DAVOS – Durante muchos años, los expertos llamaron a Japón “la tierra del sol poniente”. Dijeron que para una economía tan desarrollada como la de este país, el crecimiento sería imposible. Dijeron que nuestra deuda pública era insostenible. Señalaron nuestra psique como marcada por la resignación, un supuesto síntoma de la decadencia relativa.
Pero ahora raras veces se oyen esas voces. La economía de Japón ha pasado de un crecimiento negativo a uno positivo y está a punto de liberarse de la deflación crónica. Esta primavera, los salarios aumentarán (acontecimiento que debería haberse producido hace mucho) y esto propiciará un consumo mayor. También, nuestra situación fiscal mejoró en forma constante y el Gobierno va camino de consolidar las finanzas públicas.
Y, con este buen panorama económico, los japoneses se han vuelto más animados y optimistas, estado de ánimo reflejado en el entusiasmo público por la elección de Tokio como anfitrión de los Juegos Olímpicos y Paraolímpicos del 2020.
Así, pues, ahora no se trata de un ocaso, sino de un nuevo amanecer que está apareciendo sobre Japón y se debe a que hemos superado la idea de que nunca se podrían llevar a cabo ciertas reformas. He sostenido que estoy dispuesto a actuar como un taladro lo suficientemente fuerte para romper la sólida roca de los intereses creados, y así lo hemos hecho.
Por ejemplo, vamos a liberalizar completamente el mercado de la electricidad de Japón. Cuando lleguen los participantes de las Olimpiadas, dentro de seis años, el sector eléctrico será totalmente competitivo y la generación de electricidad estará separada de su distribución.
También, vamos a fomentar la atención de salud como un sector industrial. Japón está en la vanguardia de la medicina regenerativa y haremos posible la creación de células-madre en laboratorios del sector privado, junto con mi propuestas para otras reformas, porque también necesitamos proveedores de atención de salud a gran escala en forma de empresas conjuntas, como la Clínica Mayo de Estados Unidos.
Además, vamos a eliminar el sistema de “ajuste de la producción de arroz”, que ha estado vigente durante de 40 años. Se suprimirán los obstáculos a la entrada de las empresas privadas en el sector agrícola y se permitirá a los agricultores dedicarse a los cultivos que deseen, sin control oficial de la oferta y la demanda.
Pronto se pondrá en marcha nuestro plan de desreglamentación. A lo largo de los dos próximos años, en determinados sectores, no quedarán intereses creados incólumes. Por ejemplo, en las ciudades japonesas que aspiren a la categoría mundial, los límites a la superficie comercial llegarán a ser cosa del pasado. Pronto veremos aparecer viviendas de gran calidad, complejos comerciales y ciudades sin emisiones contaminantes, una tras otra.
Asimismo, la Asociación Transpacífica seguirá siendo un pilar fundamental de mis políticas económicas y seguiremos impulsando el Acuerdo de Asociación Económica Japón-Unión Europea. Gracias a ello, la economía de Japón llegará a estar aún más integrada en las corrientes mundiales de conocimiento, comercio e inversión. Las empresas y las personas extranjeras encontrarán en Japón algunos de los lugares del mundo más favorables para los negocios.
La gestión de los fondos públicos de Japón (como, por ejemplo, el Fondo de Inversión de las Pensiones Estatales, que ahora cuenta con unos $1,2 billones) experimentará, también, un cambio transcendental. Impulsaremos las reformas, con un examen de su cartera incluido, para velar porque los fondos públicos contribuyan con las inversiones que alimenten el crecimiento.
Además, debemos hacer que nuestros impuestos de sociedades sean internacionalmente competitivos. En abril, el tipo impositivo de las sociedades se reducirá en un 2,4 % y aplicaremos incentivos fiscales encaminados a alentar a las empresas con el fin de que utilicen su liquidez para la inversión de capital, la investigación e innovación y los aumentos salariales.
Al mismo tiempo, reformaremos los reglamentos relativos al mercado laboral que atan a los trabajadores con las industrias viejas. Las nuevas industrias requieren recursos humanos innovadores y creativos, por lo que reorientaremos nuestros subsidios para que los trabajadores de las industrias en decadencia sin empleos de calidad puedan trasladarse a los sectores en ascenso y encuentren en ellos un trabajo satisfactorio.
Naturalmente, en vista de que la población japonesa está envejeciendo rápidamente y el número de niños está disminuyendo, los inversores se hacen una pregunta lógica: “¿Dónde encontrará Japón los recursos humanos, innovadores y creativos que necesita?”
En cierta ocasión Arianna Huffington dijo chistosamente que, si Lehman Brothers (“Hermanos Lehman”) hubiera sido Lehman Brothers and Sisters (“Hermanos y hermanas Lehman”), la empresa habría sobrevivido. La tradición empresarial de Japón está aún más dominada por los hombres: un mundo de trajes milrayas y camisas de vestir.
