George Floyd murió asfixiado por un policía durante un arresto. Videos tomados por transeúntes y de las cámaras de seguridad de un restaurante de comida cubana, ubicado enfrente del lugar, muestran a Floyd suplicando y diciendo que no puede respirar.
La situación ha causado una ola de protestas en Estados Unidos. Los hechos recuerdan lo ocurrido en Simi Valley en 1992. El móvil es básicamente el mismo: cuatro policías agredieron de manera brutal a Rodney King, un taxista negro que se encontraba trabajando como lo hacía normalmente, por poco no lo mataron.
Ríos de tinta han corrido en torno al racismo en los Estados Unidos y cómo este se encuentra integrado a las fuerzas policiales, algunos sectores empresariales y una parte de la sociedad.
No me referiré a George Floyd ni a Derek Chauvin, el policía que lo asfixió con la rodilla, sino al compañero de este último, que no estuvo involucrado de manera directa como si Thomas Lane y Alexander Kueng.
Banalidad del mal. La teórica política Hannah Arendt, quien huyó de Alemania a Francia en los años treinta cuando los nazis alcanzaron el poder, después de un breve confinamiento en el campo de concentración de Gurs logró huir a los Estados Unidos, donde trabajó como profesora en la Universidad de Princeton.
Alcanzó notoriedad veinte años después debido a sus investigaciones sobre el totalitarismo y, más tarde, fue invitada por el New Yorker a cubrir el juicio de Adolf Eichmann, el arquitecto del Holocausto, en Jerusalén.
Fue allí donde Arendt desarrolló el concepto que la catapultó y, a la vez, la condenó al ostracismo de círculos intelectuales judíos de la época: la banalidad del mal.
Se trata del comportamiento del burócrata obediente, que sigue órdenes a sabiendas de que su proceder no es el correcto.
Lo que más escandalizó a Arendt fue la normalidad y naturaleza con la cual Eichmann hablaba de los fusilamientos, muertes en las cámaras de gas y las grandes acciones como la deportación y el asesinato de más de 400.000 judíos húngaros entre mayo y agosto de 1944 en Auschwitz-Birkenau.
Burócrata obediente. Tou Thao, quien comenzó como oficial de servicio comunitario y se inscribió en la Academia de Policía de Minneapolis en el 2009, fue despedido sin causa aparente en el 2010, pero fue recontratado en el 2012 a tiempo completo.
De acuerdo con diversos medios locales, Tou incursionó en el mundo de la “justicia” y, posteriormente, fue ascendiendo. Al igual que Chauvin, Tou cuenta con varias acusaciones por exceso de fuerza. De hecho, tiene una denuncia por eso.
Fue el oficial que se quedó estático y permitió a su colega y demás compañeros someter a George Floyd. Fue filmado interactuando con los espectadores y diciéndoles que regresaran a la acera.
Como si nada estuviera pasando, veía a Floyd, en el piso, ahogándose y pidiendo ayuda, mientras sus compañeros lo sometían y maniataban.
Hace 60 años, Arendt vaticinó el comportamiento del burócrata obediente y cumplidor de la ley. Ese que observa, y aunque sabe que el proceder de sus camaradas no es el correcto, se deja llevar por las “fuerzas situacionales”.
Esta última frase fue propuesta por el sicólogo Philip Zimbardo cuando salieron a la luz los crímenes cometidos por oficiales estadounidenses en la cárcel Abu Ghraib, en Irak.
Gente como toda. Arendt no desarrolló su teoría de la banalidad del mal pensando únicamente en Eichmann, sino en quienes, lamentablemente, vendrían después de él: personas normales, comunes y corrientes, con esposa o esposo e hijos, respetuosas de la ley.
Si Arendt estuviera viva, posiblemente señalaría a Tou como el arquitecto del asesinato de Floyd porque, como Eichmann, no mató a nadie, solo obedeció, observó y “cumplió con su deber”.
Primo Levi, sobreviviente del Holocausto, resumió este tipo de comportamientos de la siguiente manera: “Los monstruos existen, pero son demasiado pocos para ser realmente peligrosos; más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y obedecer sin discutir”.
El autor es profesor.