciones psicológicas: el color de OJ y la doble amputación de Pistorius. Asimismo, los dos asesinaron a su respectiva pareja y ambos fueron favorecidos por su fama. Ah, las pasiones que tantas veces resultan mortales.