Las siguientes líneas no pretenden constituirse en una apología de quienes desde la esfera de lo público extrapolan las peores acciones de los seres humanos. Representan un intento por rescatar la esencia positiva de la más noble de las vocaciones, la más incomprendida de las ciencias y el arte más sublime, aquel que implica anteponer el interés general a los personales.
Resulta comprensible que ya en este prematuro punto del texto empiece a asomarse la incredulidad, pues lo que antes era digno de respeto, admiración y ejemplo, ha venido involucionando hacia el símil de la inoperancia, la corrupción y el desprestigio.
La culpa no es de la “Política”, sí, en mayúscula, sino de quienes hacen de ella discurso estéril y plataforma de abusos, mezquindades e intolerancia.
La política es el arte de hacer posible lo que parece imposible, ciencia de diálogo y voluntades, vocación de personas nobles y con espíritu de servicio; mientras que quien dedica su vida a ella es quien, teniendo claro lo anterior, asume desde el inicio que la “Política” no es espacio para lucrar, sino para impulsar cambios y modelos que impacten positivamente a su país.
La física y la matemática explican cómo se mueve el mundo, la química y la biología explican de qué se compone, pero es la “Política” la que lo hace girar y la que define la velocidad con que lo hace.
Repercusión social. El político es quien con un necesario liderazgo, capacidad y vocación de servicio entiende que en “Política” no hay tareas o retos pequeños, pues toda decisión tiene un impacto en la colectividad a la que se dirigen sus acciones.
No importa si se gobierna un país, se legisla desde el Parlamento, se labora diseñando la política fiscal, se labora en el ámbito de un gobierno local o, bien, si se aspira a ejercer alguna de estas posiciones: toda decisión impacta al conjunto social.
Precisamente, tomar decisiones, negociar y buscar consensos son características del buen ejercicio de la “Política”. Quien asegure que la principal cualidad de un político es hablar, no entiende que la virtud radica en escuchar, analizar y proponer.
Al tiempo que el estudio constante, la prudencia, la mesura, la coherencia y la consistencia son cualidades más que necesarias para que junto con probidad y firmeza se actúe adecuadamente en tan incomprendida vocación.
Quien pretenda dignificar a la “Política” y sin eufemismos considerarse y ser considerado político, procurará que su trayectoria pública sea siempre ética, transparente y recta, para lo cual, la rendición de cuentas permanente no será una obligación sino un compromiso.
Eso sí, al ser un ámbito donde confluyen toda clase de personas e intereses, deberá entender que el ejercicio del poder es una enorme responsabilidad de carácter temporal y que su conservación, en estos tiempos, dependerá de un actuar proactivo, dedicado, serio, estudioso y honesto, donde se permita a las obras hablar por sí solas de la gestión; claro está, junto con una enorme habilidad para sortear las múltiples dificultades que encontrará en el camino.
Las dificultades son y serán siempre tan variadas como desafiantes, pero solo quien tenga como norte el bienestar general encontrará en ellas motivación para continuar luchas por un país cada vez más democrático, justo, inclusivo, equitativo, solidario y desarrollado.
Quien pretenda dignificar a la “Política” debe estar dispuesto a ilustrarse de las lecciones del pasado, tener capacidad para enfrentar los retos del presente y delinear acciones que impacten positivamente en el futuro; donde su sabiduría será puesta a prueba desde el primer momento, cuando se analice de quienes se rodea.
Peligrosa vanidad. La tentación de ser adulado o convertirse en adulador siempre será muy grande, con consecuencias como las que llevaron al extremo del ridículo al emperador que desfilaba desnudo ante su pueblo en el cuento de Andersen.
Parece utópica tal caracterización y falaz afirmar que es posible encontrar hombres y mujeres con tales características, pero no es así. Dichos políticos existen y tal “Política” es una realidad, ambas figuras ensombrecidas por la generalización popular basada en quienes hacen del ejercicio de cargos públicos una vergüenza nacional.
Cambiar dichas generalizaciones, ennoblecer la “Política” y devolver la confianza, depende de quienes precisamente se inscriban en tal caracterización, generando empatía con la ciudadanía a quienes representan o pretendan representar, de manera permanente como compromiso constante y no solo al calor de los fuegos electorales o de las luces de un estudio de televisión.
Reivindicarnos hoy nos entregará varias generaciones de buenos políticos en beneficio de la sociedad. Hacerlo desde el inicio de la vida pública y predicar con el ejemplo por las grandes causas nacionales es lo que separa a un buen político de a quien la historia se encargará de considerarle estadista.
Tonatiuh Solano es politólogo.