Francisco Morales Hernández – Chico Morales, como le decimos sus amigos y colegas con afecto– tuvo la idea, cuando fungía como ministro de Trabajo del tercer gobierno de don Pepe Figueres (o quizás un poco antes), de crear en la Universidad Nacional un instituto que se abocara a los estudios sobre el trabajo.
La idea, que después contó también con otros auspiciadores y colaboradores, se concretó el 23 de noviembre de 1973, apenas unos meses después de haber visto la luz la Universidad Nacional (UNA).
En su desarrollo, el Instituto de Estudios del Trabajo (Iestra) tuvo muchos trances: el primero, y tal vez el más fecundo, concierne al momento inicial en el que sus académicos abordaron con ardor la investigación, la docencia, la extensión y la producción como rayos o ejes que convergen en un solo haz.
La investigación contó con el concurso de profesionales de renombre internacional (tanto costarricenses como de otras nacionalidades), bajo cuya dirección se acometió la tarea de incursionar en el complejo mundo del trabajo, para conocerlo aún más desde una perspectiva científica y proponer soluciones a los problemas que entonces nos acuciaban y apremiaban como sociedad.
La docencia, a su vez, principió mediante la modalidad de cursos cortos, a manera de diplomados, dirigidos a cooperativistas y sindicalistas (entonces el solidarismo aún no terminaba de cuajar en Costa Rica). La extensión fue también una actividad fecunda y constante que entrelazó a la UNA con el movimiento laboral, cooperativo y campesino, proporcionando a los académicos un verdadero sentido de realidad, apego y compromiso social con sectores vulnerables de nuestra sociedad. La producción científica no se hizo esperar: fue constante y crítica, desde la UNA hacia el movimiento laboral o hacia el Gobierno. Y también, en sentido inverso, el Iestra recibió las invectivas y demandas del movimiento obrero organizado, del cooperativismo y del campesinado pobre y, por el otro lado, hasta las interrogantes de los Gobiernos, alimentando así una relación biunívoca en constante efervescencia y diálogo constructivo.
Por otra parte, la propuesta de Morales de que desde la academia se contribuyera a conformar el sector de economía laboral y social, eso que otros hoy han denominado “economía solidaria”, estuvo en la agenda del Iestra y formó parte igualmente del itinerario de algunos Gobiernos, pero, sobre todo, arraigó en el movimiento cooperativo y sindical del país, como hoy lo está también en los planteamientos de la corriente del solidarismo más progresista.
Sin embargo, la concreción de esta idea, en lo medular, está aún pendiente. Su realización constituye un verdadero desafío para la Costa Rica del siglo XXI, muy diferente, por cierto, a la que vio nacer aquella idea hace cuarenta años. Es, por lo tanto, un desafío triple: para los políticos que buscan soluciones justas y eficaces a los problemas contemporáneos de los trabajadores; lo es para la academia con sus demandas de rigor científico; y, sobre todo, representa un reto para el movimiento social en su conjunto, incluido, por supuesto, el empresariado, tanto costarricense como latinoamericano.
En algún momento, institucionalmente, el Iestra dio paso al nacimiento, desde su seno, de la actual Escuela de Administración (EDA), que posee un currículum formalizado para continuar graduando administradores con visión de futuro, como otrora lo hizo el Iestra, dejando sembrada en la administración la semilla que ha germinado en miles de funcionarios públicos y privados con el sello de la UNA.
Pero la idea de un Instituto de Estudios del Trabajo en la Costa Rica del siglo XXI, que retome, desde el ámbito de su competencia académica, la tarea de dar cima al sector de economía laboral y solidaria, y que acometa desde una perspectiva interdisciplinaria los estudios del complejo mundo del trabajo hoy, es –pidiendo prestada al filósofo Immanuel Kant su máxima– “un imperativo categórico”.
El mejor homenaje, pues, que se le puede hacer a ese concepto de universidad comprometida y solidaria con los que menos tienen, y engarzar esa idea con la Universidad Necesaria del siglo XXI, es darle continuidad a un Instituto de Estudios del Trabajo (un Iestra) interdisciplinario, adscrito a la Facultad de Ciencias Sociales de la UNA, con proyección latinoamericana.