PRINCETON – El mes pasado, Faisal bin Ali Jaber viajó de Yemen a Washington, DC, para preguntar por qué un avión no tripulado estadounidense bombardeó y mató a su cuñado, un clérigo que se había pronunciado en contra de Al Qaeda. En el ataque también murió el sobrino de Jaber, un policía que había ido al lugar a dar protección a su tío.
Congresistas y funcionarios del Gobierno recibieron a Jaber y expresaron sus condolencias, pero no dieron explicaciones. Estados Unidos tampoco admitió el error cometido.
Pero, una semana después, el general Joseph F. Dunford, Jr., comandante de las fuerzas estadounidenses y de la OTAN en Afganistán, pidió disculpas por un ataque teledirigido en la provincia afgana de Helmand, en el que murió un niño y dos mujeres sufrieron graves heridas. El incidente fue particularmente inoportuno, pues coincidió con el intento de lograr un acuerdo para mantener en Afganistán un despliegue reducido de tropas estadounidenses después del plazo previsto para la partida de las fuerzas de combate extranjeras, en el 2014. El presidente afgano, Hamid Karzai, mencionó las bajas civiles causadas por las fuerzas estadounidenses como un motivo para no firmar el acuerdo. En una declaración posterior al ataque, Karzai señaló: “Hace años que nuestra gente es asesinada y sus casas son destruidas con el pretexto de la guerra contra el terrorismo”.
Aunque la guerra contra el terrorismo es real y no un simple pretexto, también son reales las bajas civiles producidas a lo largo de todos estos años. En el 2006 escribí un artículo sobre el bombardeo estadounidense de una casa en Damadola, una aldea paquistaní cerca de la frontera con Afganistán, en el que murieron 18 personas, entre ellas cinco niños. El entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, no pidió disculpas por el ataque ni reprendió a quienes lo ordenaron. Yo destaqué la contradicción entre esta conducta y su declaración relativa a las derivaciones éticas de la destrucción de embriones humanos para producir células madre, en la que señaló que el presidente de Estados Unidos tiene “una importante obligación de promover y alentar el respeto por la vida en Estados Unidos y en el resto del mundo”.
Antes de asumir la presidencia, Barack Obama sostuvo que, por falta de un despliegue suficiente de tropas terrestres en Afganistán, Estados Unidos estaba “bombardeando aldeas y matando a civiles, lo cual es causa de enormes problemas allí”. La declaración de Karzai muestra que esos problemas persisten.
Y no solo en Afganistán. Las bajas civiles causadas por Estados Unidos también han sido una importante fuente de tensión en la relación bilateral con Pakistán. En septiembre, Ben Emmerson, relator especial de las Naciones Unidas sobre derechos humanos y antiterrorismo, informó de que Estados Unidos causó la muerte de al menos 400 civiles en Pakistán, y que mató a otras 200 personas descritas como “probables no combatientes”. (Aparte del problema que supone conocer las identidades de los muertos, también está el de definir qué se entiende por combatiente en una guerra sin ejércitos. ¿Cocinar para los milicianos es justificación para que a uno lo maten?)
El informe de Emmerson se basó en cifras provistas por el ministro de Asuntos Exteriores de Pakistán, pero, enseguida, su homólogo de defensa publicó otras cifras inferiores, según las cuales solo 67 de las 2.227 personas muertas en ataques con aviones no tripulados desde el 2008 eran civiles. Una cifra tan reducida sorprendió a muchos observadores.
En mayo de este año, Obama pronunció un discurso en la Universidad Nacional de Defensa en el que defendió el uso de drones por parte de Estados Unidos. Señaló que, puesto que el 11 de septiembre del 2001 Estados Unidos fue objeto de ataque, la guerra que libra contra Al Qaeda, los talibanes y sus aliados es una guerra justa. Haciendo referencia a los criterios fundamentales que suelen aparecer en los debates sobre la doctrina de la “guerra justa”, Obama dijo que esta es “una guerra proporcional, como último recurso y en defensa propia”.
Puede ser verdad en el caso de la guerra contra Al Qaeda, pero no es tan claro en relación con los talibanes. Por más que su dominio de Afganistán fue repudiable, los talibanes no atacaron a Estados Unidos y la guerra que lanzó Bush contra ellos no fue un último recurso.
Obama reconoció la muerte de personas inocentes en los ataques teledirigidos de Estados Unidos, pero los defendió con el argumento de que, al eliminar a miembros operativos de Al Qaeda, sirvieron para desbaratar planes terroristas y así salvar vidas. Señaló, además, que la cantidad de musulmanes muertos en ataques terroristas de Al Qaeda “excede ampliamente cualquier cálculo de las bajas civiles producidas por los ataques con drones”.
Dijo también que la inacción “no es opción”. Y, contradiciendo su postura del 2007, afirmó que no es probable que “poner tropas en el terreno” vaya a causar menos bajas civiles que los ataques con drones. Un despliegue convencional llevaría a que se viera a Estados Unidos como un ejército de ocupación, idea que produciría “una catarata de consecuencias no deseadas”.
Pero Obama prometió un cambio de política, en el sentido de que antes del lanzamiento de cualquier ataque, exigiría la “casi total certeza de que no habrá civiles muertos o heridos: el requisito más estricto que podemos fijar”.
Después de este discurso, la frecuencia de ataques en Yemen y Pakistán se redujo, pero siguen produciéndose bajas civiles, aunque en menor proporción. No parece que el criterio de “casi total certeza” se esté cumpliendo.
Mientras Al Qaeda siga planeando ataques terroristas, no es razonable pedir a Estados Unidos que renuncie a oportunidades de matar a sus líderes y a otros participantes de los ataques. Pero Obama prometió mayor transparencia, algo que es esencial para cualquier debate serio sobre la razón o sinrazón de los ataques con drones y para el control democrático de la guerra antiterrorista de Estados Unidos. La negativa del Gobierno a pedir disculpas a Jaber, o tan siquiera explicar qué fue lo que salió mal, indica que esta promesa sigue sin cumplirse.
Peter Singer es profesor de Bioética en la Universidad de Princeton y profesor laureado en la Universidad de Melbourne. Algunos de sus libros son Liberación animal, Ética práctica, Un solo mundo y Salvar una vida. No se lo debe confundir con Peter W. Singer, miembro de la Brookings Institution y autor del libro Wired for War (sobre el uso de tecnología robótica en la guerra). © Project Syndicate.