La prohibición de nuevas pruebas nucleares norteamericanas, impuesta la semana pasada por el presidente Bill Clinton, deriva de una premisa errónea y peligrosa. Para el mandatario y sus asesores en asuntos estratégicos, dicha medida disuadirá a otras naciones de iniciar o proseguir sus propios planes atómicos. Según ellos, el ejemplo estadounidense será emulado mundialmente y, de esa manera, se contribuirá a la vigencia efectiva del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNPN), recientemente prorrogado.
El problema, desde luego, no estriba en gobiernos respetuosos de los instrumentos jurídicos internacionales que difícilmente originarían una situación desestabilizadora. El verdadero motivo de preocupación son aquellos países, firmantes o no del TNPN, que sin duda persistirán en alcanzar poderío atómico y no necesariamente para fines pacíficos. Si los supuestos que inspiran a Clinton y sus consejeros fueran certeros, el TNPN sería innecesario. Desafortunadamente, son incontables los casos, ayer y hoy, de regímenes que actúan al margen de los cánones de convivencia civilizada. Por ejemplo, a pesar de ser parte del TNPN, Norcorea explota actualmente --con éxito-- el chantaje nuclear para extraer prebendas de Estados Unidos y sus aliados. Tampoco es dable imaginar, so pena de incurrir en desatinos, que los gobernantes de Irán, Libia o Irak se sentirán conmovidos y bondadosamente inspirados por la prohibición de Clinton o por el escándalo en torno a las pruebas francesas.
La quimera que mueve a la administración en Washington no es nueva. En mucho, evoca el contrasentido de los años 20 y 30, cuando una obsesión similar produjo el desarme unilateral y la impotencia de Occidente al tiempo que Japón imperial y el Tercer Reich germano, armados hasta los dientes, fraguaban la guerra. De ahí que la desnuclearización visualizada en la Casa Blanca, idílica y narcotizante, nada tiene que ver con el mundo real, el de los Saddam Hussein, Khaddafy, los fanáticos de Irán y el terrorismo planetario.
El final de la Guerra Fría no acabó con el riesgo de una conflagración atómica. Lejos de ello, lo ha aumentado. Durante casi medio siglo de confrontación este-oeste, la disuasión recíproca de las superpotencias evitó que los conflictos armados escalaran hasta el plano nuclear. Las mortíferas ojivas con que Estados Unidos y la URSS se amenazaban mutuamente devinieron así más en símbolo de lo inimaginable que en instrumento bélico. Y ese equilibrio del terror, como lo llamó Churchill, impartió cierta disciplina y estabilidad al sistema político mundial. Sin embargo, desaparecida la URSS, los focos de peligro proliferaron. Científicos y misiles ex soviéticos han parado en manos cuestionables y los despotismos otrora clientes del Kremlin, libres ahora del freno moscovita, corren por obtener armas de exterminio masivo --químicas, biológicas y nucleares-- y los proyectiles para llevarlas a sus posibles blancos.
Este trasfondo aconseja un curso muy distinto de la desnuclearización unilateral adoptada por Clinton. Por el contrario, el actual contexto mundial exige una capacidad disuasiva creíble de la única superpotencia. Y ello, a su vez, demanda una tecnología apta para defender a las naciones democráticas de las agresiones apocalípticas que asoman en el horizonte.
Tales avances en el ámbito de la seguridad, empero, no son posibles sin experimentos reales y concretos. Como acertadamente señaló un informe especializado sometido al Congreso estadounidense por un comité interdepartamental hace pocos años, "las pruebas nucleares son indispensables para mantener una capacidad disuasiva eficaz...Dichos experimentos aseguran la confiabilidad del poderío norteamericano y permiten mejorar la seguridad de su manejo y las probabilidades de sobrevivir a un ataque... Asimismo, han permitido reducir en un tercio el total de armas en nuestro arsenal desde 1960 y disminuir su megatonaje a una cuarta parte del de aquella fecha... También conllevan adelantos para evitar sorpresas tecnológicas y responder adecuadamente a dicha amenaza."
Precisamente, los imperativos de promover condiciones de seguridad mundial determinaron que, en 1992, el Congreso --controlado entonces por los demócratas-- autorizara en forma expresa las pruebas nucleares. Dicha norma ordenaba quince pruebas previas a la planeada cesación universal de detonaciones subterráneas. También mandaba reanudarlas en el evento de que otra potencia nuclear las efectuara. Desafortunadamente, esta ley chocaba con el desarme unilateral impulsado por el equipo de Clinton, semejante al que auspició Jimmy Carter a finales de la década de 1970. Ni siquiera las continuadas detonaciones por parte de China indujeron a la presente administración a reconsiderar esa política. Por el contrario, el empeño ha persistido hasta desembocar en la veda anunciada el viernes último.
La conducta del Ejecutivo en un capítulo de tanta importancia ha producido duras reacciones en el Capitolio y no solo entre la mayoría republicana. La semana pasada, por tercera vez consecutiva, el Senado derrotó iniciativas de la Casa Blanca dirigidas a derogar las asignaciones para desarrollar sistemas de protección antimisiles. Como dijo el jefe de la bancada republicana, Robert Dole, con respecto al argumento esgrimido por Clinton de que dicha defensa estratégica quebrantaría acuerdos con la URSS de tiempos de la Guerra Fría, Dole señaló: "La doctrina (de destrucción mutua) que fundamenta esos convenios no es una base adecuada para la estabilidad en un mundo multipolar ni para mejorar nuestra relación con Rusia." En igual sentido se pronunció el ex Secretario de Estado, Henry Kissinger, en una carta dirigida al Comité de Servicios Armados: "El momento ha llegado claramente para que Estados Unidos busque otra base para regular las relaciones estratégicas con Rusia...Considero que el Sistema Nacional de Defensa Antimisiles aprobado por ustedes mejorará la capacidad disuasiva y ofrecerá mayores posibilidades de reducir los armamentos ofensivos." Y así, mientras que la violencia desangra a los Balcanes y amenaza desbordar la zona, el terrorismo islámico golpea en Estados Unidos, y el peligro de la proliferación nuclear se cierne ominoso sobre el futuro de la humanidad, Clinton y sus colaboradores cultivan quimeras...