Costa Rica fue capaz de crear en el pasado un Estado en función de la gente, pero existe hoy el sentimiento de que es lo contrario. La gente está en función del Estado.
Muchísima decisiones y políticas públicas han convertido al ciudadano en súbdito del poder. Hay una tendencia a aplastar y estrangular al ciudadano. No estamos construyendo un Estado liberador, facilitador, estratégico, competitivo, promotor, ni gestor, ni simple. Al contrario, nos estamos especializando en construir un aparato público entorpecedor, incluso confiscador, invasor e inconsulto de las convicciones íntimas de los habitantes, perturbador a ultranza de las iniciativas privadas, regulador exagerado de los espacios colectivos e individuales.
Demasiadas leyes, reglamentos, decretos, instrucciones y circulares conforman un clima sobrecargado. Sorprende la cantidad de impuestos anclados a un sistema tributario complejísimo y la lluvia de requisitos y dificultades para los emprendedores.
Los servicios públicos son deficientes, lo formal se traga lo sustancial, la infraestructura estresante dificulta la movilidad de las personas.
¿Qué nos está pasando? ¿Por qué permitimos que un Estado, en el cual convergía en equilibrio la autoridad con la libertad, ahora frene y se apropie de todas las formas de libertad, hasta de las íntimas convicciones de sus habitantes? ¿Por qué estamos dejando que el diseño institucional esté marcando peligrosos pasos de autoritarismo, de violaciones permisivas a la Constitución y a las leyes con imposiciones y ampliación del control sobre los ciudadanos, torpedeando las iniciativas individuales y colectivas?
Moros sin señor. Hace rato perdimos líderes y partidos, que señalaban el rumbo a partir de la realidad del ser costarricense. Ahora todo es fotocopia. Ni el gobierno, ni la mayoría de los partidos, ni los legisladores, salvo honrosas excepciones, construyen el rumbo que se requiere según nuestras conveniencias.
Se destiñeron las diferencias con los países vecinos. Nadie sabe para dónde vamos porque el Estado está maniatado y frenado para todo. La carpintería estatal es reactiva, fragmentada y sin visión holística. El país sigue las agendas de organismos internacionales. Ya no tenemos dirigentes que piensen, por ejemplo, cómo crear un modelo económico muy costarricense. Todo es en función de cabeza ajena.
El objetivo central no es construir un país, sino remendarlo a como dé lugar. Cambiamos la creación por la reacción. Somos una nación remendona. Lo poco que se hace es para apretujar más al ciudadano, a la pequeña y a la mediana empresa, al inversionista honesto, al ciudadano responsable.
Poder avasallador. El pueblo marginado, pobre, expoliado, desigual; el de los trabajadores, pequeños y medianos empresarios, apenas tiene oportunidad de lamentarse frente al poder avasallador del Estado.
El plan fiscal, tan alabado por muchos, se construyó con anteojeras fiscalistas, no para crear riqueza, sino para profundizar la pobreza, para evitar parcialmente la debacle, pero no la social.
Una reforma tributaria exige más que recaudar impuestos. Es difícil la reactivación porque hay demasiados frenos que la impiden, entre ellos, el plan fiscal aprobado. La desigualdad social y económica que nos aflige como sociedad se expresa también en la desigualdad jurídica frente a la aplicación de ley porque hay ciudadanos de primera, de segunda y hasta de cuarta categoría.
En fin, el costarricense está perdiendo libertad de iniciativa, de autonomía y de estima. Hay un Estado que lo subestima, lo debilita, le impone cargas a diario. A la gente la succiona.
Una telaraña legislativa y de actos administrativos, que busca hasta regular el sueño y los sentimientos; controlar toda actividad empresarial, así como confiscar una parte relevante de los ingresos y de la autonomía sin que haya incentivos y clima para producir con alegría.
Claro que hay que pagar los tributos. Pero los habitantes pagan las cuotas de la CCSS, las patentes de todo tipo, las pólizas del INS, los marchamos y Riteve, el IVA, la renta, los permisos sanitarios, los impuestos y contribuciones parafiscales por decenas, impuestos a sociedades, inscripciones en la Sugef, al Banco Central, las comisiones y tasas de interés abusivas, los servicios con impuestos facturados y demás, pero sin que ellos tengan una contrapartida satisfactoria.
¿Qué estamos recibiendo del Estado? Lo resumo: presión y desilusiones diarias a granel porque poco funciona bien. Esa es la realidad. Las decisiones públicas no deben surgir al tarantantán. Hay que marcar rumbo. El Estado debe estar en función de la gente, no la gente en función del Estado.
El autor es empresario.