Me gustaría viajar a Tierra Santa, pero por ahora no pienso ir a Medio Oriente, ni pienso ir a Irak, ni pienso ir a Siria, y menos aún al área geográfica del Estado Islámico, donde reina el terrorismo ideológico y práctico.
Sin embargo, siento un fuerte deseo de introducirme en las entrañas de los cerebros de esos terroristas musulmanes para comprender cómo se ha llegado a engendrar esa actitud tan radical, y así poder hacer una especie de diagnóstico moral de su terrorismo: ¿cómo se ha llegado a esa situación tan antagónica e inhumana que en estos momentos calificamos de guerra mundial informal, con brotes por todas las partes geográficas de la Tierra?
Arabia Saudita parece ser el promotor principal de la cultura islámica en el mundo, y según nos señaló Jaime Gutiérrez en La Nación (16/1/2016) es el foco de teólogos, leyes religiosas, libros y editoriales agresivos.
Los terroristas están verdaderamente enfermos, moral y mentalmente, con una enfermedad grave, pero quizá no toda la culpa se puede recargar sobre sus hombros. Algunos artículos señalan que su actuación es una consecuencia del caído imperio otomano, también del pasado protectorado erróneo de Occidente sobre los países de Medio Oriente y del poder poco humano de los capitalistas del petróleo, además del poderío militar abusivo de las grandes potencias (vea artículo de Jeffrey D. Sachs en La Nación del 24/11/2015).
Hay una guerra ideológica que la yihad islámica libra contra Occidente y se nutre de una compleja y abusiva infraestructura religiosa. La guerra militar, aunque pueda ser exitosa, no resolverá el problema ideológico, que se tiene que afrontar por el camino del diálogo y el respeto a la libertad personal y comunitaria, por el camino de la fraternidad.
Actitud ante el terrorismo. Qué es lo que hay metido en los cerebros de los terroristas, que produce tanto odio, porque su empeño en cambiar el mundo es totalmente decidido y radical. Las madrasas de Pakistán y de Afganistán, apoyadas en el Corán, forman millones de alumnos y algunas de ellas son auténticas escuelas de terrorismo, que generan odio a Occidente.
Sin embargo, un terrorista, con todo su odio, como herencia del pasado, sigue siendo un ser humano, muy mal alimentado, al que difícilmente sacaremos de su enfermedad con la violencia y con las guerras militares.
El diagnóstico es claro, tiene el cáncer maligno del odio, con las características de propagarse fácilmente en las diversas partes del complejo social mundial: Francia, Bélgica, Alemania, Inglaterra, España, Irak, Siria, Libia... Pero el bien es más poderoso que el mal, hasta la filosofía nos llegó a decir que el mal no tiene contenido, es la carencia del bien esperado. Entonces debemos tener la valentía de armarnos de bien, no solo de armas y municiones destructivas.
Debemos recuperar, visualizar y promover el Camino, la Verdad y la Vida. La sociedad actual, no solo los terroristas, padece una enfermedad que se acentúo fuertemente en los últimos siglos. Debemos descubrir el verdadero origen del mal de nuestra época para poder enfrentarlo con la medicina correcta. Me atrevo a explicarme: el empeño de organizar un mundo sin Padre, una sociedad autónoma de su Creador, ha deteriorado Europa y Occidente. Nos ha dejado escrito Benedicto XVI: “Cuando Dios queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad y el bien, empieza a disiparse”.
Antecedentes remotos. Nuestros antecesores del siglo XVIII, Condillac, Montesquieu, Voltaire, Rousseau, John Toland y Antony Collins nos propusieron ensayar una sociedad sin necesidad de Dios, sin conciencia de pecado, sin misericordia. Empeño que condujo, después, a la Revolución francesa, sin temor a cortar cabezas, hasta la del mismo rey de Francia, y, posteriormente, a proyectar un mundo perfecto, solo fruto de la imaginación humana, con el comunismo, sin freno para cortar más cabezas, y, a su vez, un mundo económicamente progresivo con el nazismo, sin libertad, pero con un poder soberbio con pretensiones de proyección universal.
Todos estos ingredientes ante el cultivo de 14 siglos del islam, observador de una Europa decadente y anticristiana –negadora de sus raíces culturales–, que no sabe respetar al Dios de los cristianos ni al Alá misterioso de los islámicos, a mi modo de ver, produjo el cáncer maligno de orden moral, llamado odio, presente en el mundo Occidental y en el islam, que conlleva una metástasis universal en el cuerpo de nuestra sociedad actual.
Los médicos modernos no se rinden y luchan ante el cáncer, y lo mismo hay que hacer ahora ante esta metástasis moral de rencores. El origen del terrorismo no está solamente en el islam, sino en la poca salud espiritual de Occidente.
“El intento de los revolucionarios franceses por borrar las raíces cristianas de la civilización occidental tuvo resultados trágicos”, según el historiador Christopher Dawson, en su libro Los dioses de la revolución.
Cambio profundo. ¿Cómo? ¿Cuál es el camino? Con educación, cultura para todos y, filosóficamente, volver a la verdadera filosofía realista, precartesiana, actualizada, respetuosa de la naturaleza creada; teológicamente, rescatar y valorar de nuevo la sabiduría de santo Tomás de Aquino y actualizarlo; moralmente, escuchar y asimilar el tesoro de la Palabra, de Jesucristo, el Dios que se ha hecho Hombre, y que claramente nos sigue diciendo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
El autor es presbítero.