En la Cumbre de la Tierra, celebrada en Río de Janeiro, en 1992, fueron aprobadas las convenciones de cambio climático y biodiversidad. El país las ratificó poco después, y asumió un papel de pionero y hasta de líder. Esto terminó.
En biodiversidad, hemos sido innovadores en iniciativas público-privadas, como el INBio, que hoy matan a pellizcos y amenazan con “nacionalizar”.
Convertimos los parques nacionales en motor del ecoturismo y de empleos verdes, y desarrollamos el sistema de pagos por servicios ambientales, que nos aseguró ser el único país tropical del planeta que primero detuvo la deforestación y, luego, recuperó sus bosques naturales, cuyo crecimiento pasó del 21% del territorio en 1987 a un 52% en el 2013.
Recién se nos anunció la revisión e invención de nuevos incentivos para sustituir los pagos por servicios ambientales a los bosques por “pagos a la adaptación en ecosistemas”. Concepto poco claro y no incluido en ninguna ley.
En cambio climático, fuimos los primeros en el mundo en hacer una transacción internacional con títulos de dióxido de carbono en 1997. Costa Rica y Noruega transaron 200.000 toneladas a $10 cada una. Poco después, este y otros proyectos fueron la base del mecanismo de desarrollo limpio del Protocolo de Kioto.
Fundamos con Papúa Nueva Guinea la alianza de países con bosques tropicales para defender su inclusión en la Convención de Cambio Climático como mecanismo natural de mitigación.
En el 2007, nos atrevimos a retar al mundo a cambiar el modelo de desarrollo por uno bajo en intensidad de dióxido de carbono. El país se planteó la meta máxima: ser carbono neutrales para el 2021. Noruega, Alemania, Maldivas y unos pocos países más se sumaron al reto y también se plantearon metas de neutralidad.
De la euforia a la regresión. La administración del presidente Solís entró llena de euforia. El ministro de Ambiente, Edgar Gutiérrez, traía un “PACto” ambiental bajo el brazo. En 18 meses, muchos de los firmantes del “PACto” se encuentran enfrentados y desorientados.
Más de 15 ONG acusan al Ministerio de Ambiente (Minae) de ser regresivo en políticas azules. Tienen razón. El aleteo de tiburones fue autorizado, así como la dañina pesca de arrastre, y abandonamos los criterios técnicos de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres.
Pero la más reciente regresión es la del cambio climático. En setiembre del 2015 fue eliminada la meta de carbono neutralidad y se sustituyó por un plan de descarbonización aún por publicar. Se nos adelanta que el plan es tan conformista que para el 2050 estaríamos emitiendo más de 5,9 millones de toneladas de dióxido de carbono anualmente y la carbono neutralidad se pospone varias décadas más.
Pero no es lo peor. Países de nuestra región, como Chile, Perú, Colombia y México, presentaron sus compromisos a las contribuciones determinadas nacionalmente (NDC por su sigla en inglés) con dos metas. Chile se comprometió a reducir sus emisiones un 30% para el 2030 con su esfuerzo nacional y subiría la meta a un 45% si hay apoyo internacional; Perú, del 20% a un 30%; Colombia, del 20% al 30%; y México, del 25% al 40%. Nosotros solo pospusimos nuestras metas para alcanzar la carbono neutralidad.
Otros errores. Encuentro, además, otros errores de bulto en nuestra NDC y en las explicaciones del Minae. Cuando, por ejemplo, dice: “Los bosques del país son, en su mayoría, estratos de bosques maduros con un alto stock de carbono, pero una menor capacidad de remoción de carbono de la atmósfera” (p. 14 del documento presentado por el Minae). Un evidente error.
La tasa de deforestación de Costa Rica fue la más alta del mundo. El Congreso Nacional Forestal la situó, en 1985, en un 3,4% anual en el período 1950-1985, equivalente a más de 176.000 hectáreas anuales. Esto llevó al país a tener solo un 21% de su territorio con cubierta forestal en 1987.
Desde entonces, nos hemos recuperado, y la mayoría de los estudios recientes –y hasta la administración Solís– sitúan la cobertura en un 52 % del territorio.
Nuestros bosques naturales se han regenerado en las últimas tres décadas. En otras palabras: si restamos al 52% el 21% de la cobertura forestal más baja, obtenemos que los bosques secundarios y en crecimiento están en el 31% del territorio.
El profesor Joseph Tosi publicó los datos que muestran que los bosques del trópico húmedo crecen rápido durante los primeros 70 años, llegan a un pico de 26 toneladas de dióxido carbono anual por hectárea y alcanzan un estado de madurez a los 150 años.
En forma similar, el profesor Kenneth Richards publicó que los bosques norteamericanos de pino crecen a menor ritmo, llegan a un pico de 11 toneladas de dióxido de carbono por hectárea y alcanzan un estado de madurez también a los 150 años.
Los datos muestran que escoger como año base al 2012 para nuestras NDC es renegar del esfuerzo nacional en el sector forestal, en vez de mantener la meta de carbono neutralidad si se nos dieran recursos adicionales a los propios.
Más aún, incrementar la cobertura forestal más allá del 52% es caro y difícil: enfrentamos costos marginales crecientes y competencia con la producción de alimentos.
Por eso calificamos la propuesta de conformista. Nos aseguran que quieren descarbonizar la economía, pero reniegan de las metas, de los avances en el sector forestal, y no tienen ni piden los recursos para hacer más.
El autor fue ministro de Energía de 1994 a 1998 y del 2011 al 2014.