Dos inteligentes damas que escribieron recientemente sobre la esperanza en este mismísimo espacio, Annabelle Quesada (9/11/13) y Catalina Murillo (15/11/13), me pusieron a pensar en el sentido oculto, irónico y paradójico de esa idea y su relación con el tiempo.
La primera sostiene que Alberto Camus, el gran pensador franco-argelino ganador del Premio Nobel, fue “un hombre sin esperanza”. Así lo afirma Quesada, basándose en obras como El extranjero , El mito de Sísifo , Calígula , Bodas , El revés y el derecho . No estoy de acuerdo: a la luz de El hombre rebelde , percibo que Camus también describió el amor –“una extraña forma de amor”– como la máxima esperanza que tiene la humanidad.
Murillo, por su parte, recurre al mito griego de la caja de Pandora y propone que “la esperanza sería culpable de paralizar a la gente y de impedirle aceptar la realidad”. Tampoco estoy de acuerdo: al contrario de lo que ella dice, la esperanza desata las manos de la gente, genera conocimientos, objetivos generales y metas específicas, y provee de instrumentos para poner manos a la obra.
Ni la princesa Pandora ni el escritor Camus fueron contundentes sobre la esperanza, y en ambos brilla una contradicción o, mejor dicho, un enigma que Agustín de Hipona, el gran santo, teólogo y filósofo medieval encontró en el tiempo y formuló así: “¿ Tiempo qué es? Si no me preguntan, lo sé; si me preguntan, no lo sé”.
Me atrevo a decir lo mismo sobre la esperanza, parodiando a san Agustín: “ Esperanza qué es? Si no me preguntan, lo sé; si me preguntan, no lo sé”.
Ambas construcciones mentales nos permiten derivar orden del caos, distinguir, relacionar y unir los hechos de la vida. Permiten a cada hombre y a cada mujer percibir la vinculación de su ser con su fluir, su unidad entre sí, con la naturaleza y con lo desconocido.
Nos permiten, también, formar conciencia de en dónde estamos y hacia dónde vamos, para decidir juntos qué podemos y debemos hacer al respecto.
La esperanza y el tiempo son nuestros mejores instrumentos de liberación. Y, al vedarnos la certeza de ser Dios, ¿serán las envolturas en que Él presentó a sí mismo el regalo de la humanidad?