Exigir en plena crisis que las deficiencias de nuestro sistema se corrijan de golpe es poco realista.
Pensar lo contrario es ignorar las limitaciones de nuestra democracia, y, sin embargo, como advirtió la contralora general de la República, Marta Acosta, “llegó el lobo” y, por tanto, no deberíamos seguir procrastinando.
Para allanar el camino de la unión no bastan los discursos. La experiencia demuestra que pasar a la acción en Costa Rica no es cosa de manifestar voluntad y contar con buenas ideas.
Hace falta reconocer la existencia del síndrome que nos mantiene en estado de “parálisis por análisis”.
Deberíamos valorar la posibilidad de que, en un país donde abundan los diagnósticos, las propuestas, los proyectos de ley y los especialistas bien formados, el principal escollo de las reformas estratégicas no está en la ausencia de voluntad y opciones.
Quienquiera que estudie la realidad costarricense de manera integral y desapasionada llegará a la conclusión de que nuestro primer y principal problema no está en la ausencia de recursos, en la pandemia, en el déficit fiscal, en el endeudamiento, en el desempleo, en la burocracia, en la tramitomanía, en la inseguridad, en la corrupción o en cualquier otro desafío que podamos señalar. Estos serían el segundo, el tercero o el cuarto, dependiendo de con quien hablemos.
El primero, del que depende la atención de los demás, está en la política, y se supera con política, no sin ella ni contra ella.
Contrapunto. Es necesario admitir también que, por las particularidades de nuestra democracia, las reformas relevantes que no se planteen y ejecuten de manera participativa y convergente serán imposibles de cristalizar.
Son demasiados los mecanismos de veto, políticos y jurídicos, personales e institucionales, existentes. Los ejemplos, por desgracia, abundan.
Lograr la convergencia, empero, no es cosa de hacer llamados emotivos a la buena voluntad. Es necesario un esfuerzo racional por superar el escepticismo y la suspicacia, el electoralismo, el histrionismo, la tendencia a confundir los intereses propios con el interés general, la falta de sentido de urgencia y demás vicios en que se expresa nuestra falta de “sentido de Estado”.
Una necesidad de reconocer una de las taras más destructivas de la manera como los costarricenses entendemos la democracia. Me refiero al desprecio de la experiencia.
Ayuda adicional. Pienso, en relación con lo anterior y en vista de los llamados a la unión, que el presidente de la República, como líder y máxima autoridad del país, debería convocar a todos los exmandatarios, así como a los exministros de la Presidencia y de Hacienda, para diseñar la manera de seleccionar y armonizar las diferentes propuestas, y garantizar que no se excluya ningún sector y que ninguno ejerza vetos desleales, es decir, ocuparse también de construir su viabilidad.
Se trata de reunir en el proceso a los representantes políticos, empresariales y sociales en torno a un acuerdo de mínimos que ayude no solo a superar los estragos de la pandemia, sino también a llevar a cabo las reformas estratégicas cuya ausencia mantiene al país atrapado en una camisa de fuerza.
Una de las maneras más eficientes de perder el tiempo está en las torpezas y descuidos derivados de las carreras a las cuales nos entregamos llevados por la presión de que no hay tiempo. Como dije antes, los ejemplos abundan.
La convocatoria no debe ser una actividad de relaciones públicas, sino el espacio para poner la experiencia y los contactos de aquellos al servicio del objetivo antedicho.
La idoneidad de los convocados a colaborar con el presidente de la República en este propósito no resultaría de la ausencia de errores y demás aspectos objetables de su gestión, sino precisamente de ellos, y lo digo sin demeritar sus aciertos.
El autor es abogado.