A pesar de ser su sexta visita a Latinoamérica, en México y Costa Rica –del 2 al 4 de mayo– el presidente Obama enfrentará una pregunta poco original: ¿Está poniendo atención suficiente a Latinoamérica? La única respuesta sensata es “sí”, subrayado por tres dinámicas que están creando una nueva realidad en las Américas y en las relaciones interamericanas.
Primero, las Américas se han globalizado, pasando la última docena de años aumentando vínculos comerciales y diplomáticos, y con eso han expandido su importancia global.
No se pueden comparar, por ejemplo, las intensas relaciones comerciales entre Latinoamérica y China con las del pasado. México y Brasil desempeñaron un papel clave en el G20 respondiendo a la crisis financiera del 2008-2009 y ejercen continuamente influencia en diversos foros internacionales. Los países de la Alianza del Pacifico están profundizando enlaces entre ellos y con países de toda esa región.
Ante estos y otros ejemplos, el presidente Obama ha ajustado el trato de Estados Unidos con las Américas, enfatizando continuamente temas globales con nuestros vecinos y buscando aumentar el papel de países latinoamericanos en la arquitectura internacional emergente.
No es coincidencia que las primeras interacciones del presidente Obama con sus vecinos en su segundo mandato serán con 8 de los 12 con quienes compartimos costa en el Pacifico. Los países del Pacifico americano –con cuatro en negociaciones del Acuerdo Transpacífico– son una pieza clave en el giro estratégico estadounidense hacia el Asia-Pacífico.
Segundo, a niveles prácticos, Estados Unidos está más integrado que nunca en las Américas pues en él conviven la tercera población y la tercera economía hispanas más grandes del mundo.
Por eso, cuando el presidente impulsa temas como la reforma migratoria integral –un tema doméstico–, su trabajo puede tener impactos enormes en las Américas. Si los republicanos logran superar su radicalización para apoyar su mayor prioridad, el presidente Obama logrará la reforma y con eso afectará la realidad interamericana más profundamente que con cualquier otro acontecimiento.
Tercero, en las Américas modernas se tiene que entender la atención como un fenómeno de doble vía. Un presidente estadounidense no da atención simplemente por darla, lo hace para avanzar en intereses. Y la capacidad de avanzar en intereses depende en un componente muchas veces despreciado: la respuesta en la región a la oferta de Obama de ser un “buen socio”.
Hace cuatro años, en un discurso ante la V Cumbre de las Américas –bien recibido pero poco entendido–, Obama expresó claramente su intención de dejar atrás dramas ideológicos y trabajar como un socio basado en el respeto e interés mutuo y la responsabilidad compartida.
Con excepciones notables, pocos tomaron en serio el llamado a compartir la responsabilidad. Para demasiados resultó más fácil el hábito de echarle la culpa a Estados Unidos y la costumbre de esperar que los Estados Unidos defiendan valores comunes a solas.
La política del presidente Obama ha abierto puertas para trabajar como buenos socios en los retos que tenemos como hemisferio –inseguridad, falta de competitividad, desigualdad y erosión democrática– y en las oportunidades de profundizar enlaces comerciales, aumentar la cooperación energética y educativa, y defender valores comunes.
Empezando con este viaje, líderes de la región tendrán la oportunidad de responder de nuevo si están dispuestos a compartir esa responsabilidad y pasar por esas puertas.
Si lo logran, observarán tres realidades del siglo XXI: que las Américas están más integradas que nunca en el mundo, que Estados Unidos está más integrado que nunca en las Américas y dispuesto a ser buen socio, y que las relaciones interamericanas requieren el protagonismo y responsabilidad de todos para trabajar al servicio de todos nuestros pueblos.
*Dan Restrepo, Consultor estratégico internacional. Fue el asesor principal sobre Latinoamérica del presidente Obama durante su primer mandato.