A pesar del bochornoso espectáculo brindado por las turbas trumpistas contra el Capitolio, símbolo de los más altos ideales de los Padres Fundadores, el Congreso estadounidense continuó hasta finalizar la tarea y confirmó la victoria de Joe Biden.
Algunos interpretarán las objeciones de congresistas y senadores en cuanto a las certificaciones del resultado electoral en Arkansas, Georgia, Nevada, Pensilvania y Wisconsin como una afrenta a la voluntad popular, pero tiene su explicación en la polarización existente en el país, producto de un liderazgo errático, en un mundo donde los cambios están a la orden del día y las democracias no son ajenas a esa dinámica.
Los congresistas que apoyaron las objeciones obedecían sus propios intereses, pues muchos representan distritos electorales con mayoría republicana, poblaciones predominantemente blanca, conservadoras y reacias a aceptar la derrota en sus respectivos estados.
Lamentablemente es parte del juego en una democracia, pero se trataba del acto final después de que las cortes estatales y el Supremo de los Estados Unidos rechazaron todas las apelaciones.
Lo más grave es que el triste espectáculo que ensombreció por un momento la democracia estadounidense es responsabilidad del mismo presidente que juró proteger la Constitución.
La madurez democrática y la fortaleza institucional prevalecieron por encima de los intereses mezquinos de los políticos, lo cual nos recuerda que el equilibrio entre poderes sigue siendo la máxima para controlar las amenazas que acechan en los más oscuros rincones de los países pluralistas, y Estados Unidos no es la excepción.
¡Esa es la gran lección que debemos atesorar para proteger nuestra propia institucionalidad!
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El autor es politólogo.