El pasado martes 2 de agosto, tanto el obispo de Cartago, Francisco Ulloa, como el enviado del Papa, el cardenal mexicano Francisco Robles Ortega, dieron una amplia muestra de la misoginia y el machismo que caracteriza a la institución que representan.
Llamados al “recato y al pudor” por parte de las mujeres, a cuidar su “don sexual” (cuyo fin último es, obviamente, la “fecundación”), a no “imitar al varón”, a mantenerse en su rol de ama de casa, etc., dejaron estupefacta a esta que escribe y a otras tantas personas. La primera pregunta que surge inevitablemente es: ¿en qué siglo es que estamos?
Hablar de recato es hablar de honestidad, decencia, reserva y prudencia. A su vez, el pudor implica ocultamiento de elementos como el cuerpo, ciertos sentimientos u opiniones, y que suelen girar en torno al sexo. Es absurdo que el largo o corto de una falda, la ausencia o presencia de un escote, ciertos zapatos, algunos accesorios, midan la dignidad de una mujer. ¿Acaso una minifalda hace a una mujer menos valiosa que otra que lleve vestido largo?
Reclusión. Este tipo de cosas remiten obligatoriamente a ciertos valores patriarcales que condenan una y otra vez a las mujeres al espacio privado, la casa (la cocina), así como a la invisibilidad, el silencio, la obediencia, el control de su cuerpo y la sumisión, entre otros. Y esto se ve aún más claro en las palabras del cardenal, principalmente cuando subraya que las mujeres deberían “fortalecer su rol materno y familiar” en lugar de estar intentando “imitar al varón”.
Acá, aumenta mi asombro y además aparece la confusión: ¿en qué punto el que las mujeres luchemos por nuestros derechos, por ser consideradas ciudadanas con todas las letras, debe interpretarse como una especie de empeño por imitar a los hombres? ¿De qué me perdí? ¿Dónde queda mi derecho a decidir sobre mi cuerpo, sobre mi placer, a tomar mis propias decisiones, a optar por una carrera, un trabajo que me guste?
¿Seré “menos mujer”, o en todo caso una “mala mujer”, por haber elegido ir a la universidad y salir a trabajar a diario en lugar de dedicarme exclusivamente a labores domésticas; por ser soltera, sin hijos y disfrutar de una vida sexual plena? ¿Qué tipo de mensaje está dando la Iglesia católica mediante sus representantes?
Una amiga comentó algo acertadísimo: un llamado a la solidaridad, a la humanidad, a la justicia social, a la no violencia, al respeto por los animales, por la diversidad, etc., hubiera sido de mucha mayor utilidad y aún más acorde con el mensaje universal de esta institución: el amor al prójimo.