No soy historiador ni político, pero aún me queda algo de memoria de la cual salen algunos retazos del turbulento pasado argentino que tanto desvela a un pueblo con más de 40 millones de habitantes y más de un millón de kilómetros cuadrados de extensión.
Recuerdo que en los años treinta del siglo pasado comenzaron los golpes militares contra las instituciones democráticas. El destacado político, creador de innumerables leyes sociales y obras en beneficio de los más necesitados del campo y la ciudad, el presidente Hipólito Yrigoyen, fue la primera víctima del irracional atropello de un golpe militar que defendía los interés de unos pocos.
Vinieron años de descontento y organización espontánea de una clase obrera, hija de inmigrantes recién nacida, y, con ello, el surgimiento de varios líderes auténticamente argentinos, también el de un líder nuevo de clase media.
Era un militar, pero se unió al pensamiento de quienes clamaban por trabajo y desarrollo. Apoyado principalmente por una clase obrera convertida en clase media incipiente, con mucha fuerza y bien organizada en sindicatos. Perón acaparó la escena. Dicha presencia no pudo ser ignorada por las clases con el control de la economía nacional y las políticas extrajeras que lo vieron como una amenaza para ellos, al estilo Hitler o Mussolini.
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Largo fue el transitar de Perón, con sus múltiples obras sociales, de vivienda y demás beneficios para sus seguidores, por la extrema abundancia de oro que le otorgaba la Segunda Guerra Mundial, al vender carne y trigo a ambos bandos.
Aquella clase dominante del momento se inquietaba cada día más, pues veían su fulgurante imagen crecer sin límite en los años 50. El recurso de los militares, nuevamente, fue la opción para detenerlo y sobrevino el golpe en 1955. Otro golpe en 1968 truncó el proyecto constitucionalista de la Unión Cívica Radical, contraparte del peronismo histórico, pero fiel defensora de la democracia y la constitucionalidad.
En lugar de apagar el fuego, lo encendió hasta llegar a la memorable y triste página del último golpe militar, consumado en 1976.
Por un acuerdo con los mismos militares, Perón volvió en 1973 a cumplir su misión de salvador por encima del bien y del mal. Allí, supo aprovechar sus bases, desde el pensamiento más radical de izquierda hasta el más de derecha. Todos a su servicio como líder absoluto y respetado.
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Gobernó poco esa vez, pero lo indispensable para dejar armada la estructura de ambas vías que siempre tuvo en su discurso, creando confusiones ideológicas para quienes lo ven de lejos sin profundizar. Izquierdas, derechas, centros, todos peronistas y llamados a salvar los intereses de un pueblo sacrificado que siempre fue sometido. Un pueblo que siempre busca esperanzas y deposita su confianza en quien se las promete por su voto.
La historia la viven hoy varias generaciones en crisis, pero siempre con aquel pasado presente sobre sus hombros. Todos con diferentes caminos y puntos de vista. Ahora, la realidad es distinta, no es la que muchos soñaron antes que algunos la atraparan y la hicieran suya por años.
No soy peronista ni nunca lo he sido, pero respeto profundamente la democracia como la máxima expresión popular. Respeto la democracia por encima de todo lo que se llega a hacer en política y hacen los políticos en su nombre. Hoy, el voto es la conclusión, por su poderoso significado, al hacerlo con conciencia. Solo así se puede decidir qué camino viene para el calvario de Argentina.
El autor es publicista.