Costa Rica ha sido un país pionero y progresivo en iniciativas de conservación ambiental. Contar con más de un 26% del territorio protegido es fuente de orgullo nacional y parte de nuestra identidad cultural. Los costarricenses somos conscientes de que proteger nuestra naturaleza es un imperativo para paliar los efectos del cambio climático y para asegurar la supervivencia de nuestro hábitat humano.
Hemos dejado de ver nuestra naturaleza solo como una fuente de ingresos y divisas al país. Nuestra política gubernamental ha sido consistente con esa cosmovisión, dando a luz a diversas políticas y tratados internacionales. De esa misma visión se desprende nuestra histórica y constante inversión en fuentes de energía renovable: piedra angular de nuestro desarrollo.
Pero queda mucho por hacer, en particular en nuestras áreas urbanas y la Gran Área Metropolitana que concentra a más de la mitad de la población nacional. Y algunas de ellas son sencillas, como apagar el motor.
En muchas ciudades del mundo existen los no idle zones o “zonas libres de emisiones” cerca de escuelas, hospitales, edificios de gobierno, parques nacionales y espacios públicos. Esta política pública es sencilla: si se va a estacionar a esperar por más de un minuto frente a un edificio o puntos de encuentro, debe apagarse el motor.
Según el Departamento de Energía de EE. UU., cada litro de gasolina emite 2,4 kilogramos de dióxido de carbono. Claramente, esto es superior con automóviles más viejos y en particular con camiones de reparto o buses. El impacto positivo en establecer estas zonas no es solo ambiental sino que tiene múltiples aristas e impactos en lo macro y lo microeconómico.
Beneficios. Desde el punto de vista de salud, la implementación de esta política reduce la inhalación de gases tóxicos –particularmente dañinos para niños, personas mayores o enfermas– lo que implica una reducción en la factura de nuestro sistema de salud por problemas bronco respiratorios.
Para una organización o familia, la práctica produce ahorros significativos y eficiencias tremendas. Pese a la creencia popular, apagar y prender el motor ahorra más combustible que dejarlo encendido. El mismo Departamento de Energía estima que un automóvil encendido en neutro gasta más de un litro de gasolina por hora y un camión de reparto casi cuatro.
Estudios indican que un camión de seis cilindros puede ahorrar hasta $1.600 anuales en su factura de hidrocarburos (según el precio del petróleo y el tiempo de emisión). Cumulativamente, si una flotilla de 10 camiones de tamaño medio permanece 10 minutos encendido, utilizando 1,9 litros por hora, y el costo de la gasolina es de ¢575 ($1,08), el costo de andar el motor sin destino asciende a cerca de $12.312.
Y si pensamos a escala macroeconómica, su incidencia en nuestra factura petrolera puede ser monumental. ¡Qué manera más fácil de reducir un problema colectivo!
En marcha. En meses recientes, escribí a la administración de Plaza Antares en barrio Dent para exponerles este asunto.
En cuestión de una semana, sus dueños habían aprobado para que Plaza Antares se convirtiera en zona libre de emisiones (probablemente la primera en el país). Colocaron rótulos frente al edificio y en el área de carga de suplidores. Además, giraron instrucciones a su personal de seguridad y mantenimiento para que continúe la práctica.
Esta iniciativa voluntaria de Plaza Antares es realmente inspiradora y demuestra lo fácil que es implementar esto.
Con el ejemplo de responsabilidad ciudadana, cívica y ambiental de este centro comercial, hago un llamado a los centros comerciales, a las cámaras empresariales, parques nacionales, escuelas, colegios y al Gobierno de la República para que instituyan zonas libres de emisión. Nuestros hijos merecen heredar una mejor Costa Rica.
(*)Economista y Máster en Planificación Urbana.