Mucha gente confunde “feminismo” con “hembrismo”. Dicen: “yo no soy ni feminista ni machista”, como si fueran dos posiciones simétricas. Sin embargo, el feminismo es la teoría y la praxis que busca la igualdad entre los sexos. Esto no significa un mundo de clones. En democracia, ser igual no es ser idéntico. Por el contrario, al luchar contra los estereotipos nocivos, el feminismo aboga por el florecimiento de personalidades libres que se respeten entre sí.
La primera ola, el sufragismo, consiguió el voto femenino y otros derechos civiles después de más de setenta años de lucha iniciados con el Manifiesto de Seneca Falls de 1848. La segunda ola, la que tuvo lugar en el último tercio del siglo XX, consiguió que las mujeres salieran del encierro doméstico y se abrieran camino en el ámbito de la producción, la cultura y la política. Los hombres y mujeres que enarbolaron sus ideas consiguieron importantes avances, cambiaron las leyes e incidieron en la educación. Las familias comenzaron a pensar seriamente en el porvenir profesional de sus hijas.
El feminismo llevó a la discusión pública dos cuestiones que eran tabú: la violencia contra las mujeres y la sexualidad. Las planteó como un asunto político con el significado amplio de la Escuela de Frankfurt: como una cuestión de relaciones de poder que se encuentra presente en todos los planos de la sociedad. El lema “Lo personal es político” resumía una idea clave: lo que nos sucede en nuestra vida personal, incluso en el ámbito de lo afectivo-sexual, tiene una lectura social, política.
Esa segunda ola de las reivindicaciones de las mujeres, también trajo una transformación en el ámbito de las ciencias humanas y sociales. Se incorporó el concepto de género. Al diferenciar lo innato de lo adquirido, lo biológico de lo que se puede cambiar, lo natural de lo histórico, la contraposición de sexo y género ha tenido un enorme impacto social. Nos ayudó a analizar nuestras identidades. Combinado con otros conceptos como los de etnia, clase y opción sexual, nos permite entender numerosos problemas del mundo actual porque no atiende solo a cuestiones teóricas, sino a la comprensión de nuestras vidas y a la búsqueda de soluciones al sufrimiento de millones de personas.
Ahora es la producción de deseos a través, fundamentalmente, de los medios de comunicación, de las imágenes del mundo de lo simbólico, lo que incita a las mujeres y a los hombres a seguir cumpliendo con roles estereotipados de género. Pensemos, por ejemplo, las adolescentes que aumentan sus senos con silicona, cuando ni siquiera su cuerpo se ha desarrollado. O las dietas extenuantes debidas a la tiranía de un modelo misógino de belleza.
También podemos preguntarnos si se han cumplido las perspectivas de emancipación de las mujeres en cuanto a la sexualidad o, simplemente, se las ha integrado en un modelo androcéntrico. El derecho a la sexualidad ¿se ha transformado en la obligación de la sexualidad? La hipersexualización de las niñas puede ser considerada una reacción patriarcal al avance en el reconocimiento de los derechos de las mujeres. El feminismo tiene hoy la tarea de pensar cómo enfrentarse a esta nueva política patriarcal en la que todos “eligen” sin ser acusado de puritanismo.
Es más fácil percibir el sexismo discriminatorio que el androcentrismo. Por ejemplo, puedo examinar una institución y contar cuántas mujeres hay en puestos de decisión. Mucho más complicado es descubrir que nuestros criterios de valor están profundamente moldeados por una historia de siglos en la que el colectivo femenino ha estado excluido de las áreas de decisión. De acuerdo a esos criterios suelen adjudicarse los premios literarios, la calificación de “genio” o de “actividad importante”. Nadie está totalmente liberado de una mirada sesgada por siglos de exclusión. Inconscientemente, todavía tendemos a valorar más lo que nos parece masculino que lo que consideramos femenino. Así, las tareas del cuidado están devaluadas. No hay un reconocimiento real de las tareas de cuidado, sin embargo, son imprescindibles para la vida humana. Aunque los casos de reparto igualitario van en aumento, estadísticamente hablando, en números, la mayor parte de las parejas mantiene una relación no equitativa. Las tareas del cuidado siguen recayendo sobre las mujeres aunque además tengan un trabajo asalariado. Tendremos que dar aún muchos pasos hacia la igualdad de género.
Queda un largo camino por recorrer. Hemos sabido nombrar y denunciar la violencia sexista, esa lacra social que siempre amenazó a las mujeres. Pero las muertes y las agresiones continúan. Hay regiones en las que la desintegración político-social ha incrementado el peligro, en donde ser mujer es un factor de riesgo y los feminicidios se cobran la vida de miles de mujeres jóvenes. En la educación ha habido muchos avances hacia una cultura de igualdad y respeto entre mujeres y hombres, pero también se ha constatado resistencias a este nuevo paradigma. En Europa ya se ha conseguido erradicar la maternidad forzada, pero quedan muchos países en el mundo en que no se reconoce a las mujeres los derechos sexuales y reproductivos.
El panorama del futuro del feminismo quedaría incompleto sin mencionar una corriente que actualmente está despertando interés entre las más jóvenes: el ecofeminismo. Creo que en los tiempos del cambio climático y las catástrofes mal llamadas “naturales”, el feminismo tiene algo que decir sobre las mujeres como víctimas pero también como protagonistas de buenas prácticas. Mi propuesta ecofeminista busca articular un pensamiento en el que la igualdad rime con la sostenibilidad.