Hay cosas que nos reconcilian con la vida. No es que uno esté resentido con ella por los obstáculos o disgustos que trae a veces, o por los sueños o anhelos que alberga, y cuya concretización parece a menudo inalcanzable. Pero, aunque cueste reconocerlo, de vez en cuando pesa. Entonces cuando, de repente, algo lindo ilumina nuestras vidas, nos sentimos agradecidos y felices. Eso me pasó hace unos días. Había escuchado en Canal 7 una entrevista hecha a Hilda Hidalgo, Pablo Derqui y Eliza Triana, respectivamente directora y actores principales de la película Del amor y otros demonios , basada en la novela homónima del escritor Gabriel García Márquez. Me llamó la atención que la directora fuera costarricense. Así que decidí ir a verla. Con la “mente en blanco”; es decir, sin expectativas ni prejuicios. Salí del cine como en una nube, y con las ganas de quedarme en ese estado un rato más, repasando mentalmente las imágenes de lo que considero es una obra de arte.
La película tiene un ritmo que algunos califican de lento, pero que me parece idóneo para disfrutar la maravillosa fotografía y las situaciones que no están expuestas de manera explícita, sino sutilmente.
Las escenas se enlazan sin esfuerzo; algunas, casi estáticas, nos permiten retomar aliento después de otras que llevan consigo conflictos entre los personajes o con los sentimientos y reacciones que provocan dentro de nosotros. Quedé tan maravillada que desde entonces la recomiendo a todos mis amigos: porque quiero compartir esta felicidad, y porque sé que, a veces, el mero hecho de señalar que es obra de costarricense despierta prejuicios no necesariamente positivos. Ninguno se ha quejado de mi recomendación, sino que ha ocurrido todo lo contrario: están felices de haberse “arriesgado” a seguirla. Espero que les pase lo mismo'
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