Me sentí muy alentado cuando Hillary Clinton me dijo que, si las mujeres participaran en el mercado laboral en la misma medida que los hombres, el PIB de Japón podría ser un 16% mayor. De hecho, la fuerza laboral femenina de Japón es el recurso más infrautilizado de la economía.
Japón debe convertirse en un lugar en el que las mujeres brillen. De aquí al 2020 queremos que las mujeres ocupen el 30% de los principales cargos de dirección, objetivo que presupone un medio laboral más flexible; además, apoyo de trabajadores extranjeros para que se hagan cargo de los servicios domésticos y personales.
Un impulso importante en pro del cambio revestirá la forma de reformas legislativas, que se introducirán en la próxima legislatura y aumentarán el número de directores externos de los consejos de administración de las empresas. En los días próximos, propondremos un código de gestión que permitirá a los inversores institucionales desempeñar un papel más importante en la dirección de las empresas.
Estoy seguro de que el efecto combinado de esas reformas permitirá una duplicación de la inversión directa extranjera en Japón, de aquí al 2020, con lo que se renovará todo el país y cambiará espectacularmente su paisaje económico.
Aún hay mucho por hacer. Pronto se cumplirán tres años desde que, el 11 de marzo de 2011, un terremoto y un maremoto catastróficos azotaron la costa nordoriental japonesa y causaron el fallo de la central nuclear de Fukushima Daiichi. Si bien la recuperación dista de haber concluido, el amor y la compasión reflejados en la reacción del mundo nos conmovió profundamente, como también el espíritu de perseverancia y ayuda mutua de los supervivientes para superar las penalidades.
Con el mismo espíritu, Japón va a contribuir aún más positivamente a la paz y el desarrollo mundiales. En nuestra época, ningún país puede preservar la paz por sí solo. Ninguno de nosotros puede resolver, por sí solo, las amenazas que afronta el mundo sin ayudarse mutuamente.
En Camboya, por ejemplo, un hospital para madres y recién nacidos construido por Japón ha contribuido a reducir la tasa de mortalidad infantil del país. En las Filipinas, las Fuerzas de Autodefensa de Japón montaron una importante operación de auxilio después del devastador tifón del pasado mes de noviembre y nuestros militares, hombres y mujeres, destinados en Djibuti siguen alertas contra la piratería, protegiendo barcos de todo el mundo.
Japón está rodeado de vecinos con posibilidades ilimitadas: China, Corea del Sur, los países de la ASEAN, la India, Rusia y, en toda la cuenca del Pacífico, los países de la Asociación Transpacífica. De hecho, ya que Asia se conviertió en el motor de la economía mundial, nunca había sido mayor la necesidad de una paz y una prosperidad duraderas, porque el “efecto dominó” mundial de cualquier amenaza a la estabilidad regional sería enorme.
El fundamento de la prosperidad es la libertad de circulación de las personas y los bienes. En las rutas marítimas, en el espacio aéreo y, ahora, en el espacio ultraterrestre y el ciberespacio, la libertad de circulación debe seguir siendo segura. La única forma de mantener esos indispensables bienes públicos es respetar rigurosamente el Estado de derecho y fomentar los valores fundamentales como la libertad, los derechos humanos y la democracia.
No hay otra opción. No se debe desperdiciar el dividendo del crecimiento de Asia en la expansión militar. Debemos utilizarlo para invertir en innovación y capital humano que impulsarán, aún más, el crecimiento en la región. Como ocurre en otras partes, la confianza entre los países asiáticos es decisiva para su paz y prosperidad y se puede lograrla solo mediante el diálogo y la observancia del derecho internacional, no mediante la fuerza o la intimidación.
Para crear una región en la que reine la confianza y el orden, me gustaría hacer un llamamiento a Asia y al mundo. Para prevenir la expansión militar incontrolada en Asia, los presupuestos de defensa deben ser absolutamente transparentes, con exposición pública verificable. Además, los Gobiernos asiáticos deben crear un mecanismo para la gestión de las crisis y cauces sólidos de comunicación entre nuestras fuerzas armadas. También, debemos establecer reglas que fomenten un comportamiento basado en el derecho marítimo internacional.
Solo entonces podremos lograr un crecimiento y una prosperidad duraderos en Asia, que nos permitirán a todos demostrar nuestro gran potencial en la región.
Japón ha prometido no volver a participar nunca en una guerra, y jamás hemos dejado de esforzarnos por la consecución de un mundo en paz. Abrigo la esperanza ferviente de que el renacimiento económico de Japón, con su promesa de una mayor prosperidad regional y mundial, contribuya al acercamiento de naciones similares.
Shinzo Abe es el primer ministro de Japón. © Project Syndicate.