Si no nos globalizamos nos deja el tren de la historia, nos dicen los que saben. No se trata de hacer algo que nunca hayamos hecho, sino de hacerlo muy bien en un contexto diferente; en el contexto de las veloces comunicaciones. Vender nuestros productos a aquellos países que no pueden producirlos y lo necesitan, y comprar lo que ellos pueden producir y nosotros no. Globalizarnos en participar activamente en los mercados del consumo y relacionarnos con la información en todos los campos para tomar buenas decisiones.
Según mi entender, eso no es otra cosa que avocarnos sin reparos al capitalismo. De ahí que en el contexto de la globalización, suenen raros los reclamos de algunos nacionales que califican de falta de dignidad la importación de los alimentos cotidianos. ¿Para qué producir arroz y frijoles, si los pueden producir mucho más barato los nicaragüenses o los chinos, mientras que nosotros podemos dedicar nuestras tierras a la producción de melones que podemos vender a los europeos? En este contexto, si las papas que importamos resultan mucho más caras que los melones, no hay problema; el año entrante averiguaremos más sobre costos de producción, condiciones climáticas y expectativas y podremos decidir qué podremos producir barato y bien para exportar caro y bien. Ventajas competitivas fincadas en la información veloz que proporcionan las comunicaciones. Es cuestión, nos dicen, de aprender a competir.
Yo no he logrado convencerme del poder distributivo de los mercados; por más argumentos a favor que he escuchado, sostengo que si no se implementan decididas y claras políticas distributivas de parte del Estado (conocimiento, destrezas, crédito, salud, infraestructura, información...), los mercados terminan por concentrar la riqueza. A favor de mi posición, tengo la historia de la humanidad y una que otra revolución.
Si la globalización es inevitable porque las comunicaciones nos la ponen a la mano, lo menos que podemos hacer es sacarle provecho en beneficio del desarrollo nacional. Incorporémonos a la información, el crédito oportuno, la capacitación, el teléfono, el fax, la red... Afortunadamente y a pesar de todos nuestros esfuerzos en contrario, Costa Rica tiene costas ricas en belleza natural y biodiversidad. Todavía nos quedan algunos terrenos de vocación agrícola que no hemos contaminado. Aún existen recursos pesqueros importantes. Y creo --ojalá no me equivoque-- que estamos a tiempo para rescatar la educación del profundo abismo en que ha caído.
Pero algo definitivamente anda mal con nuestra globalización por causa de una mala comprensión del concepto. Hemos creído que globalización significa vender nuestros recursos a los extranjeros, para que ellos se integren exitosamente en los mercados internacionales. Y eso ocurre porque creemos que el capital extranjero es indispensable para exportar y no contamos con el conocimiento oportuno y necesario. Y así las cosas, nos vamos despojando de las playas para que el extranjero las explote, y de las tierras para que exporte productos agrícolas, y del subsuelo para que exporte oro...
Algunas instituciones internacionales de crédito finalmente se han dado cuenta de que los países pobres contamos con los recursos productivos, pero carecemos de capital para explotarlos; por ello han decidido otorgamos algunos créditos importantes. Sin embargo, inexplicablemente otorgamos dichos créditos a los extranjeros para que ellos logren globalizar nuestros productos sin atrevernos siquiera a pensar que nosotros podríamos ser capaces de hacerlo. Esto en muy buen tico, en nada se distingue de Mamita Yunai.
La globalización puede y debe ser benéfica para nosotros los costarricenses. Después de todo, Dios nos dio esta hermosa y productiva tierra, una inteligencia más que mediana y un afán de superación ciertamente invidiable. Los créditos se pueden conseguir aquí y allá. Es cuestión de que los bancos se dejen de amiguismos y de política y empiecen a cumplir con su obligación de manera clara y decidida, seguidos muy de cerca por la educación pública, el sistema de salud, y la creación de infraestructura. Para ello, desde luego, necesitamos administradores públicos probos y técnicos, que los hay.
¿Qué es lo que impide que los ticos nos globalicemos? ¿Por qué aceptamos sin cuestionarnos la idea de que necesitamos del capital y conocimiento extranjeros para poder producir bienes exportables con los recursos nacionales? ¿Por qué no nos despojamos de dogmas atávicos y nos atrevemos a inventar un país cuyo gobierno cumpla oportunamente con el artículo 50 de nuestra Constitución Política que le asigna la tarea ineludible de propiciar el crecimiento económico con distribución, en el marco de la sostenibilidad?
Reconozco que la globalización exige la apertura y la desgravación, pero no exige la desaparición de principios que permitan a los nacionales producir y exportar, o participar con los extranjeros mediante alguna fórmula inteligente o "alianza estratégica" (se contagia uno de las palabras) que garantice que la menos parte de la renta producida por la explotación de nuestros recursos, se quede en casa. Podríamos por ejemplo establecer --como lo hace la Ley de Zona Marítima Terrestre-- que un porcentaje importante del capital de una compañía globalizada pertenezca a costarricenses. Asimismo podríamos establecer como principio legal que los créditos provenientes de instituciones internacionales de crédito, que tienen como objetivo la inversión nacional, se otorguen únicamente a compañías de capital mixto.
Para salvaguardar el principio de la justa distribución de la riqueza producida con recursos nacionales, podríamos exigir figuras tales como la exportación con alto valor agregado, y la venta accionaria en el mercado de valores, con apoyo del crédito nacional. Se me puede contestar que la figura ya se intentó en el caso de la venta de algunas compañías de CODESA, y que los costarricenses a quienes se les otorgó un crédito subsidiado, vendieron de inmediato sus acciones a las transnacionales. Bueno, ¡una o dos golondrinas no hacen verano! Siempre podremos encontrar fórmulas y personas inteligentes.
Mucho se habla de subirnos en el tren --¿será avión?-- de la globalización mediante el desarrollo de nuestras ventajas competitivas, enfatizando el papel de la educación en dicho desarrollo. No obstante, pareciera que entre lo que decimos y lo que hacemos hay un gran trecho. Por el momento, globalización no significa reconversión productiva de los ticos para su exitosa inserción en el mercado, sino venta masiva de nuestros recursos productivos para que los otros se globalicen a costa nuestra. Tomemos nota, por favor: nosotros no, pero ellos sí se globalizan.