La nueva conformación de la canasta básica generó un debate sobre si en la exclusión de alimentos “no consumidos” por los hogares pobres se consideró el valor nutritivo; por ejemplo, el del brócoli. Pero hay un segundo asunto, en mi opinión, que debe considerarse en la elaboración de la próxima canasta: el de la mecánica de selección de los productos.
¿Exoneramos el brócoli para propiciar el consumo en los hogares pobres o lo gravamos porque de todos modos no lo están consumiendo lo suficiente? Hay varias razones por las cuales un producto que queremos sea consumido más no aumenta la demanda por el simple hecho de pagar menos impuestos.
Para mencionar algunas: que no esté disponible en los lugares donde compran las personas, la presentación, el desconocimiento del consumidor para incorporarlo a su dieta, que no llene las necesidades del hogar (por ejemplo, cuántas comidas al día hace la familia) y las características demográficas de los miembros del hogar.
Es absolutamente deseable que los productos de la canasta básica del quintil de más bajos ingresos esté exonerada para no cargar en ellos parte del cobro de los impuestos. Pero ya que nos estamos preocupando por lo revelado por los datos, también deberíamos profundizar en aspectos relacionados con ese consumo si queremos fomentar hábitos más saludables. ¿Cómo están compuestos los hogares del quintil de ingresos bajos? Según datos de la Encuesta Nacional de Hogares (Enaho), en el 2018, el 42 % de esos hogares estaban ubicados en zonas rurales (por ello importa entender los canales de comercialización), en un 10 % de dichos hogares no había refrigeradora y más de la mitad de sus jefaturas o cojefaturas no participaban en el mercado laboral (¿cómo es el consumo de una familia sin ingreso estable?).
En cuanto a la composición por edades, un 39 % no alcanzaba aún la mayoría de edad. Es más, un 12 % de los miembros tenía menos de 6 años. Allí vive y se concentra el 36 % de nuestros niños de 0 a 5 años. Menores que están en pleno crecimiento. Sin duda, debe merecer nuestra total atención.
Más allá del impuesto. Entonces, ¿cómo promovemos y hacemos asequible para ellos un hábito de consumo saludable? La discusión que desencadenó la conformación de la canasta tributaria resulta de provecho para plantearnos los mecanismos para hacerlo más allá del tributario.
En cuanto a la metodología, cuando se publicó la canasta, se indicó que para definirla se tomó como punto de partida el consumo de bienes y servicios de primera necesidad de los hogares que representan el 20 % de la población con menores ingresos y se hizo un análisis del nivel de consumo de cada uno de los productos por decil y quintil de ingresos.
Sobre el primer punto, es así como suelen definirse las canastas, observando el consumo efectivo. Sin embargo, sobre el segundo, el análisis para identificar entre quienes lo consumen, si son más los de hogares pobres o los de ingresos altos sin tomar en cuenta en cuántos hogares se compra el producto, podría omitir alimentos que sí son adquiridos por las familias vulnerables, por ejemplo, otra vez, el brócoli.
Por el contrario, podría hacer incluir en la canasta productos menos relevantes –por ejemplo, la leche de cabra– para hogares de bajos ingresos, pero esos pocos, lo hacen más que los hogares de altos recursos.
El mecanismo nos lleva a pensar que excluir de la exoneración algunos productos “no consumidos” por los hogares de ingresos bajos, aunque sí lo sean, termina teniendo implicaciones en el bolsillo de esas familias.
De la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares no solo habría que verificar las diferencias de consumo entre quintiles, sino la participación de los productos en el consumo y gasto en el quintil de ingresos bajos. En resumen, para seguir con el ejemplo, tomar en cuenta si hay más familias pobres consumiendo brócoli que leche de cabra.
En el hipotético caso de que se impulsara en las poblaciones de menores recursos una alimentación más sana que la de la canasta actual, y lográramos “equiparar” el tipo de consumo entre grupos socioeconómicos, la desaparición de estas diferencias haría que, por el mecanismo de cálculo usado, todos los productos se excluyeran de la canasta. Llevado a un extremo, si todos consumiéramos igual, no habría exoneraciones.
La revisión de la mecánica es importante porque los alimentos representan más del 40 % del total de los gastos de las familias pobres, en comparación con menos del 25 % que representa en la cartera de los hogares de ingresos altos.
La autora es economista.