No hay duda de que “moda” es un término con una gran gama de significados, porque hoy no es solo aplicada a una tendencia de vestimenta o una forma de apariencia. Se aplica también a costumbres, ideas tenidas como ciertas por una mayoría de la población o a perspectivas de análisis crítico (solo para referir algunos de los usos más importantes). Pero lo que amalgama el concepto, incluso en sus sentidos metafóricos, es la persistencia del favoritismo, expresado por un grupo social, de una cosa (simbólica o material) durante un período de tiempo más o menos extenso. Ese favoritismo, sin embargo, puede ofuscar el deseo de objetividad en la comprensión de la realidad.
La moda ocupa el lugar de lo que llamamos “verdadero”, porque ella define un criterio de lectura de lo real. La moda es un producto cultural y, por ello, está vinculada a las subjetividades. Es decir, con los gustos y preferencias de los individuos que mantienen su validez. Como producto cultural, solo tiene permanencia en la medida en que sea aceptada, difundida y reproducida. Si no cumplen estos requisitos, simplemente desaparece. Son pocas las realidades culturales que perduran en un largo período. Las que lo hacen, están conectadas tan entrañablemente a la realidad humana que no se pueden relativizar con facilidad.
Podemos colocar como ejemplo el comer. Muchas celebraciones sociales incluyen la comida como elemento significativo del encuentro entre personas. Comer nos une, nos hace experimentar el placer y cohesiona los lazos sociales. El comer ceremonial, sea de tipo formal o informal, es una característica de las maneras de convivencia comunitaria humana. Sus rituales pueden variar, pero su sentido humano básico no lo hace.
Cuando hablamos de moda, empero, no nos referimos a categorías básicas y necesarias del actuar humano, resignificadas en códigos culturales; sino que más bien pensamos en aquellos comportamientos sociales “artificiales”, en el sentido que no son producidos espontáneamente por una sociedad (sea étnica, regional o nacional), sino que son artificialmente creados y divulgados en los medios de comunicación de masas. Con todo, hay que dejar en claro que la moda puede no ser expuesta como un producto dirigido a una masa indiferenciada, sino a un grupo social particular. En efecto, existe la “moda” de las élites (grupos o instituciones, sean religiosas, políticas o culturales) y la “moda” de las masas.
Ambas tienen una difusión continua en los ámbitos comunicativos modernos. La diferencia entre ellas estriba en que la moda de la élite se presenta como simbolización del estatus social superior; mientras que la “otra moda”, la de las masas, es ofrecida como superación de la propia identidad o posición social. Basta poner como ejemplo la clase media, que en el “estar a la moda” en el vestir reafirma su estatus de clase; mientras que, en los estratos bajos de la población, esa misma moda simboliza el deseo de superación social, de ser alguien diferente.
Producto cultural. ¿Qué significa que la “autosegregación” sea moda? Que determinados comportamientos y opciones de relación social intergrupal cerrados representen un esfuerzo de aseguración/reforzamiento del estatus social, publicitado en los medios de comunicación de masas. La segregación, en general, no es un producto cultural primario, sino secundario, nacido de miedos compartidos hacia comportamientos divergentes e impuesto por la fuerza a un grupo particular.
La autosegración, en cambio, es un comportamiento social conscientemente modificado, tendiente a reafirmar espacios sociales/culturales de influencia y de identidad, a la vez que expresan intenciones políticas. Lo esencial de este tipo de comportamiento, por tanto, es su carácter consciente y estratégico.
Nos referimos particularmente al fenómeno de la autosegración cuando este adquiere la forma de “moda”. En nuestra sociedad, la inmediatez comunicativa tiende exasperadamente a la ecualización cognitiva. Es decir, a la imposición de una opinión como criterio de verdad. La manera en la cual esta pretensión tiene más recepción, es publicitándose directa o indirectamente como una percepción de la realidad necesaria para obtener un lugar en el mundo o afianzar la propia identidad personal
La autosegración como moda es típica de los estratos con más recursos, que consideran la propia condición personal/grupal como un estado de vida más elevado. El éxito de esta moda depende de la rápida socialización de los valores en el grupo y de su no disfuncionalidad en la estructura de la sociedad en la que surge. Aunque no por ser coherente con una estructura social, la autosegregación así entendida deja de ser disruptiva, porque como moda tiene en su seno una pretensión de poder.
Desaparición. Cuando los objetivos de la autosegración como moda son cumplidos, porque sus pretensiones se generalizan, poco a poco desaparece la influencia de su particularidad y sus sostenedores simplemente abandonan ese comportamiento. Aunque todavía es posible que se resignifique en formas funcionales a otras dinámicas sociales: economía, entretenimiento, prestaciones de diverso género. Sin embargo, los comportamientos autosegregadores, en este caso, dejan de tener una carga provocativa. En otras palabras, cuando dejan de ser moda, pueden permanecer como un recuerdo romántico, pero no tienen una incidencia política relevante.
La autosegración como moda no es inocente, porque se basa en la agresión simbólica. La razón es simple: una moda solo es tal en la medida en que su publicidad afecte las decisiones de las personas.
Por ello, la autosegregación se realiza no en el anonimato, sino en su total publicidad, presentándose como algo deseable, que genera en la persona que la acepta un plus de verdad. Eso no quiere decir que el objetivo de la autosegregación sea la de agregar más miembros al grupo de comportamiento disruptivo, sino de hacerlo deseable. Y, como consecuencia, subraya que su “no-deseo” o su “no-aceptación” es algo abominable. Por ello, se trata de una forma de menosprecio a lo diferente.
Las personas que se autosegregan y se publicitan como tales, desean que los demás “compren su producto”; pero como se trata de una relación simbólica, el resultado de esa transacción es darle poder al grupo autosegregado.
En este proceso no sirven las razones, ni el diálogo, ni el esfuerzo objetivo por comprender la realidad. Lo único que cuenta es la asimilación imperfecta a sus pretensiones, porque no incluye ninguna participación efectiva del otro dentro del grupo autosegregado, o en la definición de un modelo de pensamiento o de actuación alternativos.
En otras palabras, no es más que una estrategia de manipulación y control, porque quienes así actúan esperan que los estratos más bajos los sostengan en sus pretensiones políticas; aunque en el fondo no deseen su real participación en el movimiento que dirigen.
El autor es franciscano conventual.