Recorría un día no muy soleado el Parque Morazán y me topé de frente con la estatua en bronce de un gigante que decía: “Si hubo gloria no hay paga y si hubo paga no hay gloria”, y fulminaba cuando decía “Lo único que invita a la muerte es el ideal. Si éste huye, sólo se oye el masticar de las mandíbulas de Sancho. Y entre ese ruido misérrimo no se pueden alzar los pilares de la Patria”.
Don Julio Acosta, autodidacta, fue dos veces canciller y presidente de la República de 1920 a 1924. Su despacho presidencial fue inicialmente la Casa Amarilla, a la cual se trasladó la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1921. Pero sobre todo fue uno de muchos ejemplos de líderes costarricenses que, habiendo ejercido la primera magistratura, murió sin muchos dineros en sus cofres.
Escribo hoy sobre él, inspirado en la entrega en la Cancillería de un libro editado por la Editorial de la UNED con sus cartas, pensamientos y artículos. Dije entonces que don Julio había respondido hace mucho tiempo y a la tica, una pregunta que de nuevo se nos hizo, y que esta vez quedó en el aire: Si los salarios son tan bajos, ¿por qué muchos aceptamos prestar servicio en el Gobierno, en la Corte o en la Asamblea Legislativa? ¿Por el poder temporal? ¿Por las puertas que abre para el futuro? ¿O tendrán razón los que rumoran que es por la opción de llenar cofres con dineros mal habidos?
Yo creo que muchos valoramos el honor de servir, como diría don Julio Acosta, o tal vez somos altruistas, que es lo mismo que decir “egoístas inteligentes”. Confieso ser de los que creemos que no se puede ser exitoso en la empresa o en lo personal en un país en caos. Y de los que queremos que nuestros hijos vivan en esta tierra florida.
En alguna ocasión me confesé admirador del Quijote, de sus ideales y sueños, pero no estoy aún tan loco como para deambular desfaciendo entuertos y comiendo cuando hay. ¿Cómo vivimos y mantenemos nuestros campos y familias? Existe desde los tiempos de las repúblicas antiguas otra figura histórica que me permite responder a esa otra pregunta y a su lógica.
En una oportunidad, el enemigo estaba a las puertas de la aún joven ciudad de Roma, y aun así los senadores no podían ponerse de acuerdo para nombrar un general en jefe. Los detenía el temor, pues casi en cada ocasión en que se había escogido un jefe militar, el caudillo victorioso había rehusado devolver el mando y había pretendido perpetuarse en el poder. Finalmente coincidieron en llamar a un respetado agricultor llamado Cincinato para que liderara las legiones romanas contra los adversarios de la civitas . Tuvo éxito, y lo llamaron no una vez sino varias. En una de ellas, el general agricultor triunfó en solo diez días y se devolvió a sus campos. Ante la sorpresa de muchos, manifestó: “Si no me voy, ¿a quien podrán dar el mando en una próxima invasión?”. Le insistieron y amplió su respuesta: “además, ¿quien mantendrá productivos mis campos y dará de comer a mi familia?”.
Finalmente, quiero responder directamente a la pregunta de varios periodistas y ciudadanos. Acepté servir como canciller porque sueño con aportar ideas y acciones para que nuestro país alcance el desarrollo. Deseo aportar mi grano de arena para que Costa Rica se aleje de la ingobernabilidad y de los espejismos.
Afortunadamente, hoy los sueldos del Gobierno alcanzan para vivir con decoro, aunque sin poder ahorrar y a pesar de que persiste algún temor con respecto al impacto de estos años en la pensión futura.
Pero terminado el presente periodo, volveré a mis aulas, a mi familia y a sembrar mis campos para dar de comer a los míos, en un país que, sin pretender ser Shangri-la, esté cada vez más lejos del caos, sea cada día más verde y siga considerándose el país más feliz del planeta.