Acaba de salir a la venta el libro El chavismo al banquillo , del venezolano Teodoro Petkoff. Su juicio sobre el gobierno de Chávez tiene un peso significativo: a él no puede descalificársele como capitalista o reaccionario. Fue miembro del PC y fundador del MAS. A diferencia de Chávez, militar golpista siempre presto a rendirse, Petkoff fue guerrillero y sufrió prisión por sus ideales en varias ocasiones (en una de las cuales bebió medio litro de sangre humana para fingirse enfermo y escapar). Él y su hermano Luben, otrora cercano a Fidel, son hijos de comunistas europeos (búlgaro y polaca), identificados con la Revolución rusa.
La obra es contundente en sus conclusiones: ni Chávez es de izquierda ni lleva adelante un proceso revolucionario. Ni siquiera avanza un programa reformista del Estado, como el de la Costa Rica de los 40 o la Venezuela de Betancourt.
Su proyecto se agota en un ineficiente y corrupto capitalismo de Estado, de tan corto aliento que, a pesar de sus pilotes clientelares, no tiene visos de permanencia ni profundidad.
Pruebas de Petkoff contra el chavismo: No hay cambios estructurales que evidencien que la sociedad está transformándose. La rentista petroeconomía, sin la frugalidad del “hombre nuevo”, ha generado un “gasto altamente improductivo, traducido en una ampliación de la demanda y el consumo, atendida por importaciones masivas y no por crecimiento de la oferta interna”. La “fuerte sobrevaluación del bolívar, ha... desestimulado tanto la producción interna como las exportaciones no petroleras” y provocado la contracción del sector industrial no petrolero, así como de la agricultura y la ganadería.
¡Un Gobierno que cacarea la seguridad alimentaria, importa el 70% de los alimentos!
Los sectores más pobres soportan la inflación récord del continente. ¿Las “misiones”? puro asistencialismo, “apenas si diferenciadas de los programas sociales de gobiernos anteriores por la magnitud de los recursos gastados y por la corrupción, el despilfarro y la discriminación política que caracterizan a casi todas”.
En las empresas estatales no existe ningún tipo de cogestión o participación real de los trabajadores en su conducción, contrario a la lírica socialista del régimen. Hay una deliberada destrucción del movimiento sindical: siendo empresas “propiedad del pueblo”, la huelga y la contratación colectiva carecen de sentido porque “la clase obrera no puede hacer huelga contra sí misma”.
En estos años, los beneficiados han sido los ricos, porque “la lógica de los mecanismos de mercado, que la revolución no ha modificado en lo sustancial y la abismal desigualdad social que con la revolución tampoco ha disminuido un ápice, les permite captar las porciones más grandes de la renta petrolera. A los más pobres la revolución no llega en forma de empleo ni de elevación sustentable de sus condiciones de vida sino en la forma de subsidios”.
“Chavoburguesía”. Nació la chavoburguesía, sector de grandes empresarios y nuevos ricos, cuyo florecimiento, merced a negocios con el Gobierno, “permitiría percibir con claridad la farsa revolucionaria que vive el país”. Petkoff da los nombres. Quizá por ellos, a pesar de renegar del capitalismo, Chávez ha hecho ingentes e infructuosos esfuerzos para ser aceptado en el Mercosur.
La “revolución” no tiene respaldo de la juventud universitaria que, masivamente, está contra el Gobierno (lo que explica las “recurrentes amenazas a la autonomía universitaria, respecto de la cual el presidente ha expresado en varias ocasiones que es incompatible con la política del Estado”).
Sus relaciones internacionales son vergonzosas para el progresismo: Bielorrusia, Irán, Libia, Zimbabue y Sudán.
La alianza con Putin, adalid del capitalismo salvaje, solo se entiende a partir de su paranoia de confrontación planetaria con Estados Unidos.
La “batalla discursiva contra el neoliberalismo ha servido de coartada para encubrir' la carencia de un proyecto alternativo al petroeconómico”.
Pero el discurso nacionalista va, discretamente, de la mano con la apertura petrolera y gasífera, que no solo no repele, sino que invita a la inversión extranjera en el Orinoco (Chevron incluida).
El discurso populista sirve “para entretener a las ultraizquierdas mundiales y particularmente a la gauche divine europea, siempre a la caza de algún guerrillero o coronel, preferentemente latinoamericano, que con tal de que les meta el dedo en el ojo a los presidentes estadounidenses puede estar seguro de recibir pasaporte de revolucionario y hasta de renovador del pensamiento de izquierda”. Pero bajo ese barniz, no hay nada.
El saldo en casi 13 años: un pésimo programa de construcción de viviendas, el mismo número de escuelas públicas que en el 98, ninguna inversión eléctrica, ninguna reforma del sistema de seguridad social, ni reforma agraria: la expropiación de 2 millones de hectáreas (de las cuales “apenas 50.000 se mantienen medianamente productivas”), no se acerca a la reforma agraria venezolana de los 60 y 70.
¿Sentencia? Eso corresponde, exclusivamente, a los venezolanos. Ojalá que, con o sin Chávez, el chavismo se presente a las elecciones en el 2012. Que desde ese banquillo, en el que se debe escuchar el inapelable veredicto de las urnas, no se acalle la voz del pueblo soberano.