El bien no hace ruido. El discreto acto de misericordia, o la labor altruista de muchas personas, suele preferir el anonimato. Quien usa la caridad como un plan de relaciones públicas desnaturaliza la esencia misma de la virtud que dice practicar.
En cambio, la maldad es ostentosa, hace alarde de su presencia y recibe tanta publicidad indirecta que termina por sumergirnos en un estado de sopor que, lamentablemente, va desarrollando una cierta tolerancia insana ante las malas noticias.
Desprecio a la vida humana. El desprecio a la vida humana es una característica psicopática (no la única) que se repite con frecuencia en los hechos cotidianos. Si bien es cierto –tal como mencioné en un artículo anterior– que no todos los psicópatas matan (de hecho, la gran mayoría no lo hacen: los psicópatas afectivos), existe una minoría –los psicópatas cognitivos– que asesina sin remordimiento.
Ello se explica por una premisa que no es tan fácil de comprender: para un psicópata operativo, las personas son objetos para obtener una ganancia secundaria y, por lo tanto, nunca serán vistas como fines en sí mismas que merezcan respeto.
Trastorno afectivo. Para los especialistas, la psicopatía no es una enfermedad mental como tal, sino, esencialmente, un trastorno afectivo de la personalidad. Esto se colige, entre otros, del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Desordenes Mentales (DSM-V, 2013), actualizado por la Asociación Americana de Psiquiatría.
El psicópata conserva intactas sus facultades cognitivas y, por eso, es capaz de comprender el carácter ilícito de su comportamiento, pero carece de una respuesta emocional concomitante, al punto que no tiene una verdadera capacidad de sentir emociones reales y solo es apto para imitarlas con mucho éxito, pero está vacío internamente.
Lo anterior no significa que el enfoque único o adecuado ante estos seres sea considerarlos como disminuidos.
Devastación social. Si bien es cierto que no existe consenso sobre las causas de la psicopatía, sí hay acuerdo en torno a la devastación que causan en la sociedad. Los psicópatas son legalmente imputables por los delitos que cometen. Pese a ello, “un buen psicópata” debe tener afectación en las tres esferas, es decir, biológica, psicológica y social.
No debe pensarse que en la actualidad existen más psicópatas cognitivos que antes, pues la prevalencia estadística del trastorno se mantiene constante (entre el 1,5% y el 3% de la población –para la psicopatía en general–, los porcentajes de la psicopatía cognitiva son menores y de difícil medición), sino que, con la gran capacidad de difusión mediática del presente siglo a través de los distintos soportes de comunicación, ello produce un efecto multiplicador de la gravedad de sus acciones.
Dado que, a la fecha, no existe un tratamiento efectivo para la psicopatía, la solución actual es contenerlos donde se minimice la posibilidad de que continúen perpetrando delitos. El psicópata no es recuperable para la sociedad y, por ende, esta tiene derecho a defenderse.
Inquietante realidad. Una de las principales dificultades para el abordaje de este preocupante fenómeno es que la gente se resiste a creer que existe la psicopatía. Se piensa que se trata de inexistentes personajes lejanos o cinematográficos, cuando, en realidad, los psicópatas pueden estar muy cerca y aparentemente integrados en el engranaje comunitario. Basta examinar la página de sucesos, informarse por Internet o ver los telenoticieros para corroborar que la psicopatía no es un mito, sino una inquietante realidad.