La gestión política del presidente, Luis Guillermo Solís, es un buen ejemplo de un mal ejemplo, por desacertada. Lo dice con pesar un ciudadano común deseoso de ver rectificar el rumbo.
Apila muchos errores. El primero fue la integración del gabinete, la renuencia a hacer con prontitud cambios en las áreas más críticas y criticadas (aún pendiente) y el poco peso de su gente en la marcha estatal. Salvo pocas excepciones, es un equipo light.
Un estadista debe siempre anteponer el arte de gobernar a la lealtad a los amigos. Políticamente, un presidente no debe cultivar amistades sino colaboraciones. Enrique Benavides, mi mentor en periodismo de opinión, lo decía con harta frecuencia: debe ser amigo de los amigos, pero más amigo de la verdad.
El segundo es su nublada visión de Estado. ¿Cuál es su papel frente al sindicalismo y el sector privado? Lo importante no es lo que decía como profesor universitario, sino lo que transpira como gobernante.
En la academia, se puede despotricar contra el mercado y abrazar el socialismo con pasión juvenil, pero gobernar es tarea de adultos. Lo comprendieron bien socialistas de la talla de Tony Blair, Miterrand y Felipe González, quienes arribaron por el carril izquierdo pero gobernaron por el derecho. Solís es fuerte ante los porteadores, pero muy débil ante la ANEP y el ICE, y al productor y creador de empleo le genera desconfianza. Pero es tan arrogante que no lo quiere reconocer. Es su tercer error.
Su política fiscal lo enrumbará al desfiladero. Arrancó con el pie izquierdo. Subestimó el déficit inicial (decía que era manejable), desoyó al que sabe más en su partido (el otro Solís del cuento) y defendió la prodigalidad al peor estilo de los 80.
Ahora, con el agua al cuello, reclama el salvavidas tributario que desdeñó en campaña y aduce que el país no aguanta un año más. Mas tendrá que aguantar. La oposición difícilmente le lanzará la cuerda de rescate. Ignorar su propia inferioridad legislativa es su cuarto error.
El novel ministro de la Presidencia, Sergio Alfaro, y el titular de Hacienda, Helio Fallas, se contagiaron viralmente de la arrogancia luisguillermiana (si me permiten la expresión). Junto con él, se resisten a racionalizar los pluses salariales del sector público y hacen que esa reforma urgente y necesaria se quede para otra ocasión. ¿Cuándo? No en este gobierno. ¿Y el cambio prometido en campaña? Es la más decepcionante promesa incumplida.
La resumo en la prosa de la inmortal novelista estadounidense Margaret Mitchell: Gone with the wind.
(*) Jorge Guardia es abogado y economista. Fue presidente del Banco Central y consejero en el Fondo Monetario Internacional. Es, además, profesor de Economía y Derecho económico en la Universidad de Costa Rica.