El autor irlandés Paul Lynch fue galardonado con el Premio Booker este año, uno de los reconocimientos literarios más prestigiosos del mundo de habla inglesa, por su novela Prophet Song, y con razón.
Con su desgarradora visión de Irlanda descendiendo hacia la tiranía, el libro de Lynch captura perfectamente la ansiedad que caracteriza nuestro momento político actual.
No todos los críticos quedaron impresionados. Uno lo describió como un “pavo aleteando” y criticó a Lynch por sus temas y prosa suborwellianos. La mayoría de las críticas, sin embargo, son más favorables, y muchos elogiaron el libro por reflejar las crecientes preocupaciones sobre el futuro de la democracia parlamentaria en Europa occidental y más allá.
La descripción que hace Lynch de un país que se desliza hacia un gobierno autoritario sin duda resonará en líderes de extrema derecha como el recientemente triunfante Geert Wilders en los Países Bajos, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y la francesa Marine Le Pen.
La sorprendente victoria de Wilders en las elecciones generales holandesas subraya el creciente apoyo a los partidos de extrema derecha en toda Europa. Durante más de dos décadas, ha sido un crítico abierto de las políticas migratorias de los Países Bajos, apuntando con frecuencia a la comunidad musulmana del país.
Su ascenso a la prominencia puede atribuirse en gran medida a la combinación de políticas identitarias y soluciones simplistas características de los movimientos populistas actuales.
Los defensores de la democracia liberal llevan mucho tiempo preocupados por la influencia de las políticas de identidad. Si bien es natural que los individuos se identifiquen con diversos grupos familiares, étnicos, religiosos y nacionales, los principios de la democracia liberal se extienden mucho más allá de esas afiliaciones.
En su esencia está el reconocimiento de que gestionar una sociedad diversa y pluralista es una tarea complicada que requiere algo más que una mayoría electoral.
A lo largo de la historia, eminentes filósofos políticos como Cicerón, Alexis de Tocqueville y Edmund Burke hicieron énfasis en la necesidad de controles y equilibrios sobre la opinión de la mayoría en aras de proteger los derechos de las minorías, un pilar de la democracia liberal.
Por el contrario, las democracias antiliberales de hoy pueden permitir que los ciudadanos voten, pero solo después de que el partido gobernante haya capturado y vaciado las instituciones independientes y haya manipulado el sistema para garantizar que nunca perderá.
Esto no quiere decir que la identidad no importe. Soy inglés y tengo pasaporte británico, pero mi bisabuelo era irlandés. Mi fe es católica romana y políticamente me identifico como un conservador anticuado de centroderecha. Me considero a la vez europeo e internacionalista. Lo más importante es que mi familia es la piedra angular de mi identidad personal.
Cada aspecto de mi identidad encarna valores que aprecio. Creo firmemente en la tolerancia y la moderación, el Estado de derecho y la democracia parlamentaria. También simpatizo con la opinión del papa Francisco con respecto a que las Iglesias no deberían actuar como instancias que dictan cómo vivimos nuestras vidas. Más bien, deberían servir como hospitales, ofreciendo apoyo y orientación para ayudarnos a afrontar las vicisitudes de la vida lo mejor que podamos.
Además, siempre he sido escéptico respecto de quienes ofrecen soluciones simples a problemas complejos. Este escepticismo es lo que me llevó a oponerme al brexit.
En última instancia, se reveló que la idea de que el pueblo británico podría recuperar el control y la soberanía sobre nuestro futuro nacional e individual saliendo de la Unión Europea era una ilusión alimentada por mentiras.
De manera similar, la promesa de que el brexit restauraría la estatura global del Reino Unido quedó completamente desacreditada. En lugar de facilitar el control de la migración, la salida de la Unión Europea tuvo el efecto contrario.
Históricamente, la migración ha servido a menudo como catalizador del populismo autoritario. En el pasado, condujo a una persecución generalizada de las comunidades judías y en este momento está alimentando la hostilidad hacia las poblaciones musulmanas.
En los Países Bajos, como en Hungría y Francia, la xenofobia y la islamofobia son las fuerzas impulsoras detrás del ascenso del extremismo nacionalista y la erosión de los valores liberales.
El atractivo del autoritarismo populista crece cuando los gobiernos no logran ofrecer respuestas moderadas y sensatas a la migración o gestionar sus fronteras de manera eficiente. Pero se convierte en una amenaza aún mayor en períodos de tensión económica, particularmente cuando los gobiernos democráticos son incapaces de mejorar los niveles de vida.
Las democracias parlamentarias exigen un liderazgo más sofisticado que el necesario en los regímenes autoritarios. Después de todo, los líderes democráticos deben explicar por qué las cuestiones complejas no siempre pueden resolverse explotando los prejuicios o recurriendo a lemas baratos.
Esa es también la razón por la que las democracias, cuando están bien administradas, tienden a ofrecer una mejor calidad de vida que cualquier sistema alternativo de gobierno.
Si bien puede parecer más fácil para dictaduras como China hacer cumplir su voluntad, este enfoque a menudo conduce a un menor desempeño económico y una menor legitimidad política, como lo demuestran las recientes luchas de la economía china.
Un Estado de vigilancia puede reprimir la disidencia y restringir la libertad de expresión, pero esas medidas no son sostenibles a largo plazo y tienden a producir consecuencias desastrosas.
En la China actual, el gobierno suprime activamente todo reconocimiento o recuerdo de la masacre de la plaza de Tiananmén de 1989, donde fueron asesinados cientos, quizás miles, de estudiantes. Sin embargo, a pesar de estos intentos de borrar la historia, el recuerdo de estos acontecimientos perdura.
Como nos enseñó Tolstoi, los intentos de reprimir la disidencia a veces transforman un hilo de descontento en un tsunami que arrasa con líderes e instituciones autoritarios.
La novela de Lynch, ganadora del Premio Booker, con su inquietante premisa, sirve como un crudo recordatorio del caos y las dificultades que invariablemente traen el populismo político y el autoritarismo. Sin embargo, si está considerando comprar el libro, es posible que desee retrasar su lectura hasta después de la temporada navideña. Es un libro importante, pero no uno que inspire alegría.
Chris Patten, último gobernador británico de Hong Kong y excomisario de Asuntos Exteriores de la UE, es decano de la Universidad de Oxford.
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