Me tomé la libertad de titular este artículo con el de un libro escrito por el filósofo español Alejandro Navas, quien plantea una serie de argumentos fundamentales sobre el aborto.
El 4 de enero se publicó en estas páginas el artículo “Necesitamos legalizar el aborto”, escrito por Mia Fink Uleth y Gabriel Arias Siles. Habrá quienes estén de acuerdo o no, pero se trata de debatir con razones y argumentos claros que la práctica es un crimen.
En informática, por ejemplo, se emplea el significado de abortar como sinónimo de abandonar, cancelar, avería, caída, anular y, específicamente, cuando la instalación de un programa no se completa y, por ende, se debe abortar o cancelar la instalación para realizar otras tareas.
Otro ejemplo práctico es una misión de guerra durante la cual un soldado debe rescatar a sus compañeros heridos, pero si no lo logra, debe abortar la misión y regresar con los demás.
Ambas formas de ilustrarlo muestran un rasgo fundamental: el tiempo. Ambos, objetivamente hablando, son intangibles, porque no podemos controlarlos; sin embargo, un feto, que es ya persona en el vientre materno, es tangible, tiene cuerpo y alma, y su tiempo de crecimiento es crucial porque es un deber y un derecho propio como persona, a diferencia de una misión de guerra o de informática, cuyos tiempos son espontáneos, por lo que considero que el aborto es traer el concepto de objeto a una persona, es decir, transformar a una persona en un objeto para desecharla, acabarla, anularla y, en última instancia, matarla.
El aborto es la privación del nacimiento, ¿nacimiento de quién? Ciertamente no de objetos, sino de una persona en vías de gestación. Es privar a un no nacido, a un feto que aún no tiene voz plena para defender sus derechos, sus deberes como ciudadano, su educación, su futuro trabajo, su vida social y personal, pero, todavía más, es privarlo de la vida. Por lo tanto, el aborto como es entendido actualmente es sinónimo de matar.
Escribe Navas en su libro que “si se le puede privar al otro de su vida, ¿cómo no se podrá hacer lo mismo con su dinero, su propiedad, su buena fama, sus derechos en general? Si se puede matar, ¿por qué no se va a poder insultar, agredir, violar, engañar, manipular?”.
“Una vez que se atropella el derecho de la vida, los demás derechos, secundarios y derivados, quedan disponibles, y cualquier argumento justificará su vulneración”, agrega.
Más aún, ¿por qué surge un “apagón informativo” —como llama el autor— en la sociedad actual sobre el aborto? ¿Por qué no salen a la luz tantas noticias sobre millones de abortos en todas sus prácticas manifestadas en imágenes? ¿Por qué se silencian las imágenes de tantos niños a los que les han apagado la voz? ¿Porque al Estado le conviene? ¿Porque cada persona puede tomar decisiones sobre su cuerpo?
Considero dos vertientes: primeramente, no seríamos capaces de observar tal atrocidad y crimen en imágenes y, segundo, como apunta Navas, porque “detrás de tanta hipocresía surge el cinismo, la manipulación, la cobardía y la ignorancia”.
José Ramón Ayllón, filósofo y antropólogo, apunta que uno de los grandes filósofos franceses —Kant—, puso el acento en la dimensión moral de la persona. De esta manera, Kant escribió en su momento que “la persona se nos presenta como valiosa en sí misma… el ser humano es un fin en sí mismo, es decir, que no puede ser usado meramente como medio y, por tanto, limita en este sentido todo capricho y es objeto de respeto”.
El aborto es un procedimiento médico que debería ser descartado por completo, no es un derecho que deba reconocer el Estado, ¿por qué razón? Porque el único tipo de aborto que es considerado aborto es el natural, aquel por el cual el feto o el embrión no han podido desarrollarse correctamente en el vientre materno y, en consecuencia, se desprenden y mueren.
Considerando esta verdad natural y certera, entonces, una de las garantías generales del Estado de derecho debería promover que la vida de sus ciudadanos sea digna y en las mejores condiciones.
A mi parecer, la vida humana es un profundo misterio, no es coincidencia ni casualidad. No es una mercancía, ni una opinión, ni un desecho: es un regalo.
Alguien anterior a nosotros ha pensado en cada uno. Me conmueve una de las estrofas de José Luis Perales que puede aplicarse a esta cuestión: “Que canten los niños, que alcen la voz, que hagan al mundo escuchar. Que canten por esos que no cantarán, porque han apagado su voz”.
La autora es humanista.