La curiosidad ha sido una característica del ser humano. Lo ha acompañado a lo largo de la historia cuando busca explicaciones para comprender el universo donde vive.
Durante siglos, las religiones y los científicos han estado profundamente relacionados en el ámbito de la educación.
En la Edad Media, en los países europeos, en donde se impartía algún tipo de educación, esta estaba en manos de congregaciones religiosas. En América, en mayor o menor medida, a cargo de la Iglesia católica.
A partir de la Revolución francesa, Estado e Iglesia comenzaron un proceso de separación en este ámbito. No significó que los investigadores científicos fueran contrarios a la religión en forma general, pues muchos de ellos profesaban alguna fe.
El fundamento central de la división era generar interpretaciones racionalmente congruentes sin la necesidad de apelar a una intervención divina. Por ejemplo, ya a principios del siglo XIX, Lamarck planteó una hipótesis sobre el origen de la diversidad de los seres vivos. Más adelante, al final de ese mismo siglo, surgió una propuesta que confronta en distinto grado la Iglesia del Viejo Mundo con el mundo científico.
Evolucionismo y creacionismo. Fue formulada por Charles Darwin y se denominó evolucionismo. Su aparición se constituyó en un punto de inflexión en la separación de las dos formas de pensamiento.
El planteamiento de Darwin brinda una explicación natural, o científica, acerca del origen y evolución de los organismos. Por otro lado, el religioso explica la génesis como producto del ordenamiento y designios de una deidad. A esta segunda postura se le llama creacionismo.
Ambas formas de pensamiento han generado debates en los países desarrollados. Incluso han determinado la forma de educación científica que se imparte en los colegios y universidades.
Una solución al conflicto es transformar el Estado y, por ende, la educación, en una estructura laica. Así, la escuela será un lugar donde, por medio del conocimiento de la naturaleza y sus leyes, personas de todas las fes o sin ninguna convivan en forma respetuosa.
En Costa Rica, la diversidad cultural es grande. El Estado tiene el deber de promover en su enseñanza lo que se sabe sobre la naturaleza para beneficio intelectual y práctico de la comunidad estudiantil y evitar que una visión en particular se imponga sobre la libertad personal.
La evolución, la selección natural y demás cuestiones controversiales han de ser miradas como fenómenos naturales, como las mareas, la lluvia y la gravedad. Propiciar que el fundamentalismo religioso considere los recintos educativos como su espacio, es permitir la difusión de una ciencia equivocada y, consecuentemente, la intolerancia religiosa.
Punto de convergencia. Los espacios donde se aprende no deben convertirse en lugares de guerra entre las distintas confesiones religiosas y la forma de pensamiento científico, sino de convergencia entre las partes.
Estamos a las puertas de la conversión a un Estado laico. Son muchas las corrientes de pensamiento que abogan por la transformación. Somos el único país latinoamericano donde una religión es la oficial del Estado.
La iniciativa generará independencia del Estado y las creencias religiosas no influirán sobre la política nacional.
Como científico, apoyo la estructura laica, sé que el cambio traerá, además de plena libertad de pensamiento en las aulas, la promoción de una serie de luchas sociales inclusivas para ampliar la base de los derechos humanos colectivos y en materias ambiental y económica.
Tendrá, además, un efecto positivo en la lucha contra la discriminación en todas sus formas. Discriminación promovida por las Iglesias en las diversas modalidades.
El autor es estadístico y profesor del Instituto Tecnológico de Costa Rica